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Alhajas para brillar el Día del Pilar

Las joyas son una parte importante al vestir el traje regional. Ellas lucen piezas más grandes, como pendientes, sofocantes o manillas, y en el caso de ellos se reduce al reloj o los botones.

Pendientes para el traje regional aragonés.
Pendientes para el traje regional aragonés.
Montañés

Algunas de las piezas de joyería que se portan con el traje regional son regalos de importantes ocasiones, ya que pueden suponer cierta inversión. Con el tiempo, esa parte económica queda en un segundo plano y el valor sentimental es superior.

"Se venden mucho los pendientes", manifiesta Marta Pérez, de la Nueva Joyería de Zaragoza. Cada una de estas piezas, cuenta una historia. "En el caso de los de bellota, por ejemplo, eran propios del traje de Castilla, pero llegaron a Aragón de la mano de la trashumancia, con los pastores que iban y venían", cuenta Pérez, tercera generación de este comercio fundado en 1932 en la calle de Alfonso I, donde se mantiene.

Pendiente de bellota
Pendiente de bellota
HA

La mayoría de las aragonesas llevan en sus orejas los pendientes conocidos popularmente como de almendra. Se componen de tres partes: en primer lugar, un botón que se ajusta al lóbulo con un cierre de omega, dado el peso de la joya; en medio, una lazada o mariposa; y, por último, la terminación que le da nombre. El número de piezas revelaba el estado civil de la fémina.

El conjunto lo completaban los broches, sofocantes o las medallas. "Se pueden llevar tanto en el modelo de gala como de campesina, siempre acorde con la clase de la mujer", distinguen en Nueva Joyería. Otra opción para el cuello es una especie de relicarios –con el interior de nácar, por ejemplo-. Uno de los trajes regionales más ricos en cuanto joyería es el de ansotana. "Llevan dos vírgenes, una con mantón y otra con el pilar al descubierto, y una cruz", explica Pérez.

Relicarios
Relicarios
HA

Una pieza que se ve menos en la Ofrenda son las manillas, un signo de amor. Durante el festejo, los novios se regalaban un pequeño retrato, que si cupido lograba el éxito, se convertía en un adorno para las muñecas.

En el caso de los varones, las joyas son más discretas. Apenas se reservan a los botones de las chaquetas y chalecos, a las hebillas del calzado, gemelos, cierres de capas y a los relojes, sujetos con una leontina y guardados en la faja. En el interior de esta prenda también se podían encontrar navajas –muy valoradas son las de nácar de margaritifera del Ebro– o los chisqueros.

Los bebés eran portadores de numerosas joyas. "Eran amuletos y otras protecciones tanto religiosas como profanas", sostiene Fernando Maneros, propietario de la tienda de indumentaria que lleva su nombre.

En cualquier caso, solían ser piezas en plata de primera ley o de oro bajo. "Pero también las hay de oro", concreta Marta Pérez. ¿Qué tipo de piedras se incrustaban? "Solían ser granates", detalla Pérez mientras muestra un ejemplar. No obstante, también se encuentran modelos antiguos con esmeralda, rubí, amatista morada o ámbar –denominado ‘caramelo’ en Aragón–. Algunas fuentes citan que este tipo de piedras coloridas surgen a la par que se alumbran los salones, ya que hasta entonces se reservaban incrustaciones más blancas para que brillasen con cualquier filo de luz, por muy débil que fuera. Es decir, la evolución de los pendientes se da la mano con los avances de la electricidad o, incluso, la vida política.

Más allá de las modas, marcaban el estado civil de la mujer, su clase social o el contexto que se vivía en varios sentidos.

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