REAL ZARAGOZA

Entrenamiento en el gimnasio con un entrenador embalsamado

Velázquez volvió a dirigir este miércoles al Real Zaragoza tras una jornada y media de descanso, a 96 horas de la siguiente cita en Valladolid. El técnico mantuvo una singular charla con el lesionado Cristian Álvarez. 

Los balones, juntos y quietos en mitad del campo de entrenamientos del Real Zaragoza, en esta mañana de miércoles.
Los balones, juntos y quietos en mitad del campo de entrenamientos del Real Zaragoza, en esta mañana de miércoles.
José Vidal

Miércoles raro en la Ciudad Deportiva. El Real Zaragoza volvió a trabajar después de día y medio de fiesta y con solo un suave entrenamiento pos partido, el lunes por la mañana, después de la hecatombe que supuso la derrota por 0-1 ante el colista Amorebieta en La Romareda en la noche del domingo. 

Fue un entrenamiento atípico. Se advirtió a la prensa, que solo puede entrar habitualmente a los primeros 15 minutos cada día, de que hoy todo iba a ser más rápido. Los jugadores se ejercitaron en un rincón durante un breve espacio de tiempo con unas gomas, activando músculos diversos, antes de pasar todos al gimnasio de la Ciudad Deportiva. Esta vez, los balones estaban juntos, amontonados en la línea central del campo de ensayos, en la banda del fondo. Quietos. Iba a ser una mañana de interiores. De carga física y, de paso, muchas charlas bajo techo. 

Antes, Julio Velázquez, un entrenador que se encuentra en una situación anómala, con aires de destituido pero aún en activo hasta al menos el duelo del sábado próximo en Valladolid, mantuvo una de esas charlas a ojos de todos sobre el césped. Fue con el capitán y lesionado Cristian Álvarez. A solas. Habló siempre en técnico. Gesticuló y se le vio interesado en que se viese y se intuyese esa plática desde la distancia de la zona de los medios de comunicación. Álvarez, el capitán, hace meses que no habla en público. No es como Zapater. Al argentino, el club no lo puede utilizar como flotador cuando las cosas se tuercen y los colmillos del fútbol amenazan con crisis de hondura en el club. 

Velázquez tiene aire de entrenador embalsamado. No ha sido despedido de forma fulminante, como ya ha sugerido el zaragocismo en dos partidos consecutivos, Villarreal y el domingo ante el Amorebieta, dos de los colistas de la liga a los que no supo ganar el Real Zaragoza, ni siquiera marcarles un triste gol. Pero es muy difícil que pueda darle la vuelta a la situación compleja y negativa en la que él es la punta de lanza de una mala praxis futbolística que tiene al equipo hundido, justo en el mismo sitio donde lo recogió hace tres meses cuando vino a relevar a su antecesor, Fran Escribá

El ambiente era de silencio monástico. Se oía la brisa. Levemente, también las indicaciones del preparador físico. Nada más. Las caras largas son demasiado largas. Se respira tensión, responsabilidad. Juan Carlos Cordero y sus ayudantes llegaron a la Ciudad Deportiva a las 10.10, con 20 minutos de antelación al entrenamiento. El director deportivo, junto al director general, Raúl Sanllehí, están tratando de buscar una salida más o menos coherente a este nuevo lío que tienen en el seno de la entidad, del vestuario. Velázquez ha salido rana. Y, con estos condicionantes tan poco propicios para la normalidad, se está preparando la cita del estadio de Zorrilla, en apenas 96 horas. 

Francho está ausente por un traumatismo en la cadera, sufrido ante el Amorebieta, que tiende a dejarlo fuera del episodio 'sui géneris' que acontecerá en Zorrilla. Como también serán bajas ahí, por acumulación de amarillas, Mouriño y Mollejo, el listado de chicos del filial para ocupar el papel de secundarios o figurantes ha aumentado: Pau Sans, Vaquero, Juan Sebastián, Cuenca, Barrachina y Terrer (este, juvenil, llegó a debutar el último día de forma extemporánea). 

Ha sido el inicio de una de las semanas más raras de esta era del Real Zaragoza en Segunda División. Con el equipo 14º y ya más cerca de los puestos de descenso a Primera RFEF que de cualquier otra aspiración más noble. Y con el entrenador embalsamado. Todo muy extraño. Como esperando a que lo que está roto se arregle solo. 

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