¿Recuerdas cómo eran las estaciones de autobús de Zaragoza hace 20 años?

Media docena de antiguas cocheras echaron el cierre en 2007. Las más icónica y caótica era la de Ágreda en el paseo de María Agustín, de donde salían más de cien autocares al día.

Las taquillas de la estación de Ágreda del paseo de María Agustín a finales de los 90.
Las taquillas de la estación de Ágreda del paseo de María Agustín a finales de los 90.
Guillermo Mestre

Aunque las imágenes resulten sorprendentes, no ha pasado tanto tiempo. Hace apenas 15 años que se aglutinó en Delicias la terminal de autobuses y echaron la persiana la media docena de antiguas estaciones que había Zaragoza. Los vecinos llevaban años quejándose de los ruidos y los atascos en las calles del centro eran cada vez peores. Las instantáneas de 2007 evidencian que se prestaba un servicio casi tercermundista, a pesar de lo cual nadie se privaba de coger un bus para ir a Pamplona, a Madrid o a Salou.

“Eran simples y meros garajes. No estaban preparados para dar servicio, pero aún así se mantuvieron muchos años”, explica Raúl Navarro, que en su día fue transportista y que recuerda que las cocheras “no estaban en condiciones pero tampoco se podían hacer obras por las quejas de los vecindarios”. Aunque las estaciones de la avenida de Navarra, Lacarra (entonces General Sueiro), la calle Almagro o el paseo de María Agustín estaban sentenciadas desde finales de los 90, pero el traslado a Delicias fue más costoso de lo previsto.

Las salas de espera con sillas de plástico, máquinas de refrescos y mostradores con fluorescentes que parpadeaban se han quedado grabadas en la memoria de quienes viajaban por carretera en los últimos años del siglo XX, que era una cifra nada despreciable de viajeros, habida cuenta de que el AVE no llegó a orillas del Ebro hasta el año 2003.

Quizá el caso más paradigmático sea el de la estación que quedaba en pleno corazón de la ciudad, a la altura del número 7 del paseo de María Agustín. Los antiguos garajes de Ágreda hoy se han reconvertido en un gimnasio ‘low cost’, que ha sabido aprovechar unas instalaciones que en su momento resultaban bastante laberínticas. Desde esta estación salían hace veinte años entre 100 y 125 autocares al día. Los destinos eran variados pero todos de gran demanda: Barcelona, Madrid, Bilbao, Huesca, Salou, Peñíscola… Se calcula que al día pasaban por los estrechos pasillos de aquella terminal casi tres mil viajeros y las quejas de los vecinos -todas las estaciones estaban en los bajos de viviendas- eran continuas.

Una antigua cochera se ha reconvertido
en supermercado y otras dos, en gimnasios

“Aún recuerdo los mostradores de venta de billetes, con unas barreras en las que difícilmente se podría guardar una fila. Había una ventanilla para ‘salidas inmediatas’ y otra de ‘venta anticipada’, pero generalmente era un caos porque se entremezclaban los unos y los otros”, recuerda Mercedes Valbuena, sobre una época en la que, obviamente, no existían la venta ‘online’ ni tampoco los tickets electrónicos. “Yo tenía que ir a Madrid todas las semanas mínimo un par de veces -continúa la zaragozana-, y lo de esperar en esa estación de tercera era un trámite más, como el de la paradita de marras en Esteras de Medinaceli, donde había decenas de camiones ¡y de gatos!”, rememora.

El mismo modelo de ‘estación’ se reeditaba en otros puntos de la ciudad. En la avenida de Valencia salían los buses a Cariñena, Castejón, Daroca o Tauste, mientras que desde la de Juan Pablo Bonet se podía viajar a Teruel, Valencia o Logroño. En ambos casos, la estética industrial de los garajes con sus bóvedas de tirantes de hormigón las hacían lugares poco luminosos y menos salubres. Además, maniobrar entre gente con maletas esperando alrededor tampoco era sencillo para los chóferes y en más de una ocasión se vivieron sustos debido a lo reducido de los espacios. Esta estación de la avenida de Valencia, que en su momento gestionó igualmente Ágreda Automóviles, se ha reinventado también como un gimnasio, aunque la pequeña gasolinera de su chaflán aún recuerda los tiempos en los que dejaban de pasar coches de línea por sus puertas.

antigua estaciones de autobús de Zaragoza
Los autobuses incluso invadían el carril contrario al maniobrar en pleno paseo de María Agustín.
Heraldo

No sólo de reconversión en gimnasios viven las exestaciones pues también hay exitosos ejemplos de renacimiento en forma de supermercado gracias a lo diáfano de sus solares. Es lo que sucedió con la de Juan Pablo Bonet, que era algo más espaciosa que el resto, y desde donde se viajaba con el grupo Jiménez-Logroza a Teruel, Valencia o Logroño. En oficinas y pequeños locales comerciales se dividió lo que fueron las cocheras de Therpasa, en la calle de Lacarra (antes General Sueiro) y que hoy han encontrado nueva vida en forma de escuela artesana o de gastrobar. Aún hay algún local libre, pero nada recuerda ya en sus paredes al garaje desde el que salían hasta 2007 los buses a Soria o Tarazona.

A apenas 300 metros de la gran terminal de Delicias sobrevivió a duras penas hasta hace 15 años la estación de Cinco Villas-Conda, de donde una treintena de buses salían cada día con destino a San Sebastián, Pamplona o Tudela. “La sala de espera la conformaban dos bancos de madera viejos y unas butacas pintadas y rotas. No quieras imaginar cómo estaban los urinarios...”, comenta Alberto Martínez, que recuerda sus continuos viajes a la capital navarra para cursar su carrera universitaria. 

El ruido de motores y el olor a tubo de escape era constante en todas las estaciones citadas, pero se hacía aún más penoso en María Agustín porque, como se quejaban los zaragozanos de la época, era un recinto para muchas personas que estaban de paso y daba una imagen penosa y ruinosa de la ciudad. Aunque a lo largo de su vida útil se repintaron las paredes y se fueron cambiando los bancos de espera, los autocares eran cada vez más grandes y algunos apenas podían entrar en el hangar con lo que preferían montar a los pasajeros en plena calle. Los vecinos de Hernán Cortés o la calle Almagro recuerdan perfectamente aquellos episodios, en los que los buses necesitaban todo el ancho de la calle para maniobrar y si había algún coche mal aparcado el concierto de pitidos se hacía interminable.

La única ventaja de aquellos viejos garajes es que dejaban a los pasajeros en el centro de la ciudad y que parecían mejor conectados que en Delicias. También es cierto que su excesiva dispersión hacía muy difícil los trasbordos: los oscenses que querían ir a Teruel, por ejemplo, debían bajarse más allá de la puerta del Carmen (entre Averly y la plaza de Europa) e ir después por sus propios medios hasta Juan Pablo Bonet. En su momento surgió el debate de complementar la estación de Delicias con un intercambiador para cercanías en el centro de la ciudad, pero se acabó desechando la idea.

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