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Bar Teruel, el guiño a su tierra de una familia que emigró a Grañén tras la Guerra Civil

Cristóbal Ocón y Miguela Andrés abrieron el establecimiento en 1945. Llegaron a Los Monegros por la agricultura, cuando se quedaron sin nada en su pueblo natal, Rubielos de la Cérida.

La familia Ocón, en el bar Teruel, en Grañén.
La familia Ocón, en el bar Teruel, en Grañén.
Heraldo.es

De la vega del Jiloca a Los Monegros. Cristóbal Ocón y Miguela Andrés emigraron desde su pueblo natal, Rubielos de la Cérida, a Grañén cuando la Guerra Civil les dejó sin nada. Entre los vecinos de la localidad turolense se corrió la voz de que allí había trabajo en el campo y, junto con este matrimonio, fueron otros también los que empezaron allí una nueva vida en la década de los 40.

Aunque la idea inicial era dedicarse a la agricultura, la pareja encontró un local céntrico y a buen precio donde empezaron una actividad económica diferente. Allí comenzaron vendiendo naranjas y fruta en general, y también vino y otros productos de la tierra que se demandaban por aquella época. Tras varios años complicados, por el contexto social de la época, alrededor del año 45 abrieron en aquel lugar el bar Teruel y en el piso de arriba construyeron la vivienda familiar. Pronto llegaron sus tres hijos y solo uno de ellos, Pepe, se quedó en Grañén para seguir con el negocio. Contaba con solo 16 años cuando se puso detrás de la barra para evitar que sus padres cerraran el negocio. Sus hermanos se iban a estudiar a Barcelona y él lo dejó para poder coger el relevo.

"Desde hace unos años, los domingos hacemos tapas un poco sofisticadas para la hora del vermut. Hay semanas más flojas pero por lo general es algo que funciona"

Ahora es el nieto de los fundadores, José Manuel Ocón, quien está al frente del bar, tras la jubilación de sus padres, Pepe y María Jesús. Es la tercera generación de esta familia de emprendedores que en todo este tiempo ha ido capeando varias crisis y sobreviviendo en un pueblo que, como sucede en la mayoría, cada vez está más despoblado. “Hay un hotel, dos restaurantes, mi bar y dos o tres más. Demasiados para lo pequeño que es el pueblo”, confiesa José Manuel. 

Pero con el esfuerzo y trabajo de él y su mujer, Ana Andrade, el bar Teruel se mantiene después de casi 80 años abierto. Con los años sí que se han ido haciendo cambios para adaptarse a la demanda. Así, en tiempos se daban comidas y cenas pero ahora, aunque la cocina sigue estando y tienen la licencia para usarla, solo se preparan almuerzos y bocadillos. “Desde hace unos años, los domingos hacemos tapas un poco sofisticadas para la hora del vermut. Hay semanas más flojas pero por lo general es algo que funciona”.

Lo que también funciona y les ha salvado la vida últimamente, sobre todo en plena pandemia del coronavirus, es la amplia terraza que pueden desplegar en la plaza contigua. “Hace muchos años aquí estaba el antiguo cine, que se derribó, quedando un gran espacio”, rememora José Manuel. Su bar, además, está en el centro de todas las gestiones de Grañén, junto al banco, en frente del centro de cultura, cerca de la escuela… “El local está pagado desde hace años y vivimos justo encima. De no ser porque no tengo esos gastos, no sé si hubiéramos podido aguantar”, asegura.

José Manuel se incorporó al bar en 2012, aunque, como sucede en los negocios familiares, siempre había estado echando una mano a sus padres en las épocas de más trabajo. Pero cuando le tocaba, se fue a Zaragoza a estudiar un grado de Delineación durante dos años. En aquella época era el boom de la construcción y, después de hacer prácticas en la capital, encontró empleo en un estudio de Huesca, donde trabajó durante diez años.

Pero llegó 2009 y, con la crisis, su empleo se truncó y nunca volvió a trabajar en aquel sector. Al mismo tiempo, sus padres se iban haciendo mayores y al ser su único hijo, volvió definitivamente a casa para ir tomando el relevo del bar. Para saber si la historia se repetirá con una cuarta generación todavía es pronto. José Manuel y Ana tienen dos hijos y el mayor, que ya tiene 13 años, está muy implicado con el bar. “Yo le digo que estudie porque tal y como está el panorama será lo mejor para él”.

Por el momento, José Manuel se levanta cada mañana para subir la persiana de su bar a eso de las seis con la misma ilusión de hace diez años. En este tiempo ha podido ver cómo su clientela cambiaba, sobre todo a raíz de la pandemia. “Justo antes se estaba quedando un poco envejecida, porque venían muchas personas mayores a jugar a las cartas. Pero con el virus, algunos fallecieron y otros han cogido miedo y ya no vienen”, relata el dueño de un rejuvenecido bar Teruel, también conocido como bar Ocón, para que el apellido no se pierda.  

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