Opinión

Una afición maltratada

Más de cinco mil abonados menos. Las cifras ponen de relieve cómo la crisis provocada por los dirigentes blanquillos pasa factura también a el más firme pilar del Real Zaragoza: la afición.

Afición del Real Zaragoza en el partido ante el Tenerife
Real Zaragoza - Tenerife_2
GUILLERMO MESTRE

¡Cuántos sentimientos se pueden esconder detrás de un número! El Real Zaragoza acaba de anunciar la cifra de abonados con la que se cierra la campaña: 16.057. Lo que deja por el camino a más de 5.500 socios -casi ocho mil, teniendo en cuenta las altas-. Abonados, muchos de ellos de largo recorrido, que no han podido soportar más la degradación y el desprestigio en el que se ha instalado el equipo. Amantes profundos del Real Zaragoza, enamorados de una escuadra con la que ahora no son capaces de identificarse, en la que no encuentran ni su historia ni su esencia, perdidos a lo largo de los años de gestión de Agapito Iglesias.


Zaragocistas de corazón que no son soportan la situación a la que le ha llevado la intervención política del Ejecutivo de Marcelino Iglesias y sus colaboradores. Que abanderaron una iniciativa descabellada y sin sentido que ha vaciado de arfgumentos al club, le ha arrebatado su esencia y sus valores. Incluso se permitieron durante un tiempo la frivolidad de quitarle un escudo que la presión popular obligó después a restituir.


Hoy apena ver el estadio de La Romareda, medio vacío, con una afición fiel, pero desconcertada; que comprende a aquellos que no lo han soportado más y han tirado la toalla.


Y mientras, no se atisba ni el más mínimo movimiento de la entidad; los gestores se asientan en un despiste total, sin percibir la magnitud de una crisis profundísima, que se ha extendido ya al más sólido valor del Real Zaragoza, a su afición. El zaragocismo, hartísimo ya de la lamentable gestión de Agapito Iglesias, pone tierra de por medio, incapaz de identificarse con aquello en lo que se ha convertido el club.


Pero la hondura de la crisis es aún más profunda. Muchos abonados ni siquiera asisten al estadio de La Romareda; y otros muchos, cuando contemplan el deambular del equipo no pueden más que preguntarse: “¿Qué hago yo aquí?”.


El más claro reflejo de una afición maltratada.