Picasso, el reproductor de arte (8)

Después del 'Guernica'

Todo ha cambiado en la vida de Picasso y nada ha cambiado, en realidad, porque a nivel afectivo no ha hecho sino añadir un capítulo más a su historial de separaciones, en medio de la indiferencia que parece inspirarle el mundo de los sentimientos frente al ejercicio de su arte, que en realidad lo es todo.

Picasso pintando 'El Guernica'.
Picasso pintando 'El Guernica'.
Heraldo

Lo que más admiraba Picasso de Gustave Courbet era que sus cuadros mostraran a personas corrientes en actitudes realistas, ajenas al academicismo de la época. Es comprensible su empatía hacia este tipo de pinturas, dado que él desde sus orígenes también había encarnado el antiacademicismo y había reproducido a la gente del pueblo. Durante las etapas azul y rosa había pintado ancianos, mendigos, prostitutas, bohemios, gentes del circo…

De Courbet siempre le había atraído especialmente, aparte del famoso “El taller del pintor” -que encarnaba uno de sus temas preferidos: el pintor y su modelo-, el cuadro “Señoritas al borde del Sena”, pintado en 1857. La obra nos muestra a dos mujeres descansando a orillas del río. Las interpretaciones del cuadro han sido muchas, las cuales trascienden lo que se muestra en la imagen. El carácter abierto de la escena nos permite imaginar qué hacen allí las mujeres, si han acudido solas o alguien, ausente de la imagen, las ha acompañado hasta el lugar. Lo único que sabemos por el título del cuadro es que nos encontramos en verano, lo cual nos transmite una sensación de indolencia y de sensualidad matizada.

En cambio, el cuadro de Picasso del mismo título, pintado en 1950, es totalmente ajeno a esas impresiones de quietud y erotismo. Es más bien una agresiva explosión de colores. Las mujeres tendidas apenas son figurativas, parecen más bien un amasijo de figuras geométricas donde predominan los triángulos de los vestidos, rojos y azules vivos frente al naranja apagado y el blanco de las prendas de Courbet. Da la impresión de que el autor hubiera querido abolir, destruir el original.

El 3 de noviembre de 1954 Picasso recibe la noticia de la muerte de Matisse. Durante los meses anteriores se ha separado de Francoise Gilot y ha comenzado una nueva relación con Jacqueline Roque; ha dejado la villa La Galloise de Vallauris y se ha instalado en la villa La Californie de Cannes. Todo ha cambiado en su vida y nada ha cambiado, en realidad, porque a nivel afectivo no ha hecho sino añadir un capítulo más a su historial de separaciones, en medio de la indiferencia que parece inspirarle el mundo de los sentimientos frente al ejercicio de su arte, que en realidad lo es todo.

La bacanal de Poussin, 1632, reproducida por Picasso en 1944.
La bacanal de Poussin, 1632, reproducida por Picasso en 1944.
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La muerte de Matisse le impresiona profundamente, ha sido su rival, el único pintor contemporáneo al cual el narcisista Picasso consideraba un igual. Por eso, quizá, y por la ambición de ambos, sus relaciones han sido intensas pero distantes. Se han visto en muchas ocasiones desde aquella primera visita de Matisse al Bateau Lavoir, acompañado de Gertrude Stein.

A lo largo de 1954, Picasso visitará también a Matisse varias veces en su domicilio de Niza. El pintor se encuentra postrado en la cama, rodeado de papeles de colores que todavía recorta para entretenerse en la enfermedad. Alrededor hay plantas exóticas y palomas que emiten un gorjeo continuo.

Es una pena que se desconozcan por completo las conversaciones entre ambos pintores, sobre cuyo contenido ambos guardaron silencio. Una de las pocas declaraciones de Picasso a la muerte de su rival fue que “Matisse le había dejado en herencia sus odaliscas”. Era, evidentemente, un legado espiritual. La mujer había sido el gran tema en la obra de ambos artistas.

Por aquel entonces, Picasso ya tenía en mente su próxima reproducción artística: las “Mujeres de Argel” de Delacroix, que comienza solo un mes y medio más tarde de la muerte de Matisse, superada ya la separación de Francoise, el 13 de diciembre de 1954.

Hasta el 14 de febrero de 1955 realizará 14 pinturas inspiradas en el cuadro de Delacroix, para las cuales utiliza gran cantidad de dibujos y bocetos. Le apasiona especialmente la odalisca del narguile, la cual ve parecida a Jacqueline Roque, quien le sirve de modelo.

Durante los dos meses, los cuadros pasan por múltiples versiones. Hay personajes que aparecen o se esfuman, mujeres que se desnudan y se visten, ventanas que estaban y desaparecen, colores, fuentes de luz que alumbran distintas zonas de las imágenes. Picasso disfruta enormemente del tema y se advierte en todos estos cambios, que obedecen al puro disfrute de crear, más allá del resultado final y del sentido que este cobre.

Retrato del pintor Jorge Manuel Theotocopuli de El Greco, 1605, reproducido por Picasso en 1950.
Retrato del pintor Jorge Manuel Theotocopuli de El Greco, 1605, reproducido por Picasso en 1950.
Heraldo

La gama de colores es matissiana, como también la calma, la voluptuosidad, el lujo. Resulta curioso constatar que después de la serie “Mujeres de Argel, Picasso continuará pintando cuadros de Jacqueline vestida de turca, como si la ficción del cuadro decimonónico hubiera conquistado su realidad cotidiana, o como si no pudiera desligarse de esa ficción y lo imaginado se tornara real, dejando al descubierto la representación, la tramoya del teatro.

Según Pierre Cabanne, la siguiente incursión de Picasso en la reinterpretación de los grandes maestros del pasado viene impelida por la nostalgia de su tierra natal: España.

Se trata de “Las meninas” de Velázquez, de las cuales Picasso pintará una nueva serie de cuadros entre el 17 de agosto y el 30 de diciembre de 1957. El autor ha cumplido setenta y seis años, y probablemente recuerde las veladas en el museo del Prado con su padre, don José Ruiz, que le mostró por primera vez a Velázquez a finales del siglo XIX, siendo todavía un niño. O cuando visitaba el museo de adolescente, haciendo novillos de las clases en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

El caso es que “Las meninas” de 1957 profundizan en la idea de la representación, del escenario teatral, el cual ya se anticipaba en las “Mujeres de Argel”, pero ahora cobra todo su sentido debido al propio tema del cuadro de Velázquez. Las mujeres que componen la imagen están posando y, al mismo tiempo, actúan su propia vida, se presentan en una escena domestica que está viva, como si un director de cine imaginario hubiera pronunciado la palabra “acción” y un fotógrafo inexistente hubiera tomado una instantánea del rodaje.

Siguiendo con el símil, Picasso se limita a pintar, al igual que Velázquez, el momento, el escenario, la foto fija. Pero, a la par que hace esto en un cuadro de gran formato en blanco y negro, toma también “fotos pictóricas” de la infanta Margarita y del resto de los actores de reparto, así como del propio Velázquez pintando la escena que se desarrolla frente a ellos: los reyes de España posando para su pintor de cámara.

Hay, por tanto, un engaño, que es lo que más interesa a Picasso: las meninas posan, pero no posan, porque quienes lo hacen en realidad son los reyes que están frente a ellas.

Los cuadros fueron pintados en la villa La Californie de Cannes, en estado de silencio absoluto. Durante los días que duro su interpretación velazqueña Picasso prohibió o redujo al mínimo las visitas, que controlaba cual cancerbero de comedia Jaume Sabartés.

Una semana fue presa del agotamiento, entre el 6 y el 14 de septiembre, y sintió la necesidad de pintar algo diferente. Pintó las palomas posadas en el balcón de la villa, con la fronda del jardín y el mar de fondo. Son cuadros sencillos, donde prima la tranquilidad. Predominan las grandes manchas de color al estilo Matisse, quien también está presente en la temática: las palomas, el verde de las plantas…

A partir del 14 de septiembre pintará otros 19 cuadros que nos muestran por separado a la infanta Margarita, a sus damas, al bufoncillo que juega con el perro. En su interpretación, Picasso aporta variaciones, cambia la postura de las figuras, forma grupos irreales que no existen en el cuadro: a la ficción velazqueña se superpone la imaginada por el intérprete.

El 2 de diciembre vuelve a cansarse y deja de nuevo las meninas. Pinta plantas de su jardín y un retrato de Jacqueline. Este hecho, sin importancia aparente resulta, sin embargo, de gran importancia para comprender la obsesión de Picasso por pintar: cuando su mente se satura y no puede seguir adelante, no abandona el trabajo y descansa, como haría cualquiera, sino que opta por seguir trabajando, aunque pinte motivos más simples que le requieran un menor esfuerzo técnico.

El último cuadro de la serie “Las meninas” es un retrato de la infanta en tonos grises, verdes y rosas. Lo pinta el 30 de diciembre de 1957 a modo de despedida. Lo que sorprende de este conjunto pictórico es la cantidad de enfoques o técnicas diferentes, que no dejan de ser pruebas y errores, como si el artista buscara deliberadamente un modo de expresión idóneo y no lograra encontrarlo. La evidencia de este método de la prueba y el error es que, de los dos grandes cuadros de conjunto que reproducen el de Velázquez, uno está pintado en rojos, verdes y azules y otro en blancos y negros, como el “Guernica”.

Si en las “Mujeres de Argel” Picasso quería celebrar a las mujeres, con “Las meninas” surge de lleno la idea del autor frente a su obra y presente en ella: Velázquez, en este caso, con quien Picasso se identificará, al igual que con el resto de los maestros del pasado, de los cuales se considera heredero e intérprete.

Prueba de lo anterior es el hecho de que, al menos en la versión en blancos y negros, Velázquez se convierte en un gigante que duplica en tamaño al resto de las figuras.

En otra de las interpretaciones picassianas, que llegará años más tarde: la de “El almuerzo en la hierba” de Manet, se juntarán los dos motivos anteriores: la mujer y la representación teatral o cinematográfica.

Pero lo que prima, tanto en la serie “Mujeres de Argel” como en “Las meninas” y “El almuerzo en la hierba” es la conversión de la pintura en un relato en imágenes. Los personajes cambian de postura, se visten o se desnudan, aparecen en escena o desaparecen de ella. El pintor se aproxima a su rostro o se aleja. En definitiva, Picasso se transforma en un narrador.

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