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Fallece el pintor y maestro bilbilitano del grabado Mariano Rubio a los 92 años

Hijo adoptivo de Tarragona y Calatayud, pintor, escultor y ceramista, recibió en el año 2000 el premio Aragón-Goya.

El grabador Mariano Rubio, durante la inauguración de una de sus exposiciones.
HA.

Mariano Rubio encontró el arte la razón de su existencia, el camino de una acuciosa sensibilidad y la materia, real y onírica, con la que pretendía transformar su entorno. Este artista que aspiró a todo fallecía este lunes en Tarragona, la ciudad que lo acogió pronto como artista y como profesor, a los 92 años. Su currículo está lleno de honores: era hijo adoptivo de su ciudad, Calatayud, donde nació en 1926, y de Tarragona. En 1991 la Generalitat de Cataluña lo reconoció como ‘Mestre del Gravat’ y en el año 2000 recibió el Premio Aragón-Goya de grabado, una distinción que le llenó de orgullo y de íntima satisfacción: al fin y al cabo el maestro de Fuendetodos era una de sus grandes maestros y le rindió numerosos homenajes.

Mariano Rubio vivió el arte en su casa. Su padre era fotógrafo y tenía un taller de dibujo, y su madre dominaba la técnica del lápiz y el carboncillo. Él se formó a su amparo y, en un viaje a Zaragoza, descubrió el impacto del grabado, en el que destacaría desde muy pronto, sobre todo a través del aguafuerte y de la aguatinta. Aunque ya era artista, con nervio y entusiasmo, se trasladó a Barcelona en 1951, a la Escuela de Bellas Artes de San Jorge, y allí se licenció. Barcelona fue como un aluvión de incitaciones y de magisterio de creación para aquel joven lleno de deseos y dispuesto a la búsqueda constante. Como Pablo Serrano, Mariano Rubio iría decantándose por un tema central: la inagotable condición humana, en todas sus variaciones y laberintos.

Creador de mundos

Amplió estudios en París, y pronto demostró que tenía una inmensa curiosidad y una gran necesidad de expresión, la vehemencia del que se atreve con todo. Eso explica que Mariano Rubio sea algo más que un grabador, asunto que le ha preocupado mucho y sobre el que ha investigado y teorizado: es un grabador, con oficio, paciencia e inspiración, es un escultor, un ceramista y un pintor, capaz de trabajar las texturas, crear mundos poderosos y matéricos y abrir vínculos con los circuitos electrónicos y con algunos experimentos científicos. A lo largo de los años, ha hecho un poco de todo y ha sabido cabalgar en la figuración y la abstracción de manera muy natural. Le han interesado la tauromaquia, los paisajes urbanos, rurales e industriales, Goya, la energía de los rostros, la Antigüedad vinculada a Tarragona y a la Bílbilis de su infancia y adolescencia. A su Bílbilis, porque nunca dejó de regresar a ella.

Mariano Rubio trabajó mucho y con pasión, con reflexión, con una increíble entrega. Su producción, en todas las disciplinas, figura en museos y galerías e instituciones. Con motivo del premio Aragón-Goya fue objeto de una gran exposición en el Pignatelli. Pertenece a la Real Academia de Bellas Artes de San Luis. Era un artista intenso y laborioso, abrazado a su pipa, dispuesto siempre a emprender nuevas travesías y a asumir retos. Su obra ha sido estudiada por Manuel Pérez-Lizano y Cristina Gil Imaz, por citar algunos aragoneses que lo han seguido de cerca, pero su gran amigo y su compañero más literario ha sido José Verón Gormaz: le ha dedicado muchos textos, han colaborado en catálogos e incluso en monografías. Se han entendido en la palabra, en la acción y en el sueño.