Redactor de HERALDO DE ARAGÓN en la sección de Deportes.

El fútbol femenino, por propia naturaleza, sin martillazos

La selección española, en pleno éxtasis tras ser proclamada campeona del mundo este domingo en Sidney (Australia).
La selección española, en pleno éxtasis tras ser proclamada campeona del mundo este domingo en Sidney (Australia).
Bianca de Marchi/EFE

España es campeona del mundo de fútbol femenino. Lo ha logrado una generación de futbolistas excepcional, mezcla de veteranía y juventud (entre este último grupo destaca la zaragozana Salma Paralluelo Ayingono, nacida en noviembre de 2003, aún pues con 19 años), que sin saberlo han establecido un efecto bisagra en la historia de este deporte en su división femenina. Habrá un antes y un después de este título descomunal que, desde ya mismo, va a acaparar millones de atenciones, de análisis, de resortes financieros, de movimientos societarios alrededor de los clubes del fútbol nacional.

El deporte del balompié tiene un poso masculino en todo el mundo desde sus inicios, en la segunda mitad de siglo XIX. Las mujeres han ido abriéndose paso milímetro a milímetro en los últimos tiempos, contra viento y marea, en una selva donde apenas quedaba aire respirable para todo aquello que no fuera el acaparador 'fútbol de hombres'.

Esa progresión, lenta y de atención residual tanto en cuanto al trato de las federaciones, de los clubes, de los patrocinadores o colaboradores, del propio público dispuesto a ir a ver sus partidos o del seguimiento de los medios de comunicación (es decir, las patas básicas de cualquier armazón natural para un evento que quiera ser relevante), ha alcanzado esta cima insuperable en España que, por obligación, ha de modificar la mayor parte de los criterios con los que, hasta este mes de agosto de 2023, se han venido aplicando a las competiciones, los nichos de apoyo dentro de los clubes y SAD profesionales a sus secciones femeninas, los recursos destinados al fútbol base de niñas y el espacio de tiempo y papel que la prensa, radio y televisión suelen contemplar como suficiente para este sector del deporte a diario, cada fin de semana.

Más allá de modas y/o matices de índole político-social, que en circunstancias así también es necesario cribar con sumo cuidado para evitar confusiones capciosas, el fútbol femenino ha venido al vagón del deporte de élite para quedarse, ocupando su espacio con naturalidad, sin martillazos

En su día, el atletismo femenino (sobre todo el de máximo nivel competitivo) fue durante décadas algo inexistente, hasta que progresivamente se asimiló al masculino y, un día, a base de pioneras y de deportistas exitosas, logró una equiparación que hace largo tiempo se asume como natural. Algo semejante cabe recordar en la natación. Y en el tenis. Esto, en deportes de índole individual.

En las disciplinas de equipo, las mujeres hace ya muchos años que equilibraron de igual modo las varas de medir en sus respectivos deportes, casos del balonmano, del baloncesto, del hockey...

El fútbol, de un avasallador seguimiento en España en el ámbito masculino desde los años 20-30-40 del siglo pasado, se estaba quedando atrás, sin aire que respirar, en décadas pretéritas donde otros países europeos sí les daban cancha a sus mujeres futbolistas (como nuestra víctima, Inglaterra; o Francia, Suecia, Alemania, Países Bajos...).

Desde este 20 de agosto de 2023 hay un indeleble punto de referencia para que, con pasos más largos que los ya ejecutados en la última década en el entorno federativo, haya un día cercano en el que el fútbol de mujeres se observe por la generalidad de la afición española como algo natural, no postizo, no impuesto, no derivado de modismos sociales o antropológicos de una fase concreta de la vida humana. Un campeonato del mundo como el conseguido por España en este domingo de verano, en este ya casi primer cuarto de siglo XXI, es la explicación empírica de la dimensión real que tiene y va a tener en el futuro el fútbol femenino. Con sus singularidades, con sus matices particulares, pero con el mismo rango que el masculino. Como sucede en el baloncesto, el balonmano, el tenis, el atletismo, la natación... Puro humanismo. Sin otras lecturas anejas. 

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