Una segunda oportunidad tras dejar la calle: "Tan solo necesitas que confíen en ti cuando nadie más lo ha hecho"

En la capital aragonesa más de 300 personas carecen de hogar y alrededor de 200 duermen en la calle. Una cifra que se ha visto incrementada desde el inicio de la pandemia.

José María González repartiendo comida en la Obra Social El Carmen, donde trabaja como voluntario
José María González repartiendo comida en la Obra Social El Carmen, donde trabaja como voluntario
Camino Ivars

¿Hay vida después de la calle? Esta es una pregunta que quizá pocas veces nos formulamos pues nadie piensa que vaya a terminar sus días durmiendo a la intemperie. Aunque sea una misión bastante complicada, la realidad es que existen casos de personas sin hogar que, tras mucho esfuerzo, logran rehacer sus vidas. Como así lo cuentan José María González (58), Toumani Diakite (35) y K. D. (23).

A pesar de haber nacido en lugares y momentos distintos, tienen varias cosas en común: han vivido un largo periodo en la calle, han pensado que jamás volverían a tener una vida convencional y, afortunadamente, cayeron en manos del equipo de la Fundación San Blas para personas sin hogar en Aragón. Allí no solo reparten comida, material de abrigo y aseo, o ponen a su disposición un servicio de consigna único en España, sino que les ofrecen el apoyo de un equipo formado por una psicóloga, Leire Bernad; una trabajadora social; Mar Albertos, y, una educadora, Bondad Pardo. En definitiva, personas que les han brindado otra oportunidad cuando nadie más lo hacía, ni siquiera ellos.

Creada en el año 2012, en 2021 han atendido a más de 700 personas. "Esta cifra crece año tras año, sobre todo desde el inicio de la pandemia. En Zaragoza hay más de 300 personas sin hogar, de las cuales unas 200 duermen en la calle", asegura Antón Borraz, presidente de la entidad.

José María González Camacho: "Tener un hogar lo supone todo. Tengo techo, ducha, luz... cosas que la gente no valora"

Del total, tan solo un 10% logrará salir de esta situación. Una cifra que podría aumentar si la sociedad, e incluso ellos mismos, creyeran que hay vida después de la calle. "Muchos de estos chicos, cuando rehacen sus vidas, vuelven como voluntarios para ayudar a otras personas que están pasando lo mismo que ellos", destaca Borraz. Esta Navidad, algunos fueron a compartir sus experiencias con personas sin hogar. "Es muy emocionante y una satisfacción tremenda ver cómo han conseguido un empleo, han formado una familia… no tiene precio", añade.

José María González Camacho, sevillano de 58 años, ha pasado casi el mismo tiempo viviendo en la calle que en un hogar. Llegó a Zaragoza con 35 en busca de un empleo. Sin saber muy bien cómo, de repente se vio durmiendo en la calle y ya no supo cómo reaccionar: "Han sido etapas de trabajos temporales, sobre todo en el campo, pero había mucha inestabilidad. Cuando te ves así no puedes hacer nada más que seguir y esperar. No te queda tiempo para pensar".

Desde hace apenas un mes reside en un apartamento compartido de la Obra Social El Carmen donde trabaja como voluntario repartiendo comida para otras personas que viven en la calle. "Tener un hogar lo supone todo. Tengo techo, ducha, luz... cosas que la gente no valora", advierte. A pesar de no tener necesidad de pedir por primera vez en muchos años, en su mochila todavía lleva el cuaderno y el gorro de lana con los que pedía para comer. "No me atrevería a salir de casa sin esto, me han acompañado toda la vida, no los voy a poder tirar", reconoce.

Toumani Diakite: "La gente enseguida cree que estás ahí porque eres drogadicto, ladrón o mala gente, no es justo. Dormir en la calle no es sinónimo de ser mala persona"

Otra cosa que tienen en común estas personas es que, a pesar de lo que han vivido, se sienten felices y agradecidos, sin miedo a lo que vendrá. "Te deja una huella para toda la vida, pero aprendes a continuar", explica Toumani Diakite, nacido hace 35 años en Costa de Marfil. Tras fallecer su padre y estallar la guerra civil en su país, el joven decidió costearse un billete en patera para tratar de sobrevivir. "Me costó 800 euros, viajábamos 54 personas y estuvimos tres días y tres noches en el mar, sin saber muy bien dónde íbamos a llegar", recuerda, con una calma sorprendente para quien escucha su relato. "Uno no sabe lo que es hasta que se ve ahí encima. Estoy convencido de que ninguno de los que viajábamos en ese trozo de madera habría subido si hubiera os sabido el miedo que iba a sentir", admite.

"Dormir en la calle no es sinónimo de ser mala persona"

Tras pasar una temporada en Almería, recaló a Aragón en busca de trabajo como temporero. "Iba donde me llevaban las campañas de la fruta. De repente pasé de habitaciones compartidas y albergues a dormir en la calle. La gente enseguida cree que estás ahí porque eres drogadicto, ladrón o mala gente, no es justo. Dormir en la calle no es sinónimo de ser mala persona", reivindica. Sin embargo, en San Blas consiguió un contacto que le ofreció un empleo: "Empecé cortando césped en una zona residencial. De ahí pasé a una empresa de pintura donde llevo 5 años. Encontré el amor y hoy tengo mi casa de alquiler en San José. He vuelto a creer".

K. D.: "Todo el mundo puede pasar dificultades en algún momento de su vida"

El joven K. D. (23), nacido en Zaragoza, volvió a Senegal con seis años cuando se divorciaron sus padres, ambos de origen senegalés. A los 18 se vio en la calle sin saber muy bien qué hacer.  "Estuve una temporada trabajando en Cuenca y luego me fui a Londres. Volví y trabajé una temporada en la Feria de Zaragoza como montador, iba todo bien", explica. Sin embargo, la pandemia paralizó prácticamente todo. "Venía a San Blas a por comida y ayuda, o simplemente para hablar con alguien. Me daba vergüenza decírselo a mi hermana. Sentí que tenía que buscarme la vida", relata el joven.

Tras conseguir un par de empleos, este joven vive en una habitación de alquiler y se ha comprado un coche para desplazarse cada día a su trabajo, una empresa dedicada a la fabricación de tubos de escape en Malpica, donde lleva un par de meses. "Todo el mundo puede pasar dificultades en algún momento de su vida, pero en África algo así no pasaría. Enseguida construirían algo para que nadie durmiese a la intemperie…", opina.

Tres testimonios que demuestran que no todo está perdido, aunque en ocasiones lo parezca. Hoy, todos ellos coinciden en que gracias a quienes han decidido mirarlos con otros ojos y darles una segunda oportunidad, han logrado salir adelante y recuperar sus vidas. "Tan solo necesitas que confíen en ti cuando nadie más lo ha hecho, ni siquiera tú mismo. A mí me han salvado la vida, jamás tendré palabras para agradecerlo", concluye Diakite.

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