Ríos de pasión por la Virgen del Pilar

Los oferentes son el corazón de la Ofrenda, la razón por la que sigue creciendo y continúa sin tocar techo. No importa que llueva, haga frío o haya que madrugar, los oferentes permanecen siempre fieles
a su patrona desde hace ya 65 años.

Ángela Pérez y los suyos, en la calle de Alfonso I
Ángela Pérez y los suyos, en la calle de Alfonso I
Guillermo Mestre

Ángela Pérez y los suyos abrirán hoy la Ofrenda de Flores junto a otras cuatro familias de Aragón y La Rioja. Otros años habían salido a las 7.15 o las 9.30, pero nunca a las 6.30. Era, de hecho, la primera vez que se presentaban al sorteo, y no han podido tener más suerte. "Da igual que haya que madrugar y que nos tengamos que levantar a las 5.00. Ser la primera me hace una ilusión tremenda, esto solo pasa una vez en la vida", reconocía junto a sus hijas, Isabel y Arantxa Cortés. Esta última acudirá junto a sus dos hijos. Luca, de tres años, ya salió en 2022, pero para la pequeña Laia, de apenas ocho meses, será la primera vez. El suyo es un ejemplo de la devoción que mueve la Ofrenda, que empezó con apenas 2.000 oferentes hace ahora 65 años y ha terminado convirtiéndose en una cita multitudinaria que sigue sin alcanzar su techo.

Para esta familia, como para muchas, el 12 de octubre es sinónimo de reunión, almuerzos y comidas que se alargan hasta bien entrada la tarde. En total serán diez los que saldrán bajo el estandarte de la ‘Familia Cortés’: a la propia Ángela se unirán Isabel, Arantxa junto a Laia y Luca, María Pilar Cortés, Iván Rodrigo, Julio Gascón, Nines García y Adriana Calvo. "Yo no soy de aquí, sino de Linares, pero llevo desde los 17 años viviendo en Zaragoza. Me casé, tuve a mis hijas y siempre he salido en la Ofrenda. Primero lo hacía de forma individual y luego, con un grupo u otro. Yo paso vestida de andaluza, que para eso es mi tierra, pero ellas son mañas y lo hacen de baturras. Cuando me llamaron del Ayuntamiento para decirme que íbamos a ser los primeros me hizo muchísima ilusión", contaba Ángela horas antes de reencontrarse con la Virgen del Pilar.

Salir tan temprano les ha obligado a repensar la ‘logística’. Especialmente pensando en los más pequeños. "Vivimos en Cadrete y, como venimos haciendo en los últimos años, bajaremos a dormir a casa de mis padres. Laia no se entera, pero el mayor está contentísimo. Estos días en el colegio han estado aprendiéndose los cabezudos y trabajando todo lo relacionado con vestirse de baturro. ¡No quiere otra cosa que ponerse el pañuelo en la cabeza!", explicaba Arantxa. La pequeña Laia llevará el traje que vistió su madre hace 30 años, abriendo un nuevo capítulo en la historia de los Cortés. "Lo han ido heredando de una a otra. Además, mi cuñada es modista y hace los suyos propios", apuntaba Ángela orgullosa. Tal es el fervor de esta familia que ni siquiera dejaron de vestirse durante la pandemia. "No pudimos salir al no haber Ofrenda, pero lo hicimos igualmente con muchísima ilusión", comentaban.

Aunque esta vez empezarán el día del Pilar de noche, una vez que pisen la calle no pararán. No en vano, aunque el resto de las fiestas tengan que trabajar, esta es una cita ineludible. "Después de la Ofrenda preparamos siempre un almuerzo en la zona de la oficina de Turismo, junto a la Delegación del Gobierno. Montamos el tenderete, y lo que surja. Unos traen tortilla, otros el embutido... y estamos así hasta las 12.00. Hay gente que incluso se sienta con nosotros. Una vez que vemos pasar a la corporación municipal nos vamos de vermú y ya enlazamos con la comida. Entre amigos y familiares nos juntamos unas 13 o 14 personas. Ha habido veces que hemos llegado a ser 20", decía Ángela.

La Ofrenda en la que cada año participan los Cortés y decenas de miles de familias aragonesas nada tiene que ver con la de 1958. La primera edición duró menos de dos horas y los asistentes, vestidos ya desde el inicio con trajes regionales, pudieron hacerla dos veces. "Se corrió la voz para que la gente acudiera. Al principio solamente iban mujeres y niños", relata César Falo, coordinador de Zaragoza Cultural hasta 2015.

Entonces "ni siquiera había recorrido". "Se dijo que se iba a poner un altar en la plaza y se invitó a la gente a que fuera llegando. Quienes acudieron no eran conscientes de la importancia que iba a tener ese evento para la ciudad", explica. En 1960, la Ofrenda de Flores ya era considerada un acto tradicional. "Durante los primeros años participaron, sobre todo, grupos folclóricos y de casas regionales. Tenían ya los trajes y permitían tener una perspectiva clara de cara a calcular los tiempos", completa Falo.

Por aquel entonces era "muy poca" la gente que llevaba flores por su cuenta. "Se limitaba, prácticamente, a los grupos, que donaban cestas. Por lo general era la comisión de festejos la que se encargaba de entregar claveles traídos desde Valencia a los participantes", señala.

En su opinión, todas las innovaciones que se han hecho en torno al acto han tenido como finalidad "agilizar la Ofrenda y ordenar a los oferentes", ya que "todo gira su alrededor". Es el caso de los microchips que llevarán este año 150 agrupaciones, un avance con el que se pretende contribuir a que todo vaya como un reloj y que no haya excesivos retrasos. En los primeros años, los participantes eran, en esencia, los propios zaragozanos y vecinos del entorno. "Pero rápidamente, en apenas tres o cuatro ediciones, cogió mucha fuerza. Las propias casas regionales invitaban a sus paisanos a acercarse a Zaragoza y empezaron a darse los primeros intercambios con casas como la de Valencia", indica.

Ya en 1965, año en que las Fiestas del Pilar fueron declaradas de Interés Turístico Nacional, el número de oferentes se había multiplicado hasta alcanzar los 5.000. Pero el mayor cambio, apunta Falo, se produjo con los ayuntamientos democráticos, cuando adquirió sus verdaderas señas de identidad. Tanto es así que en 1980 ya se contabilizaban más de 50.000 asistentes por edición.

El éxito de participación hizo que la Ofrenda evolucionase con nuevos recorridos. "Todo ha ido cambiando en función de los oferentes. A más gente había que hacer más salidas, ya no bastaba solo con una. Se eligió la plaza de Aragón por tener varias calles adyacentes por las que se podía regular a los asistentes", razona.

Llegó un momento en el que la afluencia desbordó, para bien, a la organización. "Nos dimos cuenta de que había que afinar todo", cuenta Falo. Actualmente, "prácticamente toda la gente que trabaja en la Ofrenda lo hace para regular a los oferentes". La tarea no siempre es fácil, dado que, especialmente a determinadas horas del día, hay más picaresca. "Empezar a regular la salida de los participantes a nivel individual fue un cambio enorme. Antes se iban colando entre los grupos o se enfadaban si no les dabas la salida. Se producían unos desajustes tremendos", recuerda. Se trata de un trabajo de precisión, ya que mientras grupos pequeños de 30 personas pueden salir con un decalaje de apenas un minuto, los de 200 pueden irse "hasta los 10 o los 12".

El creciente número de participantes también hizo que fuera aumentando la estructura de la Virgen. "Las flores se caían de la cantidad de ramos y centros que había", afirma el exgerente de Zaragoza Cultural. El hecho de que la Ofrenda se abriese cada vez a un público más amplio dejó, además, cambios "vistosísimos". "Me acuerdo perfectamente de cuando empezaron a llegar oferentes hispanoamericanos. Traían unas flores muy exóticas para la época, como las orquídeas. Aquí, por aquel entonces, poca gente se movía del clavel o el gladiolo", añade.

Con el paso de los años, la Ofrenda se fue convirtiendo en algo más. Ya no solo se trataba de una muestra de devoción, sino de un día "en familia" que iba más allá de lo religioso, con premios a los mejores trajes y arreglos florales, por poner dos ejemplos. Con su música, los oferentes han conseguido poner también banda sonora al 12 de octubre, siendo posible en la actualidad escuchar desde jotas hasta grupos procedentes de otros puntos de España. También despuntó en lo gastronómico. Muchos siguen llevándose pan, chorizo, jamón, queso o longaniza para almorzar junto a la Virgen tras depositar sus ramos, y el vermú ha pasado a ser, para familias enteras, toda una tradición. "La Ofrenda es folclore e identidad. Eso es muy importante, ya que es lo que garantiza que vaya a perdurar. Cuando salíamos a Europa, mucha gente nos preguntaba por ella. Resultaba muy curioso", reconoce Falo.

Al ser un acto abierto a todo el mundo "no tiene límites". De hecho, este año se ha batido el récord histórico de participación con 890 grupos, 76 más que en 2022. "Imagino que, de cara al futuro, no irá a menos, pero va a llegar un momento en el que va a ser difícil superar las cifras de ediciones anteriores", razona.

Muchas familias llevan generaciones participando en la Ofrenda. Tanto es así que entre los grupos hay nombres que se repiten de un año para otro, siendo los más habituales los que engloban a municipios enteros, barrios, empresas y asociaciones que recorren cientos de kilómetros para no faltar a la cita.

En la pasada edición fueron 350.287 las personas, entre oferentes y visitantes, que pasaron por la plaza del Pilar, recuperando la normalidad tras dos años marcados por la pandemia. En 2020, la covid-19 obligó a cancelarla y en 2021 se limitó a unos 17.000 asistentes y 440 grupos que tuvieron que salir con mascarilla, ‘cubiertos’ por una aparatosa malla de ocultación para evitar aglomeraciones. Todo eso, afortunadamente, forma ya parte del pasado.

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