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El bar La Rosa, en La Puebla de Híjar, sobrevive gracias a su fiel clientela

Mientras las ayudas económicas no llegan, este establecimiento se nutre de los cafés, desayunos y almuerzos que Marta sirve a los vecinos más asiduos.

Marta López tiene 44 años y regenta el bar La Rosa, un negocio familiar en La Puebla de Híjar.
Marta López tiene 44 años y regenta el bar La Rosa, un negocio familiar en La Puebla de Híjar.
Heraldo

El bar La Rosa, en La Puebla de Híjar, sobrevive gracias a su fiel clientela

Mientras las ayudas económicas no llegan, este establecimiento se nutre de los cafés, desayunos y almuerzos que Marta sirve a los vecinos más asiduos.

Cuando Marta López heredó el bar que sus padres regentaban de toda la vida en La Puebla de Híjar nunca pensó que le tocaría vivir una pandemia mundial. Por suerte, el local es suyo y al tratarse de un negocio familiar gestionado entre ella y su marido, no hay nóminas que pagar.

Aunque no son pocos, sus gastos son los menos posibles, lo que ayuda a sobrellevar una situación en la que, según dice Marta, de momento solo les están ayudando sus clientes más fieles. “Sobrevivimos a base de quienes vienen a echarse una cerveza y a tomar el café”, asegura. Mientras tanto, sobre otro tipo de subvenciones sólo ha oído promesas.

El bar La Rosa está en el barrio de la estación de La Pueblo de Híjar, es el único en esta zona del pueblo y su punto fuerte son los desayunos y los almuerzos. A diario, trabajadores del polígono o grupos de señoras pasan por allí. También dan comidas, sobre todo con platos combinados, y se preparan bocadillos, tanto para consumir en el local como para llevar.

Un servicio de recogida, este último, que se presta a raíz de la covid. “Vimos que había demanda así que invertimos en los envases y vasos desechables y empezamos a servir cafés y comida para llevar”, explica Marta.

Pero esta no ha sido la única inversión que la pandemia ha obligado a hacer en el bar La Rosa. La más fuerte ha sido de 1.700 euros, los que ha costado instalar una terraza exterior con toldos para ofrecer un espacio más cómodo al aire libre. “Lo hicimos sobre todo pensando en las temporadas en las que solo se permite dar servicio en terraza”, dice.

El tema del aforo, por su parte, no ha sido un gran problema para el bar de Marta. “En los pueblos como este, donde no llegamos a los mil habitantes, casi nunca se llena el establecimiento. Ni con pandemia ni sin ella”, reconoce.

Y es que si sacar un negocio adelante en esta época es ya de por sí complicado, todavía lo es más en el medio rural. Al menos, desde la experiencia de Marta, cuyo bar está sufriendo más que nunca las restricciones de movilidad. “Aunque entre semana solo venga gente del pueblo, los fines de semana hay más movimiento con los que vienen de Zaragoza”, explica. Unos visitantes, estos, que prácticamente no han podido desplazarse hasta esta localidad de la provincia de Teruel desde el verano.

Su ausencia se nota en el volumen de trabajo que Marta y su marido tienen en el bar. “En circunstancias normales, un sábado se sirven entre 30 y 35 almuerzos. Ahora, el día que más, estamos dando diez”, confiesa. “Con suerte, alguna que otra vez, un encargo grande de bocadillos para empresas te salva el día”, añade.

Así, café a café y caña a caña, el bar La Rosa va tirando gracias a una clientela que entra por goteo. Para eso es fundamental que el establecimiento esté abierto prácticamente siempre. “Abrimos de lunes a domingo de siete de la mañana a seis de la tarde, aproximadamente”, explica Marta, para quien el bar es su casa. Lo es porque se ha criado allí y por las horas que ahora, a sus 44 años, pasa en él, y también porque físicamente, el local está en los bajos de su residencia. “Lo único que perdemos por estar abiertos todos los días es nuestro tiempo y para eso lo tenemos”, explica Marta, quien tiene claro que bajar la persiana no es una opción.

Al menos, no de forma voluntaria porque, a veces, por las circunstancias sanitarias, le toca cerrar sin querer. “Ahora mismo estamos cerrados por confinamiento preventivo, debido a un brote de contagios importante en La Puebla”, narra.

Con resignación, porque para qué frustrarse, Marta y su marido, que viven en la localidad con sus dos hijos, van capeando una situación que esperan termine cuanto antes. “Las cuentas van saliendo, pero muy justas”, confiesa. Y es que aunque no tenga un préstamo o alquiler fijo que pagar todos los meses, los gastos nunca son pocos cuando los ingresos escasean.

A los habituales, como la cuota de autónomos, los recibos de luz y agua o las tasas, Marta tiene que sumar en tiempos de coronavirus los gastos derivados de las medidas de seguridad. “Las mascarillas, los geles hidroalcohólicos, los productos desinfectantes de limpieza… Todo cuenta”, enumera.

En contraprestación y como ventaja de tener un negocio en un pueblo, no tiene que pagar cuota por terraza, algo que nunca se ha cobrado en La Puebla. Además, este verano, el Ayuntamiento llevó a cabo una acción en la que invitaba a los vecinos a participar en una serie de pruebas online cuya recompensa eran vales para consumir en negocios locales. Fruto de ello, en el bar de Marta se gastaron unos 200 euros pagados por el consistorio.

Después de un verano bastante bueno y unas navidad regulares, Marta ya tiene la vista puesta en la primavera. Se muestra optimista y en su bar ya se está viendo algo más movimiento gracias a su ubicación, en plena vía verde Val de Zafán. “Van viniendo grupos de amigos o familias que recorren en bici este camino y hacen aquí una parada”, explica.

Y es que solo con esta actitud se puede sobrevivir a un invierno en el medio rural, especialmente duro a causa de la pandemia.

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