Indumentaria aragonesa

Del pañuelo
a la alpargata

No todas las joyas son de metal. Algunas son cuadros, esculturas, obras literarias y otras son de tela, como los trajes regionales. Tras los diferentes tejidos y puntadas se esconden episodios de la historia o tendencias, en definitiva parte del legado de un lugar. Estos días, como en tantas ocasiones a lo largo de la año, la indumentaria aragonesa se luce por las calles, sale de los baúles.

Muchas prendas pueden tener más valor todavía porque, además de la parte artesanal, guardan un contenido sentimental porque han podido ser heredados: el delantal de una bisabuela, el mantón de la vecina, el reloj de un tatarabuelo…

A veces quedan marcadas por un momento o una clase social. "La moda la ponían los Reyes, a quien les copiaban los cortesanos, a ellos los burgueses, después los artesanos y, por último, los jornaleros", explica Miguel Ángel Lahoz, experto en indumentaria aragonesa. "Puede haber un desfase de unos 50 o 60 años porque la gente se hacía el ajuar para casarse y le duraba toda la vida. A no ser que tuvieran mucho dinero", añade, el investigador y quien ha estado al frente de la tienda especializada El Bancal durante más de tres décadas en Zaragoza. No obstante, las prendas eran elementos transversales entre los distintos estamentos: "La gente rica usaba sedas o lanas, que eran difíciles de limpiar y si manchaban un traje lo vendían de segunda mano, por lo que un artesano podía llevar una chupa de seda". Lahoz perteneció a Somerondón, se formó en la Escuela de Nacho Latorre y durante décadas ha viajado a pueblos, como Triste, para investigar sobre la indumentaria y la forma de realizarla.

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Ellas

El arte de ir bien peinada

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Moño encontrado de Broto con horquillas.
H. A.
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Vista lateral de una castañeta.
H. A.
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Vista de perfil de una rosca común.
H. A.
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Vista trasera de una rosca larga.
H. A.
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Picaporte de Zaragoza del siglo XIX, con tres rayas. 
H. A.

Las diferentes formas de peinado podían distinguir los estados civiles. Las pinturas, los grabados y las fotografías más antiguas acreditan que desde hace siglos las mujeres llevaban el pelo largo y, además, que lo llevaban recogido, ya fuera en moños, rosquetas, trenzas, lazadas o picaportes. 

Los peinados también cambian en función de la zona de Aragón, muestra de ello son las roscas sallentinas o las de Alcañiz, más finas. En Fraga se popularizó un peinado que se basa en un trenzado múltiple sujeto con horquillas, así como el picaporte. Otro ejemplo es Torrente de Cinca, donde las mujeres lucían rodetes laterales. En la capital aragonesa se decidían por peinarse con la raya central muy tirante y moño trenzado sobre la nuca, adornado con un lazo. A los anteriores se suma el modelo de Tauste, también de moño, pero en su caso con dos trenzas y bendecidas con tres peinetas -dos laterales y una central-. Uno de los más representativos es el que se lleva en Ansó: el churro. 

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Moño trenzado con horquilla de plata al estilo de la tía Juana de Tiermas
H. A.
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Rosca sallentina en forma de corona hecha con dos trenzas.
H. A.
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Vista trasera de un picaporte con lazada de seda.
HA

Con bancal o mantellina

Las prendas de cabeza, al igual que el peinado, cambiaban en función del momento. Para según qué trabajos, por ejemplo, en el campo empleaban sombreros de paja.
​Por otro lado, para los actos religiosos era obligatorio portar la mantilla, el bancal –llamado así en la montaña- o la mantellina -en algunas zonas de Teruel-. "Dentro de esta prenda hay modelos de media luna de batista, que se llevan en el XVIII. Son tanto lisas como bordadas, con una orla de cadeneta. También las hay de orejas, que se caracterizan por ser más largas por delante, o las de terno, que son un rectángulo estrecho y largo que llevan las mujeres de postín", detalla Miguel Ángel Lahoz.

Mantilla.
Mantilla, propia de los actos religiosos como procesiones.
H. A.

El mantón y su historia

Los mantones toman el nombre de Manila por la capital de Filipinas, ciudad donde hacían la primera escala en su viaje desde China hasta España. "Habían sido producidos en Cantón (hoy Guangzhou) y en otras localidades chinas, y exportados a través de un consejo mercantil o Cohong, cuyos trece miembros eran los únicos autorizados a comerciar con los bárbaros extranjeros", concreta el Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico. "Los mantones venían de China por Sevilla y luego por Cádiz, aunque había otra vía de entrada de género que era por Londres", dibuja Lahoz sobre el mapa.
"Aunque la tradición del bordado en seda chino es casi tan antigua como la propia seda, y ya desde el siglo XVI el célebre Galeón de Manila transportaba a España tejidos chinos, todos los mantones que han llegado hasta nuestros días se produjeron a partir de principios del siglo XIX, que es probablemente el momento en el que se desarrolló el modelo", añade el servicio del Ministerio de Cultura.
​Esto coincide con la explicación de Miguel Ángel, que sitúa la moda a finales del siglo XVIII y principios del XIX, un momento en el que todo lo que procede de Oriente tiene especial atractivo -mesitas, biombos, tibores, juegos de té, porcelanas, abanicos o tapices-.

Mantón
Mantón con incrustaciones de marfil.
H. A.

​De hecho, los aspectos chinescos se reflejan en los muebles y menaje, pero también en los mantones. Un ejemplo que menciona Lahoz son las flores del paraíso o peonias, que Occidente no se conocían pero que encandilaron. "Los mantones causan gran furor y se flecan", añade, y al final se hacen al gusto español. El flecado, tal y como menciona el Ministerio, era una herencia morisca. Dan color a los trajes, unas tonalidades vivas que se habían retirado con el cambio de siglo. En torno a estas prendas existe otra curiosidad: "Los mantones de más calidad se embalaban en cajas lacadas, tan vistosas que algunas se reconvirtieron después en mesas".

¿Cómo ponerlo bien?

1. Doblarlo en triángulo

2. Enrollar la parte superior

3. Sujetar el mantón con una aguja

4. Soltar la parte enrollada para cerrar el cuello

5. Sujetar con una aguja a la altura del pecho

6. Ajustar a la cintura

7. Ajustarlo también con agujas al costado

Otros ejemplares contaban con incrustaciones de marfil policromado, que hacían las veces de rostros. Si los mantones eran piezas indicadas para los meses de tiempo más agradable, para los más fríos existían los casimires de lana de ocho puntas. "Son el abrigo. Primero se doblaban en un rectángulo y después en cuadro, por último, en pico desmentido y así se consiguen cuatro telas capas".

Antes de los mantones se había utilizado pañuelos de talle, en algunos casos indianas para los trabajos diarios. "Son de hilo fino u organza, que son los más lujosos –distingue Lahoz-. En cuanto a los colores, en pocas ocasiones son vivos, para fiesta siempre son crudos".

¿Y qué hay del bobiné?

El bobiné es otra de las prendas que se utilizan para cubrirse. Lahoz puntualiza que se trata de un cuello bordado, por lo que se puede entender como una forma de bordar. "Siempre están bordados a cadeneta y en algunas ocasiones se añade un encaje al final o simplemente se remata con ondas de bordado", sostiene Lahoz, además manifiesta que pueden ser de pico o cuadrados. "Cuando son cuadrados, están bordados en caras diferentes para que se luzcan ambas cuando se doblan", agrega.

Una muestra de bobiné.
Una muestra de bobiné.
Toni Galán

En algunos casos se ven bobinés que combinan tul y batista, pero antaño solo eran de uno de los dos tejidos: "Los más antiguos son de batista, ya que los de tul aparecen de la mano de la máquina industrial". Lahoz destaca que, a pesar de la llegada de los mantones, los bobinés se mantienen. "En la zona de Caspe se llama mantón de bobiné y son muy grandes, intentan imitar a un mantón de Manila".

Las referencias sobre esta palabra son muy escuetas. "El nombre es fruto de la influencia francesa del siglo XVIII", se ha situado históricamente. En el diccionario de la Academia se define como un hilo enrollado en un canuto. La explicación que puede existir es que la forma de hacer la cadeneta es similar a esta definición.

Justillo o jubón, según el patrón

El Bancal, tienda de indumentaria aragonesa de Zaragoza.
Ejemplo de justillo.
Oliver Duch

Los jubones y justillos son el cuerpo. Los primeros son con mangas, mientras que el segundo no lleva.
Los cuerpos, de lana o paño, van envarados. "Depende de las zonas de Aragón se envaran con olivo o boj. Incluso se endurecen", cuentan el experto. Se usan unas u otras en función de la zona y se emplean los brotes jóvenes de la parte baja del tronco que se tienen que quitar por el bien del fruto. "Son maderas flexibles que se doblan sin romperse cuando las mujeres se sientan y vuelven a su ser al levantarse -describe-. En muy pocos casos también se observan de esparto".

Se diferencian dos modelos. "Los del siglo XVIII son con escote, acabados al talle con almenas o aletas -la parte de la cintura hacia abajo", puntualiza Lahoz. En el siglo XIX, el justillo también es ajustado, pero no con esa rigidez, y cerrado hasta el cuello con un estampado de damasco.

El tesoro de una falda

Los guardapiés, como se llaman las sayas o faldas, cambian en función de las modas, aunque la tendencia general es que quedaran por encima del tobillo o descansaran sobre el empeine. "El siglo XVIII son una explosión de color, descubriendo rojos, dorados, verdes, azules...", enumeran en El Bancal. No obstante, en algunas zonas también se suman otros tonos, como en Fraga los blancos con estampados florales, que abundan en los ajuares de las novias. Como curiosidad: "En las bodas fragatinas el rojo se reserva para la madrina".

Existen varios estampados que también evolucionan al igual que el color.

Falda indiana.
Estampado de indiana.
H. A.
Tejido floral.
Tejido floral.
H. A.
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Detalle de imperial
H. A.
Tejidos
Motivos más pequeños.
H. A.

Indiana.
"La indiana es un tejido que viene de la India -plantea Miguel Ángel Lahoz-, que los mismos indios estampaban manualmente a plumilla. Los dibujos de esta época son muy grandes y casi siempre tienen de base el puro algodón, crudo. En pocas ocasiones la tela tenía color". Este tipo de tejido llega a toda Europa, España incluida.
"Cuando esos dibujos se hacen en España, a finales del XIX, se hacen motivos más pequeños. Es percal, un algodón lustrado", añade el experto de El Bancal.

Naturalista.
En el XVIII, "suelen ser de dibujo grande y mucho colorido como manda la época", distingue Miguel Ángel Lahoz. "En el siglo XVIII está la época naturalista", añade. Se trata de estampados con animales, verduras o incluso instrumentos musicales. El experto en indumentaria aragonesa sitúa esta tendencia entre 1760 y 1770.

Imperio.
"El imperio es otro estampado, que se extiende hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX. Este motivo se descubre en las basquiñas del traje de respeto, que se visten para actos religiosos, entrar a la iglesia o visitas", cuenta Lahoz. Encima de la falda se llevaba esta basquiña, que se trata de otra saya pero en este caso de color negro y que suele ir a juego con el jubón. En las zonas frías están confeccionadas con lana pura y lisa, mientras que en el llano se encuentran de seda brocada con terciopelo.

Motivos más pequeños.
Los tejidos y estampados cambian en el siglo XIX con la irrupción del telar: desaparece el manual y entran otros mecanizados. "Por esta razón, se abarata mucho el tejido", argumenta Lahoz.
Esta tendencia coincide con la moda victoriana. "Entonces se emplean dibujos mucho más pequeños y de poquísimo colorido. Todo es más oscuro, las faldas más largas, los vuelos se llevan atrás quedando lisa la parte delantera", analiza Miguel Ángel.

Delantales, de fiesta y diario

El delantal es una prenda femenina para diario y de fiesta, pero que cambian en función del día. Para trabajar se usan de telas burdas. Los de fiesta están confeccionados con telas ricas y decorados con encajes de bolillos, que en esos casos no eran utilizados para ir al campo.

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Delantal de fiesta.
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Delantal de diario.
HA

En el siglo XVIII los de fiesta son de seda de colores, que pueden hacer juego con la falda. "El delantal de fiesta desaparece con la llegada del mantón, ya en el XIX, porque la novedad tapa toda la falda".

Debajo de la falda... las enaguas

Enaguas del traje regional aragonés.
Enaguas del traje regional aragonés.
Eduardo Ramírez

Debajo de la falda se encuentran las enaguas, que se llevan varias piezas, una encima de otra. Se considera que debe ser del mismo tejido que el cubrecorsé. A partir del corte comienzan los detalles, ya sean de cadeneta o encajes. "No solían tener una largura superior ni al refajo, ni a la saya, ni menos a la falda. Enseñar la enagua era un despropósito", publicó HERALDO en un reportaje.

"Si es invierno se añaden una, dos o tres sayas de lana", muestra Miguel Ángel Lahoz. A la retahíla de enaguas se suman las de piqué con muletón. De esta forma, la ropa que está a la vista es la misma en invierno que en verano, pero debajo se abrigan más o menos. 

Además, para realzar la figura algunas mujeres optaban por un postizo en forma de rulo o de cojín, que se anudaban a la parte trasera, sobre el culo.

Zapatos o alpargatas

Alpargatas y zapatos del traje aragonés.
Alpargatas y zapatos del traje aragonés.
Marina Ovejero

Tanto en el siglo XVIII como en el XIX, el calzado debe ir acorde con el resto del traje. Por ejemplo, para diario llevaban alpargatas, como las clases más bajas los días de fiesta. En cambio, los estamentos más ricos podían calzar un zapato de tipo salón con tacón de carrete en días festivos. "Los zapatos son de tacón, en terciopelo con punta picada, lazadas de trenza. Estos adornos, en piel, no tienen otra misión que la de proteger determinadas zonas delicadas del calzado: puntera, talón y atadura", se mencionó en este periódico.

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Ellos

Los estilos del pañuelo coronario

Lazada de azucena
Lazada de azucena
H. A.
Lazada-de-mariposa.Seda-natural
Lazada de mariposa.
H. A.
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Lazada de trabajo.
H. A.

Los hombres llevaban un pañuelo anudado a la cabeza, el que se puede denominar "pañuelo coronario". Las medidas estándar lo sitúan de 80 por 80. "Pueden ser de algodón, seda o de cualquier tejido con arreglo al trabajo que vaya a ejercer", apuntan en El Bancal. "El pañuelo de cabeza fue pensado como elemento de protección, sea del sol, sea del sudor y si acaso, incluso del frío", explicó HERALDO en un especial. 

En cuanto a los estampados se observan pequeñas florecitas enmarcadas con una greca -lo más habitual- o espolinados –similar al brocado de una falda, pero en pequeño-. Mientras que las personas mayores lucían pañuelos más serios, los de los jóvenes eran coloridos. De hecho, los coronarios, junto con los chalecos, eran las únicas prendas que nutrían de color al traje regional.

El típico pañuelo de cuadros -el conocido como cachirulo- se vincula a los cuadros escoceses que a Aragón llega a finales del siglo XIX. La forma de usarlo cambia en función del contexto.

Cómo colocar bien el pañuelo

Lahoz manifiesta que en el siglo XVIII los hombres llevaban el pelo largo y, para retirárselo del rostro, se anudaba en la nuca. "En el XIX llegan las pestes, los ayuntamientos rapaban gratis a los ciudadanos y, entonces, ya no era necesario quitarlo de la cara", expone. Por ese motivo surgen otras formas, en concreto el nudo a derecha o izquierda "indistintamente, en función de la habilidad del señor".

El nudo podían ser lazadas de mariposa, con las puntas enrolladas como una camelia, un rosetón o sueltas. "Los mocetes llevan las lazadas aparatosas para llamar la atención, mientras que los mayores podían hacerse un churro y se lo escondían", suma a la explicación.

Los sombreros y sus alas

Sobre el pañuelo, los hombres podían lucir un sombrero, como los de ala ancha del siglo XVIII. "En el siglo XIX pierden el ala, porque ya no se necesita esas alas grandes al haber aparecido en el mercado los bateaguas, ahora llamados paraguas", indica Miguel Ángel Lahoz.
Estas prendas de cabeza van engomados con cola de conejo, que los hace duros y resistentes al agua. "La cola de conejo se lograba al hervir los huesos y ternillas y se conseguía una sustancia que otorga un brillante tono que repele y lo hace impermeable", añade el experto en indumentaria aragonesa.

Otro modelo es el sombrero de Sástago, con un ala muy finita, o la chistera, reservada para los señores de clase alta. Por las calles también se podían ver monteras de paño o de pelo de animales -de conejo, por ejemplo-, que son alargadas y podían llevarse hacia abajo para tapar las orejas o levantadas. Los pastores llevaban este tipo de prendas de sombrerería, mientras que los labradores optaban por los sombreros de paja.

Sombreros masculinos.
Sombreros masculinos.
H. A.

Las amplias camisas

Una de las partes que menos se ven en los trajes regionales son las camisas, que se caracterizan por ser muy amplias. La botonadura es hasta el pecho, en ningún caso de arriba a abajo. 
​En el siglo XVIII son de hilo fino o de lienzo basto, todo blanco con el pecho bordado. Una curiosidad de estas prendas, al igual que otras, es que tenían que estar bordadas con las iniciales de los propietarios porque eran lavadas en los lavaderos y se podían confundir entre tantas.
"El volumen se recoge alrededor del cuello, como un frunce chiquitín, al igual que en el hombro y el puño", explica Miguel Ángel mientras señala una muestra. Las del siglo XIX lleva palas.

Detalle del cuello de la camisa.
Detalle del cuello de la camisa.
José Miguel Marco

Vivo color del chaleco

El chaleco, junto con el pañuelo de la cabeza, es otra de las prendas que dan color al conjunto. No obstante, cambia en función de la ocasión para la que se viste.

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Un ejemplo de chaleco del traje regional.
José Miguel Marco

"Para casarse llevan el conjunto negro y en verano puede ser de estampado de indiana", agrega Lahoz. No es hasta el final del siglo XIX cuando aparecen los cuadros escoceses que llegan a los chalecos, además de a los mantones de seda y las faldas de las señoras. Eso sí, Miguel Ángel hace una aclaración: "El chaleco siempre por dentro".

Fajas con los flecos por dentro

La faja es una prenda masculina de especial relevancia a la hora de ejecutar trabajos, aunque se viste siempre. "Los colores varían en función de la habilidad del artesano –que era el encargado de realizarla- . Hay crudas, negras, marrones, rojas... no tiene nada que ver con los sitios, sino con las tintadas", distingue Miguel Ángel Lahoz. Por ejemplo, no son el mismo rojo, sino que unos se lucen más vivos y otros más amoratados. No obstante, como ocurre con el resto de prendas, en el XVIII las fajas son más coloridas, el vestuario es más animado, hasta que llega la época victoriana.
Un aspecto curioso es que en el siglo XVIII se tejen haciendo rayas y en el XIX son totalmente lisas, aclara Lahoz. 

Chupa y el ajustado calzón

Más discretas que los pañuelos o los chalecos son las chupas y calzones de los hombres en el XVIII, aunque algunas "chillan" por sus colores. "Son de innumerables gamas -indica Miguel Ángel Lahoz-, como marrones, grises, azules, verdes... mas oscuritos".
​En cuanto al tejido está el paño, el terciopelo -que es de lujo- y la seda en tonos más oscuros que las mujeres. "Aunque haya algunas que chillan", ríe el experto en indumentaria de El Bancal.

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Chupa de hombre.
José Miguel Marco
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Con su calzón a juego.
José Miguel Marco

Blusa para un día, tocinera para otro

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Una blusa con pequeñas decoraciones y el típico rayado.
H. A.

En verano, encima del chaleco, la chupa se solía cambiar por una blusa. "Las blusas eran de telas buenas, bordadas, con botones de cristal, cortitas, que justo llegaban a la cintura", las describe Lahoz. Eran muy amplias y con vuelo; más vuelo tenían las "domingueras". Para el trabajo también se llevaba una prenda muy similar, pero se denominaba "tocinera", más grande y larga. Estaban confeccionadas con un tejido llamado dril, "un algodón de tres cabos (el rayado)".

El vuelo de la capa

La capa se empleaba para cualquier día de fiesta o en función de la situación. "A un entierro hay que ir con capa, aunque sea verano, o a una procesión", indica Lahoz, que lo compara con que el traje de respeto va de negro y acompañado de sombrero y capa.
Al margen de este protocolo, "se puede llevar sombrero y no capa",  en otros contextos.

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La pieza que se utilizaba para cerrar la capa a la altura del cuello.
Montañés

El calzón interior, que asome poco

"Los calzones interiores aparecen muy terciado el siglo XIX", los sitúa Lahoz. "Antes los calzones iban forrados de lino y cerrada la pierna con botón hasta debajo de la rodilla", añade. No usan calzoncillo: "Envuelven sus partes con la camisa, que son largas hasta la rodilla". Este experto en indumentaria explica que lo hacían como con un pañal y después se ponían el calzón.

Su condición de lujo los lleva a enseñar: "Es la moda". "Nunca son con puntillas, que hay gente que se pone hasta entredoses, pero sí que le hacían palas y un triángulo en la rodilla para darle movilidad a la rodilla", exponen en El Bancal.

El nombre varía según la zona, en algunas zonas del Pirineo se les llama "marinetas", que suelen ser de color azul oscuro con una rayita fina o azul marino casi negro con raya cruda", enumera, y añade que se llevan a juego con las camisas.

Calcillas y amorosas ligas

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Un ejemplo de calcillas del traje regional masculino.
H. A.

Para cubrir las piernas, los hombres no usaban medias, sino calcillas. "Llegaban hasta la rodilla y se ataban a la extremidad con ligas con declaraciones de amor", manifiesta Miguel Ángel.
¿Qué son esas ligas? "Se trata de un cordón de lana o algodón en un primer momento, que pasa a ser de seda si el poder adquisitivo es más alto", continúa. "Las novias bordaban leyendas en las del novio, así como con la fecha, o frases que daban idea de cómo eran las personas", plantea Lahoz. Las frases comienzan en una pierna y terminan en otra y, además, suelen rimar entre ellas.

Alpargatas o zuecos

Algo de lo más común para vestir el traje regional es la alpargata. Se usan para el trabajo diario, aunque dependiendo del tipo de labor se pueden sustituir o combinar con albarcas y zuecos. Las primeras de cuero, aunque si las llevaban los labradores debían ser más duras. En algunas zonas se llevan los mencionados zuecos, con fuerte similitud con los franceses. "No llevan tres tacos, sino uno detrás del talón, y luego algunos van herrados si son lugares de hielo", expone Miguel Ángel Lahoz.

Alpargatas lira
Alpargatas de lira
Montañés

En cambio, los días de fiesta quien podía, calzaba zapatos y botas. "Los del siglo XVIII son muy escotados, tipo salón con tacón bajo, y en el XIX se llevaba un botín hasta encima del tobillo, en este caso ya con pantalón, largo".


Zuecos de madera
Zuecos de madera
Montañés

Como en el caso de las mujeres, los niños vestían de bebé hasta que tenían la capacidad de caminar. A partir de entonces, los menores usaban prendas como las de los adultos, pero de su tamaño.

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Pendientes

Los pendientes y el relato de la llegada de la electricidad

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Pendiente de cinco piezas, del siglo XVIII y otro de tres piezas del siglo XIX.
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Pendiente de labradora y uno de oro bajo y morralla de esmeraldas.
HA

Más grandes o más pequeños, pero los pendientes han formado parte de la indumentaria desde que se tiene constancia, de hecho, en los yacimientos romanos se han encontrado muestras que en la actualidad se pueden disfrutar en los museos. En los siglos XVIII y XIX, tiempo de cuando proceden la mayoría de los trajes regionales, también eran un relevante elemento.

Los modelos más antiguos son los de bellotas, que se componen de un rosetón con mariposa y una bellota que cuelga, además del botón.

Pendiente de bellota
Pendiente de bellota.
H. A.
Pendientes de bellota.
Un ejemplo de girandola.
H. A.
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Otra muestra, con piedras de colores.
H. A.

El siglo XVIII se define, sobre todo, por el pendiente de girandol, o también llamado girandole. "Se ponen muy de moda en Centroeuropa, atraviesan los Pirineos y en la península causan gran aceptación porque es cuando se consigue dar al cristal una cantidad de plomo suficiente para que brille mucho -expone Lahoz-. En esos años, la electricidad no existe y se alumbran con candiles o con velas, y causan muchísimo impacto".

La estructura de todos los pendientes suele ser la misma, la más alta de todas que llaman botón -tanto para piezas del XVIII como del XIX-, la mariposa es la pieza central y la terminación. La última parte diferencia los modelos: por ejemplo, pueden ser de almendra o de a tres, si cuelgan tres detalles. Las piezas que se llevaban estaban relacionadas con la edad o el estado civil.

En el siglo XIX los pendientes adquieren más notoriedad y "se hacen enormes, al punto de que hay pendientes de 11 centímetros", asombra Miguel Ángel. Los usan las labradoras -no las mujeres que trabajan, sino las dueñas de las tierras-. "La manera de diferenciarse era con unos grande pendientes", determina Lahoz. ¿Llevaban pendientes las jornaleras? "También, pero solo un botón al que poder añadir el domingo la parte de abajo".

En el XIX penetra la profusión de piedra: "La esmeralda, el granate, el rubí, el ámbar -llamado en Aragón de caramelo-, la amatista morada... Cuando los salones se muestran más alumbrados, aparece el color en los pendientes". Así que se puede contar que la evolución de los pendientes va de la mano de los avances en la electricidad.

Las manillas, un signo de amor

Las joyas también se llevaban en las muñecas: las manillas. "Generalmente, son dos obras enmarcadas que se anudan con una cinta y que, además, podían estar decorados con cuentas de perla", las describe Miguel Ángel Lahoz, que las contextualiza en mujeres de alto nivel.

Se diferencian dos tipos: de paisaje o retratos. Los primeros solían ilustrar un caballero o una dama en unos jardines bucólicos o con unas ruinas neoclásicas de fondo. "Estas manillas se compraban con la única función de ser adorno de las muñecas", apunta el experto en indumentaria. Las manillas que muestran retratos se relacionan con el emparejamiento.

Manillas.
Manillas que relatan una historia de amor entre un chico y una chica.
Montañés

"Entonces se hacían retratos al óleo o en papel, como un grabado, y se intercambiaban entre los jóvenes. Si la relación salía bien, se enmarcaban en manillas", menciona Miguel Ángel con un claro ejemplo en la mano, donde en el sombrero de uno de los retratos aparece la palabra "amor". Esta fórmula se relaciona con otra: los portarretratos con una lazada que se metían en el justillo con un gancho.

Sofocantes y recorcillas para el pecho

El escote de los trajes cambia en función del siglo en el que se enmarcan. En el XVIII tenían unos cuellos más abiertos que en el XIX. "Son muy cerrados, al igual que los mantones. Es la época victoriana", aclara Miguel Ángel Lahoz. Esto también influye en el mundo de la joyería.
​En los primeros años, cuando son más escotados, en el pecho llevan una cruz que va ajustada al cuello con una cinta, el sofocante. En esta joya la pedrería adquiere relevancia, suele hacer juego con los pendientes y recuerda al 'parure' francés del siglo XVII.

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Sofocante.
H. A.

Sin embargo, tal y como relata Lahoz, esta pieza se pierde en el siglo XIX con los cuellos cerrados en caja y la única joya que se usan son los pendientes. A pesar de este cambio de tendencia, entre ambas modas existe una pieza que se denomina "recorcilla" y que en El Bancal describen como una cruz con collar.

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Medalla de la Virgen del Pilar
H. A.

Relicarios: entre los santos y el coral

Relicarios
Relicarios y otros motivos religiosos.
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Como se ha mencionado, las joyas en el caso de los hombres son más discretas. Portan los relicarios, que hacen referencia al plano religioso o profano y que puede hacer la función de amuleto. "Si las religiosas son medallas devocionales, que pueden llevar una reliquia incluida, las profanas tienen la misión de ahuyentar el mal de ojo", las distingue Lahoz.

Este mismo papel desempeñan los cinturones de los infantes, llamadas "ristras", que arropaban a los niños el día del bautizo. Se trataba de una sucesión de elementos entre los que se incluían colmillos, castañas, crucifijos, vírgenes, relicarios o campanillas. Por superstición también una ramita de coral, que además se podía ver en collar al cuello de la mujer.

Gemelos y botones que son joyas

Algunas prendas estaban rematadas con pequeñas joyas. Se trata de las botonaduras de chupas y calzones, aunque las más relevantes se encuentran en los chalecos. Podían ser de plata o de cristal labrado, además de bordados.
El cuello de la camisa se cierra con un gran gemelo, de plata o de madera, que en el Pirineo podía ser de boj tallado. A este se suma el atacadera, que se situaba en la cintura del calzón para cerrarlo”, dice Miguel Ángel Lahoz.
A los botones y los gemelos se añaden otras piezas consideradas valiosos elementos: las hebillas de los zapatos.

Botones
Botones con relieves.
H. A.

Lo que había dentro de la faja

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Reloj de leontina.
Montañés

El interior de las fajas era un amplio bolsillo donde los hombres guardaban todo tipo de elementos, desde el chisquero para encender el tabaco a la navaja. "Muchas de las navajas procedían de Sástago, ya que eran famosísimas por las empuñaduras de nácar que se hacían con la margaritifera del Ebro", explica Miguel Ángel Lahoz, que se usaban de defensa o de uso rutinario. La margaritifera es una almeja perlífera gigante de río, la define el Gobierno de Aragón, que hasta el siglo XIX tenía una amplia distribución que abarcaba todos los grandes ríos de Europa occidental y África del Norte. "Las valvas eran recolectadas y utilizadas por los habitantes de las poblaciones ribereñas para la fabricación de empuñaduras de cuchillos y navajas", se menciona en la ficha del animal.

Una mención especial merecen los relojes con leontina, la cinta o colgante, que en ocasiones asomaba entre las diferentes prendas del traje regional.

Los chatelaines o el arte en miniatura

Un ejempolo de 'châtelaine', un accesorio habitual entre las clases adineradas.
Un ejempolo de 'châtelaine', un accesorio habitual entre las clases adineradas.
Ministerio de Cultura

Una pieza de pequeño tamaño y que se comparte en el traje regional masculino y femenino, aunque con diferentes modelos, son los chatelaines. "En el caso de ellos solían llevar un relojito o la llave para darle cuerda, mientras que las mujeres portaban unas minitijeras, dedales o una cajita de polvos", distingue Lahoz, que añade que se trataba de piezas de lujo.

El Museo del Traje, perteneciente al Ministerio de Cultura, enmarca esta pieza en el siglo XVIII y señala que "estaba compuesto por una serie de cuerpos que dotaban de flexibilidad al conjunto". En el último cuerpo se encontraba "un estuche de sección hexagonal aplanada, en cuyo interior se encajan los pequeños y delicados instrumentos", dice el Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico.

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Lo que sobra en un traje regional

Miguel Lahoz tiene una máxima a la hora de vestir el traje regional: "Que no dé la impresión de que es un disfraz". Expertos como él recomiendan que la indumentaria aragonesa no se vista con objetos del día a día del siglo XXI, como pueden ser las gafas de sol, los relojes de muñeca o el móvil. Estos útiles se pueden portar en la faldiquera que se esconde bajo las faldas en el caso de las mujeres o en el interior de la faja si se es hombre. En cuanto a las joyas, también tienen que ir de la mano de la época, por lo que no serían adecuadas las sortijas contemporáneas, simplemente la alianza.

Lahoz pone el acento en no combinar prendas de diferentes siglos. "Para los hombres, nada de fajas rayadas con trajes del XIX, ni tampoco camisas de calle ni mocasines". En lo que coinciden ambos siglos es que los chalecos son de doble botonadura. "Los hombres no llevaban medias, sino calcillas. Así que nada de las medias con garbanzos", añade a la lista de los errores más comunes. Los flecos de la faja deben de quedar ocultos, ya que su utilidad no es un adorno, sino para no perderla.

"Para ellas no son adecuadas faldas estampadas del XIX con un justillo del XVIII", avisa el propietario de El Bancal. Otro de los detalles es que el delantal es una prenda femenina que desaparece con la llegada del mantón, porque ya no hay motivo para exhibir un adorno. El pelo debe de ir recogido y si el cabello se cubre con un bancal, no debe de ser de chantillí, ya que ese estilo data de décadas posteriores.

Hace unas décadas surgió una "moda" plagada de lentejuelas. "Nada de chalecos o delantales con lentejuelas", dice con rotundidad Lahoz. "En contadas ocasiones se adornaban con azabache con una lentejuela chiquina metálica, pero no de las barbaridades de las lentejuelas de plástico", matiza el experto. No solo eso, sino que Miguel Ángel es claro: "Hay que desterrar el pañuelo de algodón de cuadros".

Para conservar las prendas, en especial las más antiguas, hay que guardarlos a una temperatura adecuada, ya que se estropean a partir de los 40ºC. Sin embargo, hay piezas de indumentarias que no es necesario guardar. Lahoz, como otros expertos, animan a usar prendas del traje regional el resto del año: "Por ejemplo, un mantón o unos pendientes son muy fáciles de poner para una boda".

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