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Los pros y los contras del método de Velázquez

El Real Zaragoza ha adquirido unos modales futbolísticos rocosos y mecanizados. Es difícil de ganar, pero tiene dificultades para superar a los rivales por falta de mando.

Velázquez, el domingo, cambia de táctica mediada la segunda parte y da consignas a Mollejo y Mesa.
Velázquez, el domingo, cambia de táctica mediada la segunda parte y da consignas a Mollejo y Mesa.
Prensa2

Diez partidos cumplió ya el método de Velázquez en Éibar. Un tramo redondo que permite una evaluación con cierta consistencia, una vez establecidas las primeras pautas firmes que fluyen de su puesta en escena y sus objetivos jornada a jornada.

El contexto, una de las doce palabras favoritas del argot dialéctico de Velázquez, es fundamental para establecer la vara de medir actual. Julio llegó el 20 de noviembre al Real Zaragoza para recoger un equipo en caída libre, de manos de su antecesor, el superado Fran Escribá. La última dote de la herencia consistía en ocho partidos de liga seguidos sin ganar más la eliminación copera a manos del Atzeneta, de Tercera RFEF (5ª categoría). Un verdadero desastre. Es más, Escribá sumaba un solo triunfo (en Andorra) en sus últimos 11 partidos. Grave fue semejante racha. Más grave fue que desde la sala de mandos se la dejase engordar tanto y no se cortara con mayor celeridad, como requerían los hechos al menos un mes antes de la decisión definitiva.

Julio Velázquez tuvo, en tales circunstancias, un mandato supremo: parar esa sangría cuanto antes, detener aquel despeñamiento que había llevado al Real Zaragoza desde el liderato hasta el puesto 14º. Y, pese a empezar con un traspié doloroso, pues su debut fue con una derrota por 1-0 en Albacete con un gol encajado pasado ya el minuto 90, el paso de las semanas ha certificado que el técnico castellano ha cumplido su primera misión, la principal.

En estas diez jornadas bajo su libreto, el equipo ha puntuado en ocho y ha perdido en dos, la última anteayer. Ha pasado de perder a menudo a ser difícil de derrotar.

Pero, más allá de este asunto –clave, ciertamente, para evitar problemas mayores en un año que empezó lleno de ilusión con cinco victorias en las cinco primeras jornadas, un espejismo–, Velázquez no está logrando elevar el vuelo del equipo, ni en la propia tabla clasificatoria (es hoy el 12º), ni en la seducción de su fútbol, ni en la consolidación de los marcadores en forma de victorias con cierto hábito. Empata en exceso.

El vallisoletano tiene el respeto generalizado de la afición por su importante papel del flotador en tiempos de naufragio. Pero cada día que pasa, su plan genera más chirridos por la falta de iniciativa creativa, por la escasez de presencia en las áreas rivales y por las dificultades que muestra el equipo para gobernar los partidos.

Y eso que, en La Romareda, como local, su Real Zaragoza ha cuadrado una racha positiva: victorias ante Leganés, Andorra y Sporting de Gijón y empate contra el Levante. Pero fuera, donde en sus credenciales aparecen dos partidos más disputados por razones de calendario, este Zaragoza ha caído dos veces y ha empatado cuatro. Es decir, no ha sabido ganar. Esto, si se contempla que se ha visitado al colista Amorebieta, al vicecolista Alcorcón, al novel Eldense o al Albacete que pisa en la zona de descenso, aumenta la importancia de las carencias que impiden imponerse a los rivales.

Rocoso y mecanizado

El Real Zaragoza ha pasado a ser con Velázquez un equipo rocoso y mecanizado. Con Escribá, en el inicio del curso, los graves errores en la portería arruinaron las intenciones, parecidas, que tenía el primer técnico del curso por lograr un Zaragoza de hormigón en defensa. Su zaga (de cuatro jugadores, ordinaria, siempre) blandeó en muchos momentos claves. Y surgieron perjuicios en forma de pérdida de puntos, en especial en los últimos tramos de los partidos. A Velázquez, el fichaje de Badía le ha otorgado los avales que le faltaron a su colega.

El nuevo técnico apostó enseguida por una defensa de cinco piezas, con tres centrales. Dijo que era eventual, pero se ha quedado como fija de inicio. Así, además de hacer hueco a Mouriño (pecado mortal de Escribá no contar apenas con el cedido del Atlético de Madrid), ha poblado de soldados la muralla defensiva propia. Vistos los resultados, es uno de sus aciertos. El equipo se ha adecuado bien a este sistema tan específico. Por ahora, sirve.

Con este punto de partida, Velázquez ha logrado encajar pocos goles. En cuatro de sus duelos la portería se quedó a cero. En cinco, solo recibió uno. Y solo el Levante, en La Romareda, le marcó dos. Este parámetro es garantía de puntuar mucho a largo plazo. Por eso su juego gira en torno a que pasen pocas cosas. Quiere partidos largos. En busca del error rival. Son partidas de ajedrez en muchas fases. La belleza es secundaria. Incluso prescindible. Puro pragmatismo.

Aun así, su plan de minimalismo futbolístico tiene fugas. En tres ocasiones, del feísmo asumido (es moneda común en la liga y se sugiere públicamente por él que hay que admitirlo como bueno si es útil para sumar) surgieron goles favorables, el 1-0 a favor: en los campos del Espanyol, ante el Levante en casa (dos) y en Elda. Y, sin embargo, la fortaleza de la roca no fue suficiente para sujetar esas victorias encaradas.

En ataque, Velázquez está tratando de sacar petróleo de cualquier maceta. Sin delanteros con gol, se inventó la dupla Mesa-Mollejo. Después, este fue retrasado como lateral zurdo carrilero y entró Azón. Vive de su inspiración aislada. Sabe que la línea de creación es muy limitada, deficitaria. La lesión de Guti ha sido un roto tremendo al respecto.

Velázquez lleva 14 puntos sumados de 30 posibles. Menos de la mitad (el 46%). Para estar más arriba, es obvio, ha de reparar diversas máculas. La cuestión es si, jugando así en los 16 partidos que restan, es posible lograr el éxito.

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