Ocio y Cultura

yo de arte no entiendo. 'artes y letras'

Todopoderoso Medem

De una cita desaprovechada y del cine poético del director en los 80 y 90: 'Vacas', 'La ardilla roja', 'Tierra' y 'Los amantes del círculo polar'

Un fotograma de 'Los amantes del círculo polar'.
Archivo Heraldo.

Me encantaría tener la historia, esa anécdota perfecta que me llevara a escribir, de una manera circular, sobre la pasión que siento por el cine que Julio Medem hizo en los años 90. Habría sido maravilloso que aquella noche en Zarautz mi cobardía no me hubiera impedido transmitirle mi devoción plena por lo que estaba haciendo, y que eso me hubiese llevado a conectar con él de un modo mágico, que hubiéramos llegado a colaborar, a hacer algo juntos —sigue soñando—. Pero no. Yo estaba ebrio por los excesos con el pacharán, tenía 24 años, iba con mi amigo David y lo único que queríamos saber era dónde seguía la fiesta en ese pueblo cuando los bares cerraban. Joder, Julio, ¡qué casualidad! ¿Cómo va eso? ¿Qué haces tú por aquí? Oye, ¿qué queda abierto ahora?

Años atrás, tuve la suerte de encontrar la felicidad sin quererlo. Simplemente paseaba por el Coso de Huesca y me detuve para ver las carteleras. Anunciaban 'Vacas' su primera película. No tengo ni idea de qué fue lo que me llamó la atención, pero fui a verla. Era otro lenguaje, otra forma de contar una historia sencilla de envidias, odios, pasiones y violencia. Digamos que todo parecía formar parte de un realismo cotidiano absolutamente irreal. La gente no se comporta así, no habla así. Frases que en mi boca habrían sonado llenas de vulgaridad, se convertían en poesía por el tono, por el contexto, por la respiración y la música. Y otros diálogos, cargados de una dulzura poética irresistible por su estructura y significado, estaban dichos como en la cola de un supermercado de barrio. ¿Cómo se hacía eso? Yo quería vivir allí.

Después llegó ese excitante sentimiento: el deseo, la desconfianza, la expectación. Se anunciaba su nuevo estreno, 'La ardilla roja', y tenía pánico de ir al cine y que me decepcionara, sufría por él, sentía miedo a su fracaso porque podía ser el mío como espectador. Yo solo ansiaba estremecerme una vez más, conmoverme con ese anhelo de experimentar en mis carnes su irrealismo poético. Pero sabía que en algún momento se descubriría el fiasco. Me equivoqué, afortunadamente. Volvió a rozar el cielo con una historia de misterio y sexo, que seducía por su emocionante estilo propio, capaz de mantener mi vello erizado durante todo el metraje.

Volvió a pasarme durante toda la década. Llegó 'Tierra' y mi miedo se convirtió en satisfacción. Llegó 'Los amantes del círculo polar' y mi sufrimiento se convirtió en adoración. ¿Cómo era posible mantener ese horizonte de belleza? ¡Y no solo mantenerlo, sino superarlo! ¿Cómo era posible tener esa personalidad, ser dueño de semejante autenticidad y voz propia? Además de rodearse de sus actores fetiche (Carmelo Gómez, Emma Suárez, Karra Elejalde, Nancho Novo…) y de introducir nuevos ídolos (Najwa Nimri, Fele Martínez), había una serie de constantes que permanecían inmutables: el encanto de los capicúas, la lírica de los diálogos, el temor al abismo, la lucha entre cobardía y valentía, el amor ardiente… Todo para crear esa sensación de entrar en un único universo en el que ocurrían infinidad de cosas. Todo para crear la sensación de volver a hacerte sentir en casa.

Fue entonces cuando Medem ascendió directo a mi Olimpo particular. Yo quería ser uno de sus personajes, usar sus palabras en mi día a día, habitar cada instante de su poesía. Fue su década centelleante. Y no me importó que el contrato que debió pactar con el diablo solo le permitiera divinidad en sus cuatro primeras obras, porque habían quedado para siempre en mi retina como obras maestras del cine. Estaba borracho de amor.

 ¿¡Qué suerte me llevó a cruzarme con él en aquel parking subterráneo guipuzcoano!? ¡Qué desgracia haberme comportado como un verdadero gilipollas…! Supongo que recibí lo que merecía. Julio, en un impulso brillante de justicia, nos mandó a una discoteca carretera de Bilbao. Estaba llena, precisamente de ese tipo de gilipollas, y tuvimos que volvernos al campin de nuestra escapada. En ese momento pensé en él. Claro que sí. Bien por ti, valiente.