cine

Gonzalo de Castro: "La acumulación excesiva siempre es sospechosa"

Protagoniza 'La maldición del guapo', donde da vida a un pícaro estafador que trata de recuperar el cariño de su hijo, además de dar un nuevo golpe.

Un fotógrama del tráiler de ‘La maldición del guapo’, dirigida por Beda Docampo Feijóo.
Un fotógrama del tráiler de ‘La maldición del guapo’, dirigida por Beda Docampo Feijóo.
HA

La pandemia ha podido trastocar muchas cosas, pero no las intensas jornadas de promoción a las que, de cuando en cuando, se ven sometidos todos los actores. Y Gonzalo de Castro (Madrid, 1963) no es una excepción. El intérprete lleva desde las nueve de la mañana atendiendo llamadas para hablar de 'La maldición del guapo', su última película. "Ya no sé ni qué contestar", bromea. Escrita y dirigida por Beda Docampo Feijóo, en ella da vida a un pícaro que quiere recuperar el cariño de su hijo y dar un último golpe.

-¿Qué le sedujo del proyecto?

-Me atrajo fundamentalmente el guion. Como guionista, Beda me parece absolutamente brillante. Me sedujeron no solo las tramas sino cómo estaban defendidas, el lenguaje que utiliza... Cuida mucho las palabras que pone en boca de los actores, no hay nada burdo, ni grueso, ni barato, ni grosero. Es una comedia elegante o alta comedia.

-¿Quizá el mejor plan para volver a la normalidad?

-Yo creo que sí. Hemos preparado una ensalada de verano con un polito de limón para volver a esta fase tramposa de la 'nueva normalidad', que yo todavía no sé lo que es porque yo lo que quiero es que me den mi normalidad, la de antes. Creo que la película es estupenda porque incita e invita al espectador a volver al cine. Hay que perder los nervios, los miedos, y hay que empezar a recuperar las calles, a recuperar la vida, las ganas, la determinación de ir al cine. Hoy, una sala de cine es un sitio más seguro que un parque, que un autobús, y es veinte veces más seguro que el metro. Y qué mejor para olvidar esta pesadilla que una comedia que te dibuje una sonrisa.

-¿La picaresca no pasa de moda?

-No, y menos en un país como éste. Es cierto que hoy en día esa elegancia que muestra la película se va perdiendo. Desgraciadamente sigue habiendo mucho vivo, mucho caradura y mucho listo en unos tiempos que son más violentos. La película, en cambio, remite a un lugar mucho más amable. El protagonista es un pícaro que te va envolviendo como una serpiente y te va engañando con una sonrisa. ¡Al final te la ha metido doblada y no te has dado ni cuenta! Pero ahora el nivel de violencia y de caraduras es repugnante. Esta película habla de un truhan, un señor, como diría Julio Iglesias, al margen de la ley, que se mueve en el filo de la navaja, pero que tiene cierta clase y te acaba cayendo simpático.

-Y que, dice, nunca ha estafado a los pobres. ¿Quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón?

-Yo creo que en cierto modo sí. Si uno roba porque tiene que comer, eso no es ni un delito, pero en este caso que la estafa va dirigida a ese matrimonio de joyeros al que dan vida Carlos Hipólito y Cayetana Guillén-Cuervo, con esa frivolidad, ese tipo de gente que vive en la riqueza y la opulencia, tras un muro al que nunca se asoman, que no se interesan por la vida del otro, pues para mí Umberto es casi Robin Hood y si te han robado, pues te jodes. Además, la acumulación excesiva siempre es sospechosa.

-Eso sí, cambiar no parece haber cambiado mucho.

-Es que los canallas nunca cambian. Uno no se puede escapar de lo que es. Quiero decir, tú le puedes poner literatura, pero al final el agua busca el cauce. Yo creo que eso nos pasa a todos, al final no cambia nadie, y esa historia de «voy a cambiar» no es más que un ejercicio de seducción para que el otro te acompañe, pero uno no termina nunca de dejar sus vicios y sus manías.

-Y el actor, ¿es un farsante?

-Hombre, claro. Cuando uno va al teatro, va a que lo engañen. Está claro. Tú te sientas en una butaca y sabes que eso es una convención, que lo que vas a ver no es real, pero aún así te emocionas... Esa es la magia. En ese sentido, soy una farsa, por supuesto.

-Ha dicho alguna vez que solo se siente realmente cómodo en el teatro.

-El teatro para mí es la expresión más noble que tiene un actor. El teatro es en tiempo real, no permite distracciones, te exige una concentración y un compromiso y una entrega brutales. Lo haces frente a un público que ha decidido pagar un dinero para ver esa liturgia casi misal. Y eso a mí me hace volar. Yo desaparezco cuando estoy en un escenario y defiendo un personaje. En el cine y la televisión de momento no me ha pasado.

-¿Cree que hemos aprendido algo del confinamiento?

-Me temo que muy poco. Es que cada uno va a su bola. Esto es un sálvese quien pueda. Es triste pero es mejor no engañarse. Al final cada uno tiene sus urgencias, sus incendios. Que no nos cuente la publicidad que todos vamos a estar mejor porque es mentira, esto es una máquina de picar carne.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión