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Real Zaragoza-Eibar: por una alegría en casa tras 49 días

El equipo aragonés tratará de superar al Eibar este sábado después de 3 partidos con patinazos en La Romareda. El buen juego del último día en Gijón, asidero para creer en el regreso al extraviado camino de los triunfos.

Bakis, Mouriño, Luna y Azón, en un momento del entrenamiento último del equipo en La Romareda.
Bakis, Mouriño, Luna y Azón, en un momento del entrenamiento último del equipo en La Romareda.
Toni Galán

Parece un anacronismo, una contradicción, una exageración atípica o un capricho apretarle las tuercas a un equipo que es 5º en la clasificación, que empezó esta jornada 12 de la liga a tiro del liderato y que tiene la zona de ascenso directo tocada con las yemas de los dedos. Ese es el Real Zaragoza a fecha de hoy. Pero, sin embargo, el guion de su película particular en esta liga 23-24, el que sus principales protagonistas están escribiendo con su puño y letra desde que se alzó el telón el 12 de agosto, deriva indefectiblemente en esta actitud, totalmente cabal y fundada, para quienes utilizan el sentido común, la razón aséptica y carecen de cualquier interés extra en el análisis del día a día del equipo zaragocista. Ya sea en la grada o fuera de ella, en el seno de la entidad o en la sagrada y, otrora, necesaria y valorada función periodística.

Le conviente ganar en la noche de este sábado (21.00) al Real Zaragoza frente al Eibar. Es, incluso, una obligación logística. No tanto por ser el mandato mínimo de cualquier aspirante a estar en la zona alta de la clasificación al final de la liga –el de ser solvente en su estadio, como local–, sino mucho más por evitar las sospechas de que vive en una crisis de sustancia futbolística, recursos tácticos y rentabilidad desde hace dos meses. El tiempo en el que dejó de ganar como hábito. El trecho en el que las máculas emergieron a primer plano sin resultados que las disimularan.

Puesto en pasiva se va a entender mejor: si el Real Zaragoza no logra vencer en esta jornada 12 al rival vasco de turno, el siempre potente Eibar, acumulará cuatro partidos sin catar el triunfo ante su masiva y entregada afición. Y, así, estirará la sequía de satisfacciones en su santuario de La Romareda a dos meses (se irá, al menos, hasta la siguiente cita, que quedará pendiente ya para el lunes 6 de noviembre ante el Real Oviedo). Porque, en efecto, las tres últimas propuestas futbolísticas del equipo que dirige Fran Escribá en el estadio municipal zaragozano han resultado fallidas. Las dos derrotas recientes ante los limitados Mirandés y Alcorcón (equipos que siguen siendo hoy 18º y 20º, respectivamente, pese a haber expugnado Zaragoza) y, también, el empate 1-1 ante el Racing de Santander –este, por lo que sea, no lo recuerda nunca Escribá en sus retrospectivas, es como si no hubiera ocurrido–, componen la trilogía de resbalones serios del mismo equipo que puso la adrenalina del zaragocismo a tope con su impecable inicio de curso, el de las cinco victorias seguidas en las cinco primeras jornadas, el histórico 15 de 15 que se está quedando, si ellos mismos no lo remedian desde ya, en un trampantojo.

Un espejismo que, eso sí, por puro peso específico –enorme–, está permitiendo flotar a los de Escribá desde hace más de 40 días en esa deriva que supone el parcial de 5 puntos obtenidos de los últimos 18 disputados (es el tercer peor equipo en este tramo de la liga, solo por encima del colista Cartagena y del deprimido Amorebieta). Ese brutal, por bueno, comienzo de liga es la clara muestra de lo que supone en esta liga el hecho de sumar muchas veces de tres en tres. Y ese es el camino, ya transitado en las semanas ligueras de verano, al que hoy debe tratar de retornar el Real Zaragoza de modo perentorio. Si no, las reservas acumuladas entonces empezarán a ser insuficientes para seguir en la zona noble.

Utilizando una secuencia invertida, el ejemplo aclara de manera cristalina lo que les está sucediendo a Escribá y sus muchachos en estas últimas 36 fechas. Si la liga la hubieran comenzado con los mismos resultados obtenidos en las seis recientes jornadas, habrián llegado antepenúltimos a la semana final de septiembre. Y, claro está, para ser hoy quintos como son, se estaría ahora mismo en esa fase rutilante de llevar cinco victorias seguidas. En este caso, todos le habrían visto las orejas al lobo respecto de lo que supone la muy deficiente racha que acarrea el equipo desde que se salió del carril de la eficacia ante el Racing de Santander el día 15 del mes pasado.

Como, por el contrario, la serie negativa ha venido después de la fetén, el efecto visual queda difuminado por la razón, no matemática, de que el orden de los factores sí altera el producto. Este es un claro ejemplo de que el fútbol, como la vida misma, no se compone solo de números, algoritmos, balances, sumas, restas, raíces cuadradas, ecuaciones o derivadas. Hay también un crucial apartado emocional, intelectual, analítico, racional, cerebral. Ciencias y letras. A esto último no hay ‘big data’ que lo pueda manipular o teledirigir, salvo voluntad del sujeto.

En este escenario, Escribá recupera a Cristian Álvarez. Palabras mayores. Le quita un problema superlativo al técnico, tras los episodios vividos con Poussin. Es la noticia. Ante un Eibar enrachado (es 6º, con un punto menos que los aragoneses), el asidero natural del zaragocismo es proseguir con la mejoría del juego apreciada en Gijón hace una semana, pero ganando, no empatando. 

Es un día más importante que lo que el estado de buenismo que impera en este Real Zaragoza de la ilusión (palabra polisémica) parece indicar.

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