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13 marzo-13 abril: Un mes más allá del último entrenamiento del Real Zaragoza

Este lunes 13 de abril se cumplen 31 días de fractura con las rutinas de trabajo del equipo de Víctor Fernández, que trabajó en La Romareda el viernes 13 de marzo, justo antes de que se parase la liga sine díe.

Los futbolistas del Real Zaragoza, en uno de los últimos entrenamientos ordinarios llevados a cabo en la Ciudad Deportiva antes del parón sine díe de la liga.
Los futbolistas del Real Zaragoza, en uno de los últimos entrenamientos ordinarios llevados a cabo en la Ciudad Deportiva antes del parón sine díe de la liga.
Francisco Jiménez

Lunes, 13 de abril. Mañana soleada, ya son 30 días de confinamiento de la población española dentro del estado de alarma decretado por el Gobierno el 14 de marzo. Es un lunes que marca ya una linde importante para calibrar lo que va a suponer, en términos físicos y mentales, el parón de la liga a causa de la pandemia mundial de coronavirus Covid-19. 

Es así porque se cumple un mes exacto desde que el Real Zaragoza llevó a cabo su último entrenamiento ordinario, con el grupo junto, sobre césped, con balón, con táctica, con técnica, con estrategia, con contacto humano y charlas directas vis a vis desde el cuerpo técnico. Aquel hito quedó escrito en la matinal del viernes 13 de marzo.

Ya fue, el de aquella confusa mañana, un entrenamiento marcado por la rareza, pues el Real Zaragoza lo convocó en La Romareda (no en la Ciudad Deportiva), a las 11.00 y a puerta cerrada por completo. Ni siquiera hubo los 15 minutos previos de presencia de los medios de comunicación. En las horas previas ya se había puesto en marcha un primer protocolo, instado desde La Liga (LFP), para aislar cuanto más fuese posible a los equipos profesionales, una vez que tres días antes se había oficializado que los próximos dos partidos (los de entonces), ante el Alcorcón en La Romareda y en Lugo siete días después, se disputarían a puerta cerrada, sin público en las gradas y con la única presencia de las cámaras de televisión, sin prensa alguna. 

Fue, aquel último, un entrenamiento entre la incertidumbre. Era viernes y aquella 32ª jornada habría comenzado esa misma noche. Horas antes ya había trascendido que la liga se suspendía sine díe. Ni puerta cerrada ni otras medidas intermedias. Se envidaba a mayor desde el Consejo Superior de Deportes (el apéndice deportivo del Gobierno). Todo parado por completo hasta nueva orden y a esperar acontecimientos, que venían y de hondo calado. 

Han pasado 31 fechas en las que los futbolistas, quebrada la normalidad, vienen trabajando tuteladamente en sus domicilios, de la mejor manera posible en este estado excepcional de las cosas. Con pautas de preparación física y nutrición muy específicas. Con una aplicación máxima de los responsables del área médica, de la preparación física, de la recuperación y la fisioterapia... pero sin poder tocar la pelota, ni ensayar jugadas con el balón como protagonista, como dicta la lógica de algo tan concreto como es el fútbol. Todo es un mal menor, un trabajo y un remedio hecho con la mejor de las intenciones e iniciativas de todos los implicados. No hay alternativa mejor y se pone siempre la lente y el prisma del optimismo a la hora de analizar los efectos de este día a día.

Este mes transcurrido sin liga, sin noción de la competición, con un sentir general en las mentes de los afectados de que se ha generado -inevitablemente- una fractura entre las 31 jornadas ya disputadas y las 11 que restan, viene a equivaler, en la Segunda División (que es 4 jornadas más larga que la Primera en España desde hace década y media larga), al tiempo que suelen durar las vacaciones de verano cuando una liga acaba y, tras una pausa estival que hace de frontera cerebral para todo el mundo (afición incluida), se regresa a la pretemporada del año siguiente. 

Es decir, puede colegirse fácilmente que, a partir de ahora, con los efectos atenuantes que están produciéndose mediante el trabajo personal de cada futbolista en casa en este confinamiento (que en verano, obviamente, nunca existe tal cual), las secuelas de índole futbolística (todo lo referente al balón y la pizarra) serán del tenor de las que se conocen cada año entre el final de una liga y el comienzo de la pretemporada consiguiente. 

Por este punto kilométrico de este histórico episodio va la vida de los clubes españoles a día de hoy, 13 de abril. En el caso del Real Zaragoza, justo un mes después de aquel 13 de marzo en el que Víctor Fernández y sus muchachos se vieron las caras por última vez: fue en La Romareda, ya en fase inicial de clausura total, sabedores de que el partido de 48 horas más tarde contra el Alcorcón ya no se iba a jugar. Un mes, 31 días de anormalidad que, por ahora, va a seguir sumando bolas al ábaco.

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