Puente de San Valero en Zaragoza, días de vientos y cierceras, época de hogueras en el mapa de Aragón, de lumbres y fuegos en honor a santos y santas de invierno y enero, y así, el Zaragoza, el Real Zaragoza, se enfrenta a la Ponferradina jugando sobre cenizas y brasas: es la fogata del peligro en Segunda División, una sombra que siempre acecha.

Si el equipo de Fran Escribá no quiere complicarse la vida, debe ganar en La Romareda en una noche de día festivo, pero con poco espacio para las celebraciones. La Ponferradina, rival de esa zona de peligro, es el contrincante, la brasa a la que hay que arrimarse y sobre la que hay que danzar.

Es un partido con una tremenda carga de profundidad. El día que puede separar la temporada en dos: de vivir serenos y pensando en que todo es aún posible o de afrontar lo que queda de año entre temores y amenazas. Es un partido, además, revestido por el cierre del mercado de enero, tiempos en los que al Zaragoza casi siempre se le han observado debilidades y necesidades. Este año no iba a ser para menos. Mientras Escribá mantiene la calma y desliza con elegancia y tacto la realidad de las cosas, el club busca hacer lo que esa realidad le deja. Y en esas, la Ponferradina se asoma entre penumbras, en un contexto de esos en los que, cuando la cosa viene mal, La Romareda se pone patas arriba.

El Zaragoza afronta el partido con las bajas de Fran Gámez lesionado y una sucursal de sancionados: Jair, Vada, Alarcón y Nieto. Fran Escribá le debe recomponer, de tal modo, la figura a su equipo sobre esa base del 4-4-2 que ha convertido en catequesis de su modelo. Será el día en el que, por fin, Azón y Simeone se reúnan en el ataque a pleno pulmón. Dos jugadores que, por sí solos, pueden cambiarle al equipo todo lo que es y puede ser. Son dos delanteros con suficiente compostura para debatirle a cualquier otra pareja de la categoría. Pero el Zaragoza apenas ha podido crecer sobre ellos, dos chicos jóvenes, de fútbol hambriento, potente, enérgico, veloz, esforzado y afiliado. A ellos, se les debe sumar Bermejo, el único futbolista con cierto duende de la plantilla, alguien que se nota más cuando no está que cuando está. Vuelve tras tres partidos fuera. Su lugar, o el de Puche, estaría en la derecha, trasvasándose así Mollejo a la izquierda, un espacio en el que quizá agite menos, pero en el que su actividad y profundidad puede hacerle mucho bien al equipo. Francho es fijo, y Grau y Zapater se juegan la compañía como centinela del centro del campo, mientras atrás, Francés y Lluís López cerrarán el pasillo central de la defensa, Fuentes será el lateral izquierdo y Larra apunta al derecho de nuevo pese a su desaparición de la escena en Gijón.

El Zaragoza lleva un enero con empate, victoria y derrota, una marcha que ha ralentizado la reacción de Escribá. Por eso, el partido de hoy puede arrojar muchas señales de futuro, ante un rival descolgado un par de casillas más abajo, haciendo frontera con el descenso a cuatro puntos. Meterle siete en caso de ganar sería un colchón con rastro de definitivo. Pero hay que ganar. La Ponferradina, a quien trata de reavivar David Gallego, su actual entrenador, tiene las ausencias de Edu Espiau por sanción y Sabit Adbulai por lesión, mientras maneja las dudas de Hugo Vallejo y Agus Medina con molestias. Dani Ojeda es su principal activo ofensivo, un futbolista veloz, incisivo, con gol. Y en defensa Pascanu o Amo le dan firmeza, pero es un equipo irregular, como tantos otros en Segunda, de esos a los que puedes invitar a una fiesta o, al contrario, de esos que te montan un incendio en cualquier noche de enero.