Omar Fonollosa: "Deja que el tiempo pase por ti y por el poema"

Nació en San Mateo de Gállego, en 2000, cursa Filología Hispánica y acaba de ganar el premio Hiperión de poesía con ‘Los niños no ven féretros’.

Omar Fonollosa es lector de Borges, Juarroz y Sabina
Omar Fonollosa es lector de Borges, Juarroz y Sabina
Oliver Duch

"Tengo un vínculo increíble con Joaquín Sabina. Escribo poesía porque lo descubrí a los diez años, en un viaje de verano a Alcocéber en coche. Sonó la canción ‘Ruido’ y me encantó tanto que me pasé las cuatro horas del viaje poniendo ese canción", dice Omar Fonollosa, estudiante de cuarto de Filología Hispánica y vencedor del premio Hiperión.

Siga. ¿Qué pasó luego?

Cuando volvimos me puse a buscar la letra de la canción, la imprimí, la memoricé y desde entonces mi intención fue escribir, si podía, como Joaquín Sabina.

Hay mucha gente que dice que es un versificador, pero no un poeta. ¿Qué le parece eso?

Él mismo lo dice. Él se considera un hacedor de versos. De hecho, si me quita a Sabina y su voz rota no tengo un poeta ni un compositor ni un cantante tan favorito como él. En el escenario es una bestia. Soy lector de sus sonetos y me sé un montón de memoria.

¿Le gusta más como sonetista que Neruda, Quevedo o Lorca?

El que más. De todos los que he leído, Sabina para mí es increíble. Me gusta mucho como usa la ironía, el humor, la sátira y, por supuesto, el amor. Y los poemas de tono político son maravillosos.

¿Cuándo empezó a escribir?

Tras oír a Sabina, redacté un soneto horrible. Siempre he sido un poco dramático, en la visión de la vida y en la vivencia del amor; me gusta mucho el desamor. Con once años el desamor lo vivía con una chica de clase que no me miraba a los ojos cada día.

Y, claro, "empezó a bajar a los infiernos por amor".

Ja, ja, ja. El amor sigue siendo uno de mis temas fundamentales porque es de entre todos los poemas del libro donde vuelco las experiencias más personales.

Habla del niño que fue, evoca el sabor de la infancia, desmiente a Neruda… Critica su ‘Me gustas cuando callas porque estás como ausente’.

Es una provocación. Le llevo la contraria. El poema, tan escuchado, recitado y aplaudido, es perfecto, muy bello, pero yo siento todo lo contrario. Se lo escribí a una chica con la que estuve: era viva, alegre y con personalidad.

El título del libro alude al miedo de los mayores a que los niños vean la muerte en la infancia.

El primer poema lo escribí después de venir de un entierro. Había un niño que le preguntó a su padre mirando el féretro: «Pero, papá, ¿esto que es?». Y el padre le dijo que el ataúd era el nuevo dormitorio de la persona que había fallecido. Aquello me hizo pensar mucho y esculpí el poema.

¿Redactó el libro en plena pandemia?

Sí. Más o menos. En los primeros tiempos del encierro no escribí nada: me dediqué a leer y a ver cine. Una vez que se levantaron un poco las restricciones, me dediqué a escribir estos poemas.

¿Qué se necesita para ser poeta?

Leer mucho, por encima de todo, y luego escribir. Y, en esa operación, hay que tachar, borrar para siempre. Una vez que escribes un poema debes dejar que el tiempo pase por ti y por el poema.

¿El poeta es un pensador, un mago del lenguaje, un visionario?

El poeta, como el escritor que no escribe versos, es un contador de historias. Todo poema deber ser un espejo con el que salir a la calle: puedes dirigirlo hacia las personas que se encuentran contigo o enfocarlo hacia ti y mostrar la versión que quieres que la gente vea de ti. Yo cuento historias.                                                        

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