entrevista

Magdalena Lasala: "A los ocho años escribía obras de teatro"

Nació en Zaragoza. Escritora. Posee una formación multidisciplinar volcada en la creación literaria. Su producción abarca todos los géneros, con el reconocimiento de lectores y crítica. Es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis. En 2014 obtuvo el Premio de Las Letras Aragonesas.

Magdalena Lasala, con un año, se mira en el espejo
Magdalena Lasala, con un año, se mira en el espejo
M. L.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Fue una época de espera sabiendo que lo mejor estaba por delante y por venir.

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Yo reía mucho y en las fotos salgo seria. Lo que recuerdo es que era absolutamente observadora de mi entorno.

¿Se sentía rara, especial?

Distinta, de un modo natural y lógico. Yo, a los ocho años, era la directora del primer periódico del colegio y escribía historias y obras de teatro. En el recreo leía a mis amigas las hojas que había escrito la noche anterior. Hasta que se cansaban de oírme y tenía que encorrerlas para acabar.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?

Una monja me castigó, por hablar en clase, a pasar todo el curso fuera de mi pupitre, sentada en la tarima a los pies de su mesa, mientras daba las lecciones. Yo pensaba cada día que la monja era una cretina. Y saqué igual matrícula de honor en el curso.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Leer, incansablemente. También dibujar, a todas horas. Y por supuesto escribir, en libretas interminables, mis primeras ‘novelas’ de aventuras que también ilustraba con dibujos. Con todo eso me trasladaba a los mundos y las vidas que yo elegía.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

En la Gran Vía de Zaragoza, la calle de Félix Latassa, el gran bibliógrafo de las letras aragonesas.

¿Cuál es el episodio de su infancia o adolescencia que con más frecuencia vuelve a su memoria?

Mi madre gritando mi nombre desde la otra punta de la casa para que fuera a ayudarla en la cocina mientras yo, escondida en la biblioteca de mi padre, leía los libros que me había prohibido tocar.

¿Era religiosa?

Nunca me obligaron a ir a misa. Me gustaba la asignatura de ‘Historia Sagrada’ y estudié La Biblia como un fascinante compendio de mitologías, cuentos, personajes, símbolos y mundos que me encantaba explorar.

¿De qué modo le hizo sufrir el sentido del pecado?

Nunca tuve sensación de pecar, ni de culpa. Cuando me confesaba de niña, tenía que inventarme lo que el cura esperaba escuchar. La verdad de lo que yo sentía o pensaba me lo callaba. Pero nunca me hizo sufrir, ni una cosa ni otra.

¿Qué obsesión forjó claramente en esos años?

Preguntaba muy a menudo por mi hermana gemela y nadie lo comprendía. Yo quería saber dónde estaba esa otra que no era yo, y que estaba en la foto de la habitación de mis padres. A los diez años descubrí que esa foto que me obsesionaba era yo misma en un espejo. Pero la certeza de ser dos sigue persistiendo.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

A los doce años muchas de las monjas que aún me daban clase en el colegio se quitaron los hábitos y se iban a la terraza del Café Imperia, fumando y bebiendo, queriendo ser como todas las mujeres que habían descubierto su libertad. Eran los años 70.

¿Hasta qué punto influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’?

Me rebelé a lo mucho que eso pesaba para mis padres, y a mí no me importaba nada. Aprendí a distinguir pronto la necesidad de hacer algo por propia decisión, con independencia y no por reacción ante juicios ajenos, como una forma de sentirme a gusto conmigo misma.

¿Cuál fue su primer contacto con la muerte?

Recuerdo con cuatro años a un niño de seis, en un colegio preescolar al que yo iba cada día. Una profesora nos reunió a todos para contarnos que el niño se había tragado una chincheta y había muerto. Lo recordaba de otros recreos donde nos juntaban, como en ese momento, para cantar la canción del ‘Señor Don Gato’ que estaba sentadito en su tejado. Miré hacia un árbol y me pareció verlo allí.

¿Hizo alguna locura que le guste recordar?

Corrí algunos riesgos locos de adolescencia que me demostraron que el destino existe.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Me los conocía a todos, a los grandes del Hollywood glorioso. Mi madre había sido apasionada del cine y guardaba una colección maravillosa de los programas de mano de todas las grandes películas de los años 40 y 50 y fotografías de todos ellos. Yo pasaba horas entre aquel material fascinante.

¿Y la primera persona que, en la vida real, le provocó una emoción inolvidable?

Mi padre y mi madre. A los cinco años iba al colegio repitiéndome internamente que sería tan guapa como mi madre y tan inteligente como mi padre. Como si hubiera sido una forma de armonizarlos en mí.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

De muy niña, una genial: «Yo quiero ser el más veloz de los vaqueros / y en los peligros más terribles venceré. / Infatigable lucharé con los cuatreros y a /los hombres más valientes venceré».

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué es lo que caló en usted con más fuerza?

Ser yo misma.

¿En qué momento pensó a qué dedicar su vida?

Supe que había nacido para las palabras desde el primer momento en que empecé a enlazar las letras, a los cinco años. Las letras y las palabras fluían con naturalidad, porque «eso ya lo hacía yo en mi cabeza».

¿Por qué estudió tantas cosas: arte dramático, canto, derecho, periodismo, psicología?

Por curiosidad, por experimentar caminos, por el placer del conocimiento, por ambición de saber, y por un inconformismo insaciable. Por fin supe que toda mi formación diversa, anárquica, ávida de búsquedas, era una forma de dar vueltas alrededor de un solo objetivo: crear. La escritura entonces concentró toda mi energía.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?

A ninguno. Siento los recuerdos de infancia como estar en una sala de cine a oscuras viéndolos en una pantalla. Y luego salgo al presente.

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