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¿Cómo ha cambiado la pandemia la arquitectura de Zaragoza?

Espacios más abiertos y luminosos, paredes abatibles o correderas, terrazas cubiertas... Un año y medio después del inicio de la crisis sanitaria son muchos los locales de la capital aragonesa han modificado su configuración para adaptarse a la era covid.

César Pérez, propietario del bar Sidecar.
César Pérez, propietario del bar Sidecar.
C.I.

La pandemia, ¿es algo pasajero o ha venido para quedarse? Aunque parece que la parte más dura de la crisis sanitaria ha pasado, son muchas las consecuencias que, a día de hoy, demuestran que la huella de la covid-19 permanece en nuestras calles. Y una de las más evidentes es la que afecta a la configuración de las ciudades y de algunos establecimientos. En el caso de Zaragoza, por ejemplo, si echamos la vista atrás, encontramos ejemplos de locales que, a pesar de acumular meses de pérdidas, se han visto obligados a llevar a cabo una gran inversión. Era, explican, cuestión de supervivencia.

En el corazón de la ciudad hay ejemplosque han nacido ya con este concepto como LaBamba Café, recién inaugurado en el barrio de La Magdalena; aunque también son varios los míticos que se han tenido que lanzar a la piscina, como El Sidecar, ubicado en el número 8 de la calle Mayor y regentado desde 2012 por César Pérez. Sin posibilidad de solicitar terraza, hace unos meses llevaron a cabo una obra de retranqueo de la fachada, logrando crear un espacio al aire libre pero cubierto que, afirma, “nos ha dado la vida”.

Tomaron la decisión el pasado mes de marzo y la obra se llevó a cabo en julio. “La gente sigue teniendo miedo de entrar en los bares, y teníamos un local muy grande al que no podíamos dar un uso”, admite el zaragozano. La inversión ha sido “muy fuerte y en un momento muy complicado”, pero aseguran que la respuesta del público está siendo muy positiva.

Una iniciativa a la que también se han sumado sus vecinos, los dueños de El Lince 2. Abierto en octubre de 1997, la obra de retranqueamiento de la fachada se llevó a cabo hace tan solo unas semanas. “Los clientes demandan espacios al aire libre y se muestran muy agradecidos con el esfuerzo realizado. La gente tiene ganas de salir y lo están demostrando”, asegura Vicente Mañas, dueño del establecimiento.

Isidro Francés, propietario de El Tuno.
Isidro Francés, propietario de El Tuno.
C.I.

En otras zonas, como la universitaria, algunas calles como la de Pedro Cerbuna presentan una imagen bien distinta a la que mostraba hace un par de años. Espacios más abiertos y luminosos, paredes abatibles o correderas, terrazas cubiertas... Es el caso del bar El Tuno, uno de los más conocidos entre los jóvenes, el cual abrió sus puertas en 1988. En su caso, el pasado mes de enero optaron por incluir un cerramiento integral de la pared exterior, algo que da la sensación de estar al aire libre, aunque te encuentres en el interior. “Ha sido una inversión de más de 15.000 euros, pero la respuesta de los jóvenes ha merecido la pena. Los hábitos han cambiado, la gente viene antes, quiere estar más tranquila y solicita espacios abiertos o cerca de la calle”, admite Isidro Francés, dueño del local.

También en el local contiguo, en El Provenzal, han realizado reformas, aunque, en su caso, de cara a evitar el contacto del usuario con la puerta de acceso, colocando un sistema de puerta automática: “Detectamos los cambios en los hábitos de nuestra clientela y tuvimos que ponernos manos a la obra. Por ejemplo, la gente prefiere evitar tocar un pomo o empujar, por eso decidimos colocar este sistema que permite que se abra automáticamente y, de paso, el local se oxigena de manera continua”, explica Ricardo Oliván, su gerente.

Ricardo Oliván, propietario de El Provenzal.
Ricardo Oliván, propietario de El Provenzal.
C.I.

En su caso, han añadido la famosa plataforma para ampliar su terraza, la cual han cubierto para proteger a los clientes del frío: “En invierno realizaremos una nueva inversión para calentar este espacio y que la gente pueda estar más tranquila”. Una inversión que ha rondado los 20.000 euros. “Ha sido el peor momento, pero no teníamos otra alternativa”.

Pero, ¿es un fenómeno que afecta solo a bares y restaurantes? La respuesta es no. Igual que este tipo de modificaciones en la infraestructura de las ciudades tampoco es algo novedoso.

Redefiniendo espacios

La pandemia ha puesto en evidencia algunas de las carencias del parque de viviendas de Aragón, como la falta de espacios exteriores en muchos pisos, algo que impulsó la colocación de balcones prefabricados, por ejemplo. La Peste negra, la Viruela o el Cólera también provocaron cambios en nuestros entornos. La zaragozana Marta Miret recoge esta y otras reflexiones en su obra ‘Pandemia y confinamiento mirado por los ojos de una arquitecta’, en la que, en sus propias palabras, trata de exponer la necesidad de tratar la arquitectura como una disciplina vital para el funcionamiento de las ciudades en el marco de una pandemia mundial.

La arquitecta Marta Miret.
La arquitecta Marta Miret.

“Con la tuberculosis vimos la importancia de la calidad del aire y las condiciones del espacio y se construyeron lugares específicos con condiciones de ventilación y luz natural mínimas, espacios amplios ventilados en los hospitales… y las escuelas también sufrieron cambios”, relata. Destaca sanatorios como el de Agramonte, y algunos ejemplos de la denominada arquitectura racionalista -la cual se rige en torno a principios de habitabilidad e higiene- como el Rincón de Goya en el parque Grande José Antonio Labordeta construido en 1927.

“La pandemia nos ha permitido comprobar a nivel planetario las carencias que hemos tenido, entre ellas las patologías de las arquitecturas y su falta de inercia”, admite. Una reflexión que hace extensible al ámbito de la vivienda y que nace de su propia experiencia durante el confinamiento: “Recuerdo ver a un hombre en una cornisa, no sé cómo accedió allí. Intuí que era la única manera que tenía de sentir libertad. Daba vértigo”.

¿El motivo? Porque, como explica, no solo hemos sido prisioneros del virus, sino que, además, la cárcel era nuestro propio planeta. Una realidad que ha cambiado también nuestras preferencias a la hora de adquirir una nueva vivienda, priorizándose, en la medida de lo posible, aquellas que se encuentran en el campo, que cuentan con espacios abiertos -como jardines, terrazas o balcones- y de mayores dimensiones. “A lo largo de la historia con las diferentes pandemias, así como la ciencia avanzó, el urbanismo y la arquitectura cambian, porque cambia su contexto”, explica Miret.

Porque la pandemia, además del espacio en aquellos casos en los que se ha podido, lo que ha cambiado es el uso que le hemos dado a ese lugar: “Igual que con la viruela o la tuberculosis antes de cambiar, de hacer una nueva arquitectura- algo visible sobre todo en colegios o sanatorios de la época-, existe un periodo transicional planificado. Las clases se dan en la calle en los parques, y se saca a los enfermos a las terrazas a respirar aire puro, después ya se construirán nuevos colegios con grandes ventanales que permitan ventilación y la entrada de sol”.

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