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El astrofísico Juan Naya se atrevió a volar: la sala capitular de Sigena hecha película

El realizado mexicano Jesús Garcés, autor de 'Caravaggio', realiza una película onírica, un viaje en el tiempo y una investigación del monasterio

El niño Juan Emilio, un soñador, y su abuelo, en esa superficie líquida que ha imaginado Jesús Garcés.
El niño Juan Emilio, un soñador, y su abuelo, en esa superficie líquida que ha imaginado Jesús Garcés.
Archivo Juan Naya.

Acabo de ver la película ‘El sueño de Sigena’ del mexicano Jesús Garcés, residente en Roma y autor de ‘Caravaggio. El alma y la sangre’. El proyecto nació en la cabeza de Juan Naya, que antes fue el niño Juan Emilio que vivió seis años en Villanueva de Sigena, cuando su madre tuvo gemelos, donde disfrutó de una infancia hechizada al calor de su abuela. La abuela (y el abuelo también) le hablaba de muchas cosas, pero especialmente del monasterio de Sigena adonde iba a menudo a ver a las monjas; en una cestita les llevaba huevos, fruta, pan, lo que se terciase. Y siempre que iba la hacían esperar en una silla de la sala capitular, que ha sido definida como "la Capilla Sixtina del románico europeo".

Allí se quedaba literalmente embrujada, con lo que veía: representaciones llenas de color del Antiguo y del Nuevo testamento y una colección de retratos. Años después contaría a Juan Emilio algunas historias de lo que observaba: aquellos colores asombrosos, aquellos personajes bíblicos y aquellos paisajes que habría realizado hacia el 1200 un artista innominado, misterioso, al que se bautizaría como el Maestro de Sigena.

Juan Naya, astrofísico de la NASA durante años y ahora ejecutivo de un laboratorio farmacéutico, creció con aquellos cuentos, aquellas imágenes con un fondo de agua: el monasterio, un lugar abandonado de los Monegros, se había fundado en un espacio muy húmedo, cerca de una laguna con una isla en medio, como recuerdan José Luis Corral y otros especialistas. Fundado por la reina Sancha, que se retiró allí y se hizo monja, aquel lugar era una especie de centro de poder, de convivencia, de paso de viajeros y aventureros, con distinto linaje, de toda Europa.

El fulgor de la Capilla Sixtina del Románico.
El fulgor de la Capilla Sixtina del Románico. Albert Burnoz trabaja en los dibujos en Igualada.
Archivo Juan Naya.

Un día, Juan Naya entró en una librería de Barcelona y vio un libro, de generoso formato, de arte que se titulaba ‘Sigena’. Lo miró, lo leyó, lo repasó, foto a foto, y recobró, casi de golpe, las historias de su abuela, aquellas consejas donde hasta el viento parecía narrar historias extraordinarias. Descubrió las pinturas de la sala capitular del monasterio, y la búsqueda le llevó a querer saber más. Y aún le llevó al terreno de los imposibles: ¿podría recuperarse, aunque fuese de manera virtual, todo lo que allí había tras un incendio de dos días?

Andaba Juan Naya de búsqueda en búsqueda, y ya con ese afán en la cabeza, cuando su mujer lo llama y le dice que eso que él pretendía ya lo había hecho un joven de Madrid: Daniel. En vez de dejarse amilanar por la decepción, le escribió un email con belleza e interés. Y el joven Daniel González respondió: se podían hacer muchas cosas, pero el trabajo sería exigente. Intentaron reconstruir en 3D un arco de la sala capitular, invirtieron un mes completo y les costó 200 horas. Y luego hablaron con Pilar Cano y Juan Manuel Bote expertos del románico con vivienda y taller en Jaca, y ella le echó un jarro de agua ante la insistente petición de sinceridad: aquello parecían cromos. Cromos, dijo Pilar. Nada ver con los matices, la sutileza de las líneas y los fondos del arte románico. Juan Naya se quedó chafado y vio que tenía que seguir investigando.

Se fue a ver las Biblias de Winchester, donde siguió recabando información en un viaje sin duda iniciático que tenía algo de vertiginosa vivencia de la historia del arte, especialmente del románico, que iba asimilando como si hiciera un máster acelerado. De nuevo el azar acudió en su ayuda, en este caso merced a las pesquisas de su mujer, Mapi Domínguez (la película también habla de un amor sigiloso, discreto pero protector de ella hacia el Quijote pertinaz), vio cómo un experto de Igualada había sido capaz de hacer un trabajo como el que ellos andaban buscando. Albert Burnoz, que era el artista con alma de roquero, pensó como otros que Juan Naya estaba un poco chalado, aunque sucumbió a su poder de convicción y en un año fue capaz de dibujar todos los arcos y las figuras de la genealogía de Cristo.

Aun quedaban otras incógnitas: ¿cómo eran los muros? El azar, que nunca duerme o no descansa, puso al astrofísico de Sigena tras otra pista: ‘El Salterio de Melisenda’, otro libro de prodigios pictóricos de finales del siglo XII, que conoció y analizó en Londres. Con fortuna y justicia poética, el soñador Juan Emilio Naya, el mágico prodigioso, tan cervantino o servetiano como calderoninano, logró lo que tanto había soñado y en lo que había invertido más de diez años: devolver toda la luz y la beldad a la sala capitular del monasterio en un montaje virtual. La sorpresa final fue cuando contactó con un tallista, que dominaba el mudéjar, de Úbeda, la ciudad de Joaquín Sabina, Antonio Muñoz Molina y la librera Julia Millán, de Antígona.

Jesús Garcés con inmenso talento, llevado por su pasión por el románico, le dio forma a la película creó una plástica metáfora sobre el agua en un envoltorio onírico con la ayuda de un impresionante equipo: Xavier Atance, productor y guionista, y Gema Sanz; Andrea Motis, que firma con nota altísima su variada y bella primera banda sonora; la dirección de fotografía es de Carles Gusi; la dirección artística, de Mireia Carles. Y el resultado es soberbio y, en cierto modo, inverosímil: uno de esos ejemplos donde la realidad es tan imaginativa y tan rica en matices, que participan de la obstinación y de los gozosos vaivenes del sueño, que vence por goleada y por asombro a la ficción o a la imaginación. ‘El sueño de Sigena’ es, sobre todo, una declaración de amor a Aragón, a los Monegros, a los antepasados, y un ejercicio de generosidad en el que se reivindican muchas cosas: el cine como forma ideal para contar y mostrar la pintura y sus oficios. Y de trasfondo, pero eso ya lo habrán deducido, queda la personalidad de Juan Naya, obsesivo, perfeccionista, laborioso e incansable. El astrofísico que lo dio todo por un sueño.

El tallista Pablo Luis Martos de Úbeda y Juan Naya, ante el primer artesonado reconstruido del techo.
El tallista Pablo Luis Martos de Úbeda y Juan Naya, ante el primer artesonado reconstruido del techo.
Archivo Juan Naya.

Al Gobierno de Aragón y a nuestras instituciones habría que pedirles la misma audacia: podría instalar en un montaje virtual toda la Sala Capitular en la planta 00 del IAACC ‘Pablo Serrano’ (y lo convertirían en un espectáculo inefable para todos los públicos) o en el Museo de Zaragoza.

La película ha costado 805.000 euros, y no ha contado con apoyos de Aragón, (o si los ha habido han sido exiguos): podría devolverse el gran favor a este equipo increíble y a la fuerza del destino con un gesto así, que, según Juan Naya, no sería caro porque ya está todo hecho. Y sería una moderna lección de arte, de patrimonio, de historia, de pasión y de belleza.

LA FICHA

‘El sueño de Sigena’. Una idea de Juan Naya. Dirección: Jesús Garcés. Guión: Xavier Atance y Gema Sanz. Fotografía: Carles Gusi. Dirección artística: Mireia Carles. Banda sonora: Andrea Motis. Producción: Bénecé Produccions y Dreamgital Creative Works. Estreno: Sala 16 de los cines Aragonia, el pasado martes, 9 de noviembre.

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