¿Usted llegó al mundo del vino o el mundo del vino llegó a usted?
Las dos me valen. Mi padre fue bodeguero en Fuendejalón y cuando tenía unos 6 años nos fuimos a vivir a la casa de la cooperativa. Así que vivía en la bodega y fue ahí donde me entró el gusanillo y decidí irme a estudiar a Requena. Entonces el vino no estaba tan de moda como ahora, aunque en cada pueblo hacían el suyo, que lo vendían como podían.

¿Qué siente cuando está en el campo?
Cuando paseo por una viña, entre las cepas, me siento feliz. Si sale un día luminoso con un ligero cierzo siento nostalgia, me acuerdo de mucha gente. También alegría y siento que mi profesión me ha dado mucho. Si cuando terminé los estudios me hubieran dicho que soñase y lo escribiera en un papel, me hubiera quedado corto.

Hace unos días recibió el Gran Cinve, ¿qué supone?
Me da la impresión de que me recuerdan que tengo 73 años, pero estoy muy contento, como cuando recibí el de Vinos de Aragón. Un premio siempre se agradece: significa que no lo estás haciendo mal y que se acuerdan de ti. Amo esta profesión una barbaridad.

‘Vino’ y ‘vida’ comparten letras, pero en su caso casi es lo mismo.
Para mí el vino lo es todo, mi profesión se ha convertido en afición, algo que no sé si es bueno o malo. Colecciono botellas de vino en la casa de mi abuela y pateo mercadillos en busca de libros antiguos especializados. Aunque he bajado el listón, me divierte venir a la oficina por la tarde para catar y hablar de vino con amigos.

¿De qué se puede hablar con una copa en la mano?
Es una bebida social hecha por el hombre, para el hombre y que le acompaña desde que alguien descubrió que si se pisaban las uvas y se dejaban fermentar, era una bebida que tonificaba y daba alegría. Puedes darte un lujo algún día, pero los que estamos en la carretera sabemos que hay que controlarse.

¿Con quién le gustaría brindar?
Esta semana con mi hijo Jorge, que ha sido premiado en el Salón Gourmets de Madrid, y con algunos que ya no están, como el gran enólogo aragonés Luis Gasca. Y con Pérez Reverte, a quien sigo en sus artículos y libros.

¿Se parece el vino de cuando empezó al de ahora?
Ha cambiado mucho. En Aragón hoy se beben unos vinos fabulosos. La calidad de nuestros vinos se adaptó a la demanda, en especial a la exportación.

¿Qué es lo que más le gusta del vino aragonés?
Hay unas posibilidades tremendas: nuestro clima es bueno para el viñedo, las inversiones de las bodegas han sido importantes, también la formación del equipo humano... Aragón ha tenido una proyección muy grande.

¿Qué futuro le espera al sector?
Va a seguir. Todo aquello que acompaña al ser humano durante millones de años no se cae de un día para otro, pero habrá que adaptar los estilos de vino a los nuevos consumidores, a la gente joven que le gusta, pero hay que fidelizarla. Tal vez sean vinos con menos alcohol, que se puedan alternar, más baratos, con un sabor dulce con carbónico... Los vinos de mantel se van a mantener porque cada vez se hacen mejor.

A pesar de que se adapte, siempre se retoman variedades, como moristel o parraleta.
Se ha recuperado prácticamente todo lo que casi se había perdido y se les trata mejor. Se debe mimar la uva, no solo como ponen en los libros sino como merece cada una. Las autóctonas triunfan más que las de fuera. Por ejemplo, la garnacha siempre ha estado y cada día está mejor. Hay un asunto que me molesta: cuando la garnacha no estaba de moda era "aragonesa" y ahora parece que es de todos sitios menos nuestra y tenemos que reivindicarla. Entonces era mala y alcohólica...

Ya lo dijo don Mendo: "¡Fue el maldito Cariñena, que se apoderó de mí!".
Ese era el concepto hasta hace muy poco tiempo.