gastronomía

El regalo de Navidad de varias generaciones que ahora cuesta encontrar

Las anguilas de mazapán devuelven a la Navidad de la infancia, por muchos años que hayan pasado.

Las anguilas de mazapán son un regalo de abuelos a nietos y de jóvenes a sus mayores.
Las anguilas de mazapán son un regalo de abuelos a nietos y de jóvenes a sus mayores.
Toni Galán

Un caballito de cartón, una muñeca de trapo, unos recortables, dos naranjas, un sillón de mimbre... esos eran algunos de los regalos que recibían los niños aragoneses de hace décadas. También las anguilas de mazapán, o "culebrillas" como las llamaban en algunas casas. Hace justo 100 años, en la Navidad de 1923, se anunciaban en las páginas de este periódico como "un regalo fino" de la confitería de Victorino Zorraquino, en el Coso de Zaragoza.

A pesar de que ha pasado un siglo, este dulce, además de estar en el recuerdo colectivo de la sociedad, también brilla en estas fechas en el mostrador de pastelerías artesanales y tiendas de ultramarinos. "Es un producto que llama bastante la atención", resaltan en Horno Ismael, en la capital aragonesa. Desde luego, tanto por su brillante cobertura como por las coloridas frutas que parece custodiar el alargado animal. Desde esta semana compiten en admiraciones con los turrones. Año tras año, los clientes acuden a su cita con la tradición y compran estos dulces.

En unas ocasiones se trata de abuelos que lo regalan a sus nietos, aunque también se da la historia al revés: jóvenes que se lo regalan a sus mayores. Así, es un billete de viaje para regresar a la infancia, por muy mayor que se sea. No obstante, cuentan que antaño solo llegaba a las mesas de las casas más pudientes.

"Elaboramos el mazapán con harina de almendra y azúcar a partes iguales y lo hacemos en crudo, con claras de huevo", explica Augusto Aladrén, pastelero de Horno Ismael. "Se debe amasar el tiempo exacto para que la mezcla no quede dura, porque se resquebraja, ni blanda, ya que se deshace", matiza este artesano, con más de tres de décadas de experiencia en este obrador de la calle de Juan José Lorente.

El siguiente paso es darle el característico aspecto. Tras hacer un churro, se enrosca, se da forma a la cabeza y unos cortes en el lomo. De ahí, al horno. Una vez cocidas, se decoran con frutas confitadas, se pintan con almíbar y se rematan con otros detalles, como las filigranas que Aladrén dibuja a mano con una manga pastelera.

A pesar de que se elabore en hornos aragoneses y que gocen de tradición, cuando se indaga sobre su origen la mayoría de las voces señalan a Toledo y de ahí se extendieron al resto del país. Precisamente, en esta ciudad castellana se encuentran anguilas rellenas de yema o de cabello de ángel. A pesar de que se relaten varias versiones para su historia, todas se remontan a la Edad Media.

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