POESÍA ARAGONESA. 'ARTES & LETRAS'

Casi un diario en verso, desparpajo e ironía de Juan Marqués

El poeta y crítico zaragozano publica 'Diez mil cien', premio Hermanos Machado, y hace recuento de la realidad y los sueños desde la mitad de la vida

Juan Marqués publica 'Diez mil cien'.
Juan Marqués es poeta, crítico literario y editor de numerosos autores.
Nerea Serrano.

Juan Marqués (Zaragoza, 1980) es un letraherido permanente. Durante años fue un embajador de amigos y poetas en la Residencia de Estudiantes y, es, radicalmente, un lector que escribe, un escritor que observa la vida, la suya, en particular, y le encuentra ángulos, miradas, sensaciones. Es editor, comisario de exposiciones, prescriptor constante de libros y de autores, y hasta ‘Diez mil cien’, libro galardonado con el X Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, había publicado cuatro poemarios: ‘Un tiempo libre’, ‘Abierto’, ‘Blanco roto’ y ‘El cuarto de estar’, poesía transparente y breve, en la órbita del minimalismo y quizá de la llamada poesía del silencio. 

Quería siempre decir más con menos a partir de la contención, la elegancia, el dominio de la metáfora y de la capacidad de extraer oro, emoción y exactitud de lo que veía a su alrededor y dentro de sí.

En ‘Diez mil cien’, Juan Marqués ha dado un giro. Usa poemas más largos, ofrece composiciones más narrativas, y crea una suerte de poemario que podría ser un dietario en verso, un cuaderno de impresiones de la existencia tal como viene. Han cambiado muchas cosas: sin ser exuberante o torrencial, ha dejado atrás aquel laconismo de antaño y se expande y fluye en diversas direcciones, y entona un canto a la vida y al yo desde la afirmación de la individualidad, sin narcisismo ni aspavientos.

Juan Marqués habla del yo al nosotros. O habla del yo al yo, con ironía, se cuenta y cuenta lo que ocurre: sus viajes a Toulouse o Burdeos, donde monta una exposición de Max Aub, reflexiona desde algo parecido a la mitad de camino, en ‘Crisis de los 40’, a la vez que medita sobre Benjamín Jarnés y una posible vida paralela entre ambos: “Acabaré exiliado, con demencia / y un mundo irregular, / una obra sabrosa pero aburrida a ratos / al fondo del paisaje cultural”.

A Juan Marqués, y en eso quizá no haya cambiado, le sirve todo. La contemplación, las cosas de cada día, un día de playa en San Sebastián, una tarde de cine, repleta de sensaciones, con sus hijos. Todo le anima su imaginación, como se ve en ‘Escrito junto a un árbol’, donde se sitúa un poco fuera del mundo y de la masa, en un espacio propio y elegido, “a la intemperie”.

“Me dan ganas de entrar  
y quedarme a vivir en el tejado 
al modo del fantasma de la ópera,  
aullando por la noche a voz en grito  
versos de Garcilaso”.

Todo el poemario tiene una coherencia peculiar. Es épico y lírico, es sentencioso (es gracianesco con la falsa levedad del desparpajo) y más o menos escéptico, levanta acta de un tiempo a la deriva y mísero, acumula una finísima melancolía que se aleja de la añoranza y tiene de fondo una corriente constante de desenfado, humor, hasta parodia de uno mismo. Juan Marqués huye de lo solemne, y aquí parece que incluso lo haga con un ritmo nuevo, de verbena al atardecer, más eléctrico, no sé si centelleante. “Yo siempre me he reído de la muerte / pero, por descontado, de la mía, / jamás de la de otros. (…) Yo no puedo perder mi soledad, / es lo mejor que tengo: cuando no tenga nada seré libre”.

El autor también mira hacia el pasado, hace recuento, se define, explica cómo vive y recuerda, como se ve en el ‘Villancico ante la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza’, que es una pequeña maravilla, el retrato de un estudiante que contiene el tamaño de los sueños, algunas esperanzas, muchas decepciones, bastante desinhibición y burla, algunas críticas y un implícito reconocimiento, tras el balance de luces y sombras. “Creo que aproveché vuestras lecciones, / pero en aquellos pasillos, / dentro de otra ciudad”. Es un estupendo poema que la Universidad debería imprimir y regalar a los alumnos que empiezan a estudiar Letras. Por lo menos a ellos. Quédense con estos versos: “Me dan ganas de entrar / y quedarme a vivir en el tejado / al modo del fantasma de la ópera, / aullando por la noche a voz en grito / versos de Garcilaso”.

También dan ganas de quedarse a vivir en este libro. Y de tenerlo muy cerca. Con sus sentencias, a su modo Marqués no renuncia a diversos niveles de búsqueda de la trascendencia, con sus intuiciones, con su belleza tranquila, con su lucidez, con sus coqueteos con la realidad y el sueño, o con esos fogonazos de verdad que vivimos a diario en cualquier estación del mundo: “O caminas o lees, amiguete”. Juan Marqués hace las dos cosas.

Juan Marqués publica 'Diez mil cien'.
Portada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.
Archivo Heraldo.

UN POEMA DE 'DIEZ MIL CIEN'

VILLANCICO ANTE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

(para José-Carlos Mainer)

Están pensando en demoler el edificio

donde fui más ingenuo y más feliz.

Ayer fue 24 de diciembre: hace frío

y está todo vallado, con precinto:

no se puede acceder.

Tenía la ilusión de contemplar

otra vez sus pasillos,

su madera podrida,

los achaques del yeso,

su ilustre decadencia, que es la nuestra,

pero me quedo fuera, a la intemperie,

sobre un césped que antaño era más verde.

Pasé mi juventud analizando

poesía nefasta y prestigiosa,

y fue fenomenal.

Mi infancia son recuerdos del vacío:

tengo mala memoria,

pero mi adolescencia es un archivo

de alta filología, una ofrenda a Gracián.

Mis novias de esos años se llamaron

Fortunata y Jacinta,

tuve miles de amigos,

de Manrique a Coetzee,

y una sola obsesión.

Qué malo era el café,

qué deplorables las instalaciones

y cuánto disfrutamos.

Yo amanecía siempre

sobre sus escalones,

franqueando su entrada,

que ahora que lo pienso tiene forma

de portal de Belén:

a ver si nace alguien

y se pone debajo

en plan escudo humano,

brillando en los escombros

de una sabiduría

que no fue para tanto.

A ver si alguien acierta a preservar

todo aquello que fuimos,

aunque sea tan poco

y haya acabado así,

tan joven todavía y ya elegíaco.

Me dan ganas de entrar

y quedarme a vivir en el tejado

al modo del fantasma de la ópera,

aullando por la noche a voz en grito

versos de Garcilaso.

Todo lo que hemos hecho queda dentro

de estos viejos ladrillos:

la yod y La Araucana: la alegría;

tantas horas leyendo

El Conde Lucanor,

el Guzmán de Alfarache,

libros maravillosos

que no releeremos

ni bajo la amenaza de torturas.

No escribí, por supuesto, ni un poema:

entonces era aún un alma pura

y no hacía esas cosas.

Ay, vieja facultad, cuánta pobreza

había en tu esplendor, qué simples fuimos

creyéndote inmortal, definitiva:

únicamente fuiste decisiva

para nuestra experiencia,

no para la Cultura,

que sobrevive sola;

fuiste constitutiva en realidad,

pero para mi cuerpo,

para mi corazón,

que han querido volver por Navidad.

Perdonadme, columnas,

bibliotecas, apuntes, profesores:

he dicho que fue aquí

donde fui más feliz,

y ni siquiera eso

tiene mucho que ver con la verdad.

Creo que aproveché vuestras lecciones,

pero en otros pasillos,

dentro de otra ciudad.

LA FICHA

'Diez mil cien'. Juan Marqués. X Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. Fundación José Manuel Lara. Colección Vandalia. Sevilla, 2020. 65 páginas. 

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