Inés Martín Rodrigo: "Hay infinitas maneras de amar"

"Escribir me ha salvado de quedarme, literalmente, en el camino", dice la periodista, y ganadora del Nadal con 'Las formas del querer'.

Inés Martín Rodrigo posa durante el acto de celebración del Premio Nadal de novela
Inés Martín Rodrigo posa durante el acto de celebración del Premio Nadal de novela
EP

Inés Martín Rodrigo (Madrid, 39 años) se crio y vive entre libros y gracias a ellos. De niña disfrutó de los que su madre le descubría en el pueblo extremeño donde pasó su infancia. Con su memoria ha escrito 'Las formas del querer', novela ganadora del 78 Premio Nadal. Periodista al frente de la sección de libros del diario 'ABC', se dejó el alma en el empeño y acabó llorando de alegría con una ficción «que rezuma amor».

-El título sugiere que hay infinitas maneras de querer, ¿así lo cree?

-Hay tantas como seres humanos. El título debe definir qué es una novela y este lo hace. La novela muestra, a través de diferente personajes, las infinitas caras del amor: el de tu pareja, el del matrimonio hetero u homosexual, el de la amistad, que es una de las formas más bonitas del amor, pero también el fraternal, el amor por la naturaleza, por tus orígenes, por tu gente.....

-A Noray, su protagonista, le salva la literatura, ¿a usted?

-También. De quedarme en el camino, literalmente. Cómo Noray, sufrí una pérdida inconsolable que me dejó devastada. A punto de no seguir adelante. Me agarré a la literatura, a los libros que me descubrió mi madre, que murió cuando yo tenía 14 años y supe que quería ser escritora. Eso me salvó. Mi admirada Joan Didion decía que nos contamos historias a nosotros mismos para sobrevivir. Así fue siempre para mí. Las palabras escritas y leídas han sido mi mejor refugio. Creo en el poder reparador y terapéutico de la escritura, porque lo que no se nombra no existe.

-Pero insiste en que no es un novela autobiográfica.

-He confeccionado una colcha con retazos de mi memoria, con recuerdos familiares ficcionados hasta el extremo. Ni soy Noray ni protagonizo la novela, pero es inevitable que se filtren tus sentimientos. Noray, como yo, se enfrenta, al fin, a la novela que lleva tanto tiempo rehuyendo por el miedo a la verdad. Y descubre que la mejor forma de amar es ser fiel a sí misma.

-Homenajea a nuestros mayores, que nos anclan al pasado y al presente.

-Noray toma su nombre de esos postes de hierro en los que se amarran los buques en los puertos. Cuando mueren sus abuelos, Carmen y Tomás, toca fondo y no encuentra sentido a la vida. Homenajeo a los mayores no solo por lo que están pasando en los últimos dos años, también por lo que vivieron hace mucho. Algunos sufrieron la guerra y la posguerra y al final de su vida llega el hachazo de la covid. A veces se les desprecia, pero son nuestro ancla con la realidad y la vida. A través de ellos cuento parte de nuestra historia, desde la Guerra Civil al inicio del siglo XXI.

-Al margen de la pandemia, ¿vivimos tiempos tan oscuros como dice?

-Sí. Se han multiplicado los crímenes de odio. Estamos instalados en la confrontación permanente, en el estás conmigo o contra mí. Los ejemplos de nuestros políticos son más que cuestionables, con escenas de parvulario en el Congreso. La opinión pública está un poco desnortada. Sin referentes. Conviene pararse, recapacitar, escucharnos los unos a los otros. Volver a la palabra, y por tanto a la literatura.

-¿Se disfruta escribiendo sobre una realidad tan dolorosa?

-Escribir es un placer, por más que se cuenten cosas terribles y afloren los peores fantasmas. Lo he pasado muy mal. Ha sido tremendamente duro escribir la novela Llegué a la obsesión y a la compulsión. Tanto, que mi pareja quiso tirar el ordenador por la ventana. Puse una barrera cuando comprendí que me afectaba demasiado. Me he quitado piedras de una mochila muy cargada en el viaje iniciado hace 25 años cuándo murió mi madre, Aurora. El duelo no se cura, es una forma de vivir. Te acostumbras. Estoy aquí por ella y todo lo hago por ella. Incluida la novela. Lloré mucho, pero también me reí. Acabé llorando de alegría. Ahora sé que la alegría es un deber diario y me obligo a ser más feliz cada instante, como me pedía la editora Belén Bermejo, que nos dejó hace un año. El espejo de la literatura es el único que te devuelve un reflejo que nunca miente. Nunca te va a defraudar te diga lo que te diga, y eso es lo maravilloso de la literatura.

-¿A las escritoras les quedan techos de cristal que romper?

-Menos de los que tenían Carmen Laforet, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite, las primeras que se dieron contra el techo. Casi se rompen la cabeza pero siguieron adelante. Para las que vinieron y vinimos después y mucho después, el techo lo tenemos un poco más alto. Incluso no hay. Pero queda bastante para hacer.

-¿Abruma estar con ellas en el palmarés del Nadal?

-Abruma, asusta, y emociona. Es un sueño cumplido y sigo en una nube. Aún no me lo creo. Espero estar a la altura del premio más bonito que hay.

-Periodista a tiempo completo y escritora a ratos, ¿cambiará la ecuación?

-Espero que sí. Ahora me presentaré como escritora y periodista. El periodismo es un oficio absorbente y no da tregua. He descuidado mi vida personal y espero recuperarla, lograr el equilibrio.

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