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El Caballo Blanco se reinventa con la familia que lo llevó toda la vida

Esta cafetería de la calle San Miguel de Zaragoza ha regresado con su picoteo clásico y con una carta cargada de novedades.

Ana Cristina Mayayo muestra algunas de las especialidades de El Caballo Blanco.
Ana Cristina Mayayo muestra algunas de las especialidades de El Caballo Blanco.
Alejandro Toquero

La cafetería El Caballo Blanco (c/ San Miguel, 51) de la plaza San Miguel ha vuelto a recuperar en los últimos meses el brillo que tuvo durante los años en los que la familia Mayayo Solana que lo fundó estuvo al frente del establecimiento.

En 2008 se jubilaron los últimos familiares que llevaron el negocio, que se ofreció en traspaso, hasta que hace seis meses Ana Cristina Mayayo y sus dos hermanos tomaron de nuevo las riendas para levantar un local que había perdido buena parte de su esencia en los 12 años que estuvo en otras manos.

“No queríamos que se perdiese esta histórica cafetería que abrió nuestra familia en 1964, así que nos hemos vuelto a poner al frente”, cuenta Ana Cristina, que ahora dirige la cocina con su propio estilo. “Sigo haciendo la receta de las míticas empanadillas de bonito y el punto de las croquetas también lo he cogido, pero el resto es de mi cosecha”.

La barra está cargada de argumentos para el picoteo, un síntoma de que hay mucha rotación. Desde el desayuno con las torrijas y las rosquillas, “que nos las quitan de las manos”, al picoteo informal con los montaditos de jamón y de bacalao ahumado con eneldo, o las raciones de ensaladilla rusa y albóndigas, el movimiento es constante.

Eso sí, la barra ha perdido parte del ajetreo que tuvo durante muchos años, en los que había dos o tres filas de personas esperando para pedir. “Ahora prefieren la terraza, es lo que nos ha dejado la pandemia, la gente disfruta mucho más al aire libre”, cuenta Ana Cristina.

La lista de novedades culinarias va a seguir creciendo en las próximas semanas porque “nos hemos dado cuenta de que si te paras y no innovas lo tienes difícil para atraer a nuevos clientes”. De ahí que hayan aparecido los bocadillos de pan de cristal en los que se combinan ingredientes dulces y salados, y también se ofrecen croquetas de más sabores. “Las de chistorra con huevo frito y de calamares en su tinta están triunfando”, asegura la cocinera, que lleva idea de ofrecer llamativas ensaladas y tostadas.

La que también ha llegado para quedarse es la torrija que El Caballo Blanco presentó esta Semana Santa al certamen Gastropasión. “Nos las han quitado de las manos”, confiesa Ana Cristina.

La torrija recibe el nombre nube de abril. En su apariencia no destaca por nada especial. Son sus ingredientes y, especialmente, el pan de Calaceite (Teruel) los que la hacen diferente. Queda muy esponjosa, sin apenas corteza, lo que hace que en la forma se asemeje a una embarcación. El acompañamiento perfecto es una especie de merengue francés de café que aporta un contrapunto de sabor y textura muy interesante.

Otros clásicos que no han desaparecido de la barra son la tortilla de patatas y las bravas caseras. Además, se pueden degustar buenas raciones de jamón como antaño. “Llegó a haber dos cortadores –recuerda la propietaria–, uno en la bodega y otro en la planta calle; era una barbaridad la cantidad de jamón que se vendía”.

Precisamente, la bodega es uno de los iconos de la cafetería que quieren recuperar los tres hermanos. “Es un espacio muy bonito al que nos gustaría dar una nueva vida; estamos pensando en crear una asociación gastronómica para que se pueda utilizar para catas, cursos o algún evento”.

Ya se verá, pero lo que está claro es que El Caballo Blanco, “con su buen café, las cañas bien tiradas y la comida casera”, ha regresado para quedarse.

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