Yolanda Polo, economista y catedrática de la Universidad de Zaragoza: "Me sabía de memoria ‘El guerrero del antifaz'"

Zaragoza, 1957. Economista y catedrática de la Universidad, donde, desde 2016, es vicerrectora de Cultura y Proyección Social. Es toda una referencia de los estudios de márquetin en España. Apasionada de la vida y de su familia, disfruta con la docencia y la investigación.

Yolanda Polo, en la plaza del Pilar en 1961
Yolanda Polo, en la plaza del Pilar en 1961
Y.P.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Muy feliz. Recuerdo mi infancia jugando en la calle, yendo a comprar al Mercado Central con mi abuela, merendando con mis padres en La Habana un bocadillo de calamares los domingos, comprándome regaliz de palo camino del colegio…

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Mi madre me contó que yo no podía parar de reírme cuando abrí el regalo que mi tío y su mejor amigo me hicieron por mi segundo cumpleaños. Fueron a Sepu y vieron en el escaparate un burro y un caballo, ambos con ruedas y de un tamaño considerable. No sabían por cuál de los dos decidirse, así que me compraron los dos. Mi cara de felicidad al abrir los paquetes debió de ser total.

¿Qué le hizo llorar?

Cuando me operaron de amígdalas yo tenía cinco años y, por portarme bien, mis padres me compraron un pollito. Ese pollito, al que yo adoraba, me seguía por toda la casa pero la ponía perdida, así que un día me levanté y ya no estaba. Me llevé un gran disgusto y lloré muchísimo.

¿Qué era en el patio del colegio?

Era la aplicada de la clase. En mi colegio, La Consolación, en la plaza Santa Cruz, se daban bandas de aplicación y yo tengo un montón de fotos en casa de mis padres con esa banda.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?

Una vez. Estaba hablando en clase de francés y la profesora me llamó la atención, yo no le hice caso (y eso que era la aplicada) y entonces me dijo que para el día siguiente tenía que copiar 200 veces: ‘Je ne parlerai plus en classe de français’. Yo repliqué: «¿200 veces?». Y ella me soltó: «¡400!». Yo le contesté: «Qué barbaridad», y ella, sin inmutarse, susurró: «¡600!». Ya no dije ni mu. La frase no se me ha olvidado nunca, claro.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Me gustaba ayudar a mi padre. Mi padre era contable y se traía trabajo a casa. Yo disfrutaba ayudándole a ordenar los contratos y cuando fui más mayor le pasaba escritos a máquina.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

Mosén Pedro Dosset o, como la conocíamos todos, la plaza de la Golondrina, en el Gancho. Allí, en el número 7, vivía mi abuela, y con ella estaba al volver del colegio hasta que mis padres venían a buscarme. Tenía un balcón a la calle y allí me pasaba el rato leyendo o jugando.

¿Qué es lo que más y lo que menos le gustaba de Zaragoza?

Me gustaba y me gusta todo. Es una gran ciudad y siempre he estado feliz de vivir en ella.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?

Haber aprendido música. La monja que nos daba esa asignatura decía que yo tenía muy buen oído y que mis padres me tenían que llevar a estudiar piano. Yo lo comentaba en casa, pero me decían que no era posible.

¿Era religiosa?

Nunca he sido muy religiosa. Aunque en el colegio te inculcaban mucho la religión, creo que en mi caso tenía efecto rebote. Nunca me han gustado las personas que predican la religión y que en su comportamiento diario hacen todo lo contrario. He sido siempre muy crítica con la hipocresía.

¿De qué modo le hizo sufrir el sentido del pecado?

Nos lo marcaban a fuego. Cualquier cosa que hacías te daba miedo, o pensabas en la condenación eterna.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

La monja portera miraba la largura de nuestros uniformes y en cuanto nuestra falda estaba un poco más corta de lo que ella decía nos descosía el doble y así nos íbamos a casa. A mí me lo descosió una vez.

¿Cuál fue su primer contacto con la muerte?

Desde pequeña el día de Todos los Santos acompañaba a mis padres al cementerio y les llevábamos flores a mis abuelos. Pero no era para mí un día triste. El primer contacto serio con la muerte lo tuve cuando murió mi abuela Josefa. Ella me crió y la quería mucho. Estaba embarazada de mi hija Iguácel y le hacía mucha ilusión ser bisabuela. Murió mes y medio antes de nacer mi hija.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Dando clases particulares de matemáticas. Siempre me han gustado mucho.

¿Hizo alguna locura o disparate que le guste recordar?

Era una chica muy seria. No recuerdo haber hecho locuras.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Audrey Hepburn.

¿Y la primera persona que, en la vida real, le provocó una emoción inolvidable?

No soy mitómana. Me han provocado emociones las personas a las que quiero.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

‘Soy de Aragón’. Le gustaba mucho a mi padre.

¿Qué libros le deslumbraron?

En casa de mi abuela teníamos toda la serie de ‘El Guerrero del Antifaz’. Me la sabía de memoria. Más tarde, el primer libro que me deslumbró fue ‘Tiempo de silencio’, de Luis Martín Santos.

¿Quiénes fueron sus grandes amigas?

Tengo muy buenos recuerdos de mis amigas del colegio. Especialmente de Avelina, Pili y Margarita. Aún las veo de vez en cuando.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué es lo que caló en usted con más fuerza?

La importancia de, como mujer, no depender de nadie para ser libre.

¿Por qué estudió Económicas?

Por casualidad. Iba a matricularme en Exactas cuando me encontré con una amiga que me dijo que iba a hacer Económicas. También me apetecía. Además, iba a ser la primera promoción y sin duda tendría muchas salidas.

¿Hay algún defecto que detectara en su infancia y que aún no ha logrado superar?

Creo que en el colegio era muy tímida, pero eso se me ha corregido con la edad.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?

Volvería a alguno de los veranos que pasábamos por la Costa Brava con mis padres, mis tíos y mis primos. Íbamos cada día a una playa diferente y eran veranos muy divertidos.

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