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Real Zaragoza: historia de una involución

El Zaragoza de Carcedo sigue alejándose de la idea que apuntó el pasado agosto. El equipo se ha simplificado y ha perdido identidad

Partido Real Zaragoza - Oviedo, en La Romareda.
Partido Real Zaragoza - Oviedo, en La Romareda.
Daniel Marzo

Un equipo concebido hace dos meses de acuerdo a una idea y un patrón se ha convertido, con el paso de las semanas, de los resultados inciertos y de un entrenador hecho un lío consigo mismo, en un equipo diametralmente distinto. No hay apenas nada que conecte al Zaragoza del verano con el Zaragoza del otoño más allá de Juan Carlos Carcedo.

El empate contra el Oviedo es la última vuelta de tuerca de un técnico en permanente búsqueda de la salida de un laberinto que se inició con el colapso contra el Lugo. No se sabe si Carcedo es el problema de lo que ha venido después, pero tampoco se está desvelando como guardián de una solución. En este proceso de despersonalización, el Real Zaragoza se ha ido alejando cada vez más de la identidad sobre la que se asentaron sus cimientos.

De aquel equipo basado en el control, en juntar muchos pases acumulando gente alrededor de la pelota, con un registro de posesión y pausa, trabajando las superioridades, y ágil en la recuperación en campo contrario hemos pasado al Zaragoza que vimos contra el Oviedo. Una escuadra con un fútbol directo como nunca pudimos intuir en agosto, dedicada a lanzarle balones largos a Azón y Simeone, por vía aérea o a la espalda de los laterales, con una gestación elemental y llana del juego… Azón y Simeone enviados al frente, a la guerra, a jugárselo en duelos contra quien toque… Una simplificación del estilo, de los modos, del discurso en el campo, que descubren los problemas de Carcedo para encontrarle el punto táctico al equipo.

Conforme las urgencias más han rodeado al Zaragoza, su entrenador más lo ha abreviado. Ya no es cuestión de que Carcedo, frente al Oviedo, poblara de más o menos centrocampistas el equipo para no tener el control de nada, ni de que volviera a darle una vuelta al plan, ni acercara más o menos a Simeone a Azón en una doble punta real. O de que el entrenador leyera el partido con la luz de la mesilla encendida y afilara sus intenciones con Gueye o Mollejo en lugar de Zapater… Ni siquiera de que fuera o sea más atrevido o más conservador. La cuestión central no es esa. Es qué Zaragoza quiere Carcedo. Qué Zaragoza busca.

Esta indefinición ha engullido a los propios jugadores. Decisiones y variaciones en la pizarra que han empujado a los futbolistas a un desorden interno que los limita y los empeora. Cada partido y cada semana, transmiten un extravío más acentuado. Una degradación del fútbol que ya no ha pasado desapercibida en La Romareda: si esa grada es sabia en algo, es en episodios como éste. Está demasiado curtida en el asunto de un entrenador en lucha consigo mismo.

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