Campeonas del Mundo: la victoria del talento y del bloque

España se impone por su amor al buen juego, por ser un conjunto de conjuradas y un amasijo de individualidades de nivel.

las jugadoras de la selección española celebran su triunfo en Sídney.
Las jugadoras de la selección española celebran su triunfo en Sídney.
Dean Lewins / Efe

"Enhorabuena, campeonas. La que habéis liado" es una de las frases que más se repetían este domingo, y hace varios días, y que se repetirán dentro de algunos más. La selección española no figuraba entre las favoritas, antes estaban Brasil, Holanda, Suecia, Estados Unidos, Japón e Inglaterra, pero sucedió lo inesperado, lo excepcional: ocurrió el milagro. Ya se sabe: el milagro de Gasol, Nadal, Alcaraz o, en estos días de fuego, de Álvaro Martín y María Pérez. Aunque en honor a la verdad, un equipo español, el Barcelona, con once internacionales de las 23, ganó dos Champions y fue finalista otras dos.

La España de Vilda, y de Jenni Hermoso, Paredes, Salma y Aitana, fue creciendo día tras día, y como sucediera hace trece años con la Roja de Vicente del Bosque acabó jugando de fábula, agigantándose partido a partido. Desarrolló un fútbol propio, peculiar, convincente, de toque y bloque, de triangulaciones, de solidaridad y de puro amor a la pelota. Y no hay más que glosar el choque de ayer: ante una rival sólida, de enorme corpulencia y poderío físico, al abrigo de la que quizá sea la mejor entrenadora del mundo, España sedujo por completo. Impartió una lección de entrega, de combatividad y exigencia, de concentración y de combinación, y venció a lo grande. En su arrojo, hasta se ‘atrevió’ a fallar un penalti, remates casi a bocajarro, y desarboló a su adversario con exquisitez.

Nadie regala nada. Nadie gana sin bajar del autobús, ni lo hacía Helenio Herrera ni Mario Lobo Zagallo ni Vicente del Bosque. Ni Cruyff. Un partido es un laberinto de incertidumbres: la superioridad absoluta no existe nunca, y dígase lo que se diga, comenten lo que comenten ahora los británicos (tal como pareció expresar la pionera joven Vicky Losada), la selección favorita era la inglesa.

España se ganó el respeto y el título desde el césped con belleza, plasticidad, armonía entre las líneas y alguna contundencia si fue necesaria (la peor parada, en el fondo, fue la zaguera Laia Codina), determinación, confianza y una idea de fútbol de ataque. España atacó más y mejor, hilvanó posesión y táctica, e impartió un libro abierto de clase, técnica individual, descaro y verticalidad. Y su libreto seguro que habrá gustado a dos de las grandes futbolistas que se han ido aquí: la brasileña Marta y la norteamericana Megan Rapinoe.

España ha contado con casi todas sus jugadoras. Cata Coll acabó haciéndose con la titularidad en el marco, y ha sido toda una revelación por su desinhibición, su acierto, su colocación y los balones por alto; también, ayer, volvió a dejar un detalle que paralizó miles de corazones: un regate en seco a una adversaria cerca de su línea de gol. La defensa ha tenido algunas variaciones, pero al final se ha impuesto la línea Ona Batlle, Irene Paredes (alma de capitán, corazón guerrero, anticipación y orden), Laia Codina y Olga Carmona. Con ellas, han alternado Ohiane e Ivana Andrés.

Jorge Vilda (que se ha erigido aquí en un estratega valiente) ha tenido muy clara una cosa: la importancia de las laterales, muy versátiles y profundas. Ona conectó muchas veces con Alba Redondo (y Esther González) e incluso buscó la línea de fondo, y Olga Carmona ha sido un auténtico tejón, que además nos ha regalado un término para siempre: el ‘carmonazo’. Ese disparo desde el ala izquierda, que podría ser más de una interior o de una extremo. Los goles ante Suecia e Inglaterra la definen: acompañamiento en ataque, atención a la segunda jugada o a la estrategia y atrevimiento para soltar la zurda.

El centro del campo ha alcanzado la cumbre, o su momento más redondo y rotundo, ante Inglaterra. Tere Abelleira ha sido Busquets y Xabi Alonso a la vez, casi una mezcla alquímica por su dinamismo, su ubicación, el pase adecuado y la oxigenación constante de las compañeras. Además, ha defendido de maravilla. Y a su lado, han jugado Aitana Bonmatí y Jenni Hermoso. Quizá sean las dos estrellas del conjunto con ese espíritu libre y vertiginoso que es Salma Paralluelo.

Lo han dicho ya muchos, desde Guardiola a Alexia Putellas. Lo ha dicho Europa también. Aitana es de la estirpe de Iniesta y Silva: es inteligente y veloz, posee una gran confianza en su regate, amaga, burla y se va, es vertical y malabarista, y aparece por cualquier sitio. Si lleva el talento anudado a sus botas, también sabe que el fútbol es de los listos y de los que improvisan porque sueñan. Y ella lo hace. Es el balón en movimiento y es la sorpresa que avanza a ritmo de desafío y de pura inspiración. Jenni lo es todo: aunque no haya marcado el penalti, el de ayer es un partido para enmarcar en su trayectoria.

Puñal en movimiento

La goleadora supo asociarse, demorarse, tender puentes, sembrar miguitas de pan y de luz para que sus compañeras no se extraviasen. Y no lo hicieron. Adriana Redondo es, ante todo, compromiso, candor y vehemencia: juega desde el arrebato y la ausencia de pánico. Mariona es un pulmón que no cesa, de la estirpe de nuestro Víctor Muñoz, o Valverde y Gavi, cuánto aporta, qué rasmia, y Salma es el puñal en movimiento, la flecha que no se detiene, la culebra vivaz que aspira a todo: a rematar por arriba y por abajo, de derecha y de izquierda. Corre, zigzaguea, se faja ante quien haga falta, es pantalla y pared y aceleración, y lleva el gol en la cabeza y en la sonrisa. Ayer, también ayer, lo tuvo hasta tres veces muy nítido en la bota. A ellas, y hay más, claro está, se suma Alexia Putellas: vulnerable por su lesión, ha tenido la humildad de entender que era complementaria: también hacía falta su entereza, su generosidad y su fantasía.

Por eso, porque quiso, porque percibió que la odisea infinita era posible, España se ha coronado campeona. ¡Vaya lío tan feliz han organizado sus 23 leonas, diosas, guerreras, o lo que quieran ser!

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