literatura

Carmen Laforet, aquella escritora fugitiva que siempre se sintió atraída por Zaragoza

La autora de 'Nada', que cumple un siglo, escribía en los monasterios de Veruela y Piedra y pasaba visita aquí con un dentista.

Uno de los retratos más conocidos de Carmen Laforet, que cumpliría el 6 de septiembre 100 años.
Uno de los retratos más conocidos de Carmen Laforet, que cumpliría el 6 de septiembre 100 años.
ARH. C. L.

Carmen Laforet (Barcelona, 1921- Majadahonda, 2004) es uno de los grandes nombres de la literatura española del siglo XX. Deslumbró a la crítica con 'Nada', la historia de una joven estudiante, Andrea, que no hallaba su sitio y que percibía las agresiones del mundo sobre ella, el desasosiego, la búsqueda, el vacío, el persistente afán de libertad y rebeldía. Carmen fue un aldabonazo en las letras españolas, como lo fue Cela con 'La familia de Pascual Duarte'. A la vez fue una mujer misteriosa, escurridiza, inadaptada y dolorosamente inconformista.

Fue una escritora de éxito, alabada y admirada; fue la esposa de un hombre de letras, crítico literario, escritor y director de periódicos como Manuel Cerezales; fue madre de cinco hijos, dos de ellos escritores, Agustín y Cristina, y fue sobre todo una mujer un tanto a la deriva. Anna Caballé e Israel Rolón-Barada han reeditado su espléndida biografía –'Carmen Laforet. Una mujer en fuga'. RBA, 2021. Edición revisada y ampliada. 637 páginas– y en ella se ve una criatura vulnerable, envuelta en silencio, huraña a veces, laboriosa, sí, pero también enigmática. Encerrada en sí misma. Sufre mucho, viaja, tiene amigos, pero rara vez halla su sitio ni su destino ni una atmósfera de paz.

Artículos y cita con Zapater

Carmen Laforet publicó artículos y cuentos en HERALDO, y fue entrevistada desde Zaragoza el domingo 27 de febrero de 1955 y también, largo y tendido, por Alfonso Zapater el 10 de enero de 1967, tras inaugurar el día anterior el Curso literario del Ateneo. Tuvo algunos grandes amigos aragoneses: la novelista Rosa María Cajal (1920-1990) , que fue un tiempo una colaboradora muy directa suya, hasta que se rompió su amistad, y Ramón José Sender, con quien se escribió desde los años 60 hasta la muerte del autor oscense, que la invitó a dar charlas en Estados Unidos y le buscaba clases en la universidad. Esa amistad intensa, literaria y teológica cristalizó en el epistolario ‘Puedo contar contigo’ (Destino). A Sender quizá no le hubiera importado algo más: se hallarían en Madrid en 1974, compartirían veladas con otros escritores, saldrían a pasear juntos y al final, tras salir del ascensor del hotel, Carmen no aceptó la invitación del escritor para seguir charlando en su habitación. En una de sus epístolas, Carmen le decía: "Qué tú vengas a España y yo me entere hoy es algo que no me perdono (…) Desde Zaragoza te escribí la última vez en noviembre. No sé si te llegó mi carta (…) Voy a hacer un artículo sobre tu llegada para Destino, para darte mi bienvenida particular".

El vínculo de Carmen Laforet con Zaragoza, por varias razones, fue constante. En su novela ‘Nada’ habla del deseo de hacer un alto en el camino en la ciudad. "Comeremos en Zaragoza, pero antes tendremos un buen desayuno –se sonrió ampliamente–; le gustará el viaje, Andrea". Andrea es la protagonista del libro.

Veruela, Piedra y el dentista

En 'Carmen Laforet. Una mujer en fuga', Caballé y Rolón anotan sus viajes y estancias. Tras la intensa relación con la tenista Lilí Álvarez, en quien se inspiró para escribir ‘La mujer nueva’, se traslada al monasterio de Veruela, como habían hecho hacía casi un siglo los hermanos Bécquer: "Laforet todavía se desplaza a Veruela desde Madrid en octubre del 57 para descansar de un verano en el que ha estado ella sola con los niños (y las dos sirvientas). Busca concentración para su novela, porque el tiempo corre». Y corrió en vano. "En el monasterio de Veruela se la trataría con gran hospitalidad, gracias a su amistad con el padre Arrizabalaga. Allí conversó de religión con jóvenes seminaristas, pero… del avance de su novela no hay noticias", se dice. Lilí Álvarez fue clave en su conversión religiosa y vivieron una relación de amor y amistad que se diluyó cuando ella tuvo a su quinto hijo.

En noviembre de 1959, tras conocer a Carlos Barral y a Juan Marsé, fue a la ruta del Piedra. "En noviembre, como era su costumbre pactada con Cerezales de tomarse el mes para escribir, hizo un nuevo intento de terminar su novela. Esta vez fue al monasterio de Piedra viaje de nuevo financiado por Lara, que disponía de habitaciones para visitantes y peregrinos. A su alrededor no había más que campos y, sobre todo, un gran silencio. Se alojó en una pequeña celda de paredes blancas y escribía con una bolsa de agua caliente debido al intenso frío reinante. Recurrió al minilip para concentrarse. Pero la dureza del clima (llovió constantemente) y el viento silbando por los kilométricos corredores del monasterio cisterciense la hicieron enfermar y decidió regresar a Madrid, de incógnito".

En abril de 1967 alterna la residencia entre su casa de la calle O’Donnell, la de Rosa Cajal y la de Cercedilla, y dicen sus biógrafos que "viaja a Zaragoza porque ha encontrado allí un dentista a su gusto", y desde ese momento vendrá a menudo porque es alguien que "le inspira más confianza que los de Madrid". Años más tarde, tras empaquetar sus cosas, vuelve de nuevo y se plantea: "¿Y por que no instalarse en Zaragoza?". En noviembre de 1973 está de vuelta. "Permanece en la ciudad, alojada en el Gran Hotel, cerca de un mes".

Luz Campana, profesora y amiga de Sender, la vio el 8 de junio de 1974 y la definió como "nítida como una estatuilla de plata, serena, tranquila, pero firme como la mujer de genio que es".

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