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Bar El Horno, en Camañas: “Los del pueblo han llegado a tomarse un café nevando en la terraza para hacer gasto”

Laura García dejó su Valencia natal para mudarse al medio rural con su marido e hijos. En febrero de 2020 cogió el único restaurante del pueblo y un mes después tuvo que cerrar.

Laura García regenta desde febrero de 2020 el restaurante El Horno, en Camañas.
Laura García regenta desde febrero de 2020 el restaurante El Horno, en Camañas.
Heraldo

Cuando Laura García decidió dejar su Valencia natal para empezar una nueva vida en el medio rural nunca pensó que le tocaría vivir una pandemia mundial. A principios de 2020 se mudó a la localidad turolense de Camañas con su marido y sus dos hijos. Había cogido el bar del Ayuntamiento, el único del pueblo, y abrió sus puertas en febrero.

Pero la alegría duró poco más de un mes ya que a mediados de marzo tuvo que cerrar a causa de la covid. “He trabajado en hostelería desde los 15 años y sabía dónde me metía cuando cogía el restaurante pero esto del virus no se lo esperaba nadie”, reconoce.

El principal motivo de su traslado fue la enfermedad pulmonar de uno de sus hijos, a quien le convenía un clima más seco que el de Valencia. Además, el padre de Laura era de Santa Eulalia del Campo y su hermano ya estaba asentado en Camañas desde hacía unos años.

"Abrí con toda mi ilusión, pensando en un proyecto de futuro, y de repente me vino este revés. No puedes culpar a nadie, solo aceptar las cosas como vienen"

Todo empezó muy bien, en este pueblo se apoya mucho al bar y nunca faltaban clientes”, recuerda Laura, de su breve experiencia de normalidad al frente del restaurante El Horno. Pero cuando estalló la pandemia, se vio con un negocio recién abierto que tenía que cerrar por obligación. “Abrí con toda mi ilusión, pensando en un proyecto de futuro, y de repente me vino este revés”, lamenta. “Además, -continúa- no puedes culpar a nadie, solo aceptar las cosas como vienen”, dice, resignada.

A pesar de este contratiempo, Laura confía en que el negocio prosperará y se muestra optimista. “Lo he sido durante todos estos meses, casi por supervivencia”, dice. En buena medida, son los vecinos de Camañas quienes le dan fuerzas para abrir cada día el bar. “Estoy muy agradecida del apoyo que me están dando. Incluso nevando, han abierto una sombrilla de la terraza para tomarse un café y hacer gasto”, asegura.

Aunque la localidad apenas cuenta con 100 habitantes en invierno, muchos de ellos de avanzada edad, El Horno es el único bar del pueblo y funciona casi como centro social. En una situación normal, los mayores se reúnen después de comer para echar la partida de guiñote y los fines de semana se dan comidas y cenas. Entre semana, el punto fuerte es el almuerzo.

Pero, a raíz de la pandemia, muchos de los vecinos más longevos tienen miedo a salir de casa y no han vuelto a pisar El Horno. Además, por seguridad, ya no se puede jugar a las cartas... “Muchos me dicen que nunca habían visto el bar tan triste como ahora”, asegura Laura. Las comidas, y mucho menos las cenas, son prácticamente inexistentes entre semana, con algún trabajador esporádico al que nunca le faltará un plato caliente de comida casera.

Y es que, a pesar de la poca clientela que hay actualmente, Laura siempre tiene las puertas de su establecimiento abiertas. “Siendo el único bar no puedo dejar sin servicio al pueblo”, dice. Así, El Horno está abierto todos los días, desde las ocho de la mañana hasta la hora que permite la ley, actualmente, las 22.00. Lo habitual es que esté ella sola al frente de todo, cocina y servicio de mesas, pero cuando hay más volumen de trabajo su marido y uno de sus hijos le echan una mano.

Dentro de lo que cabe, Laura se considera afortunada por el momento en el que le ha pillado esta crisis. “Vivir en el pueblo es más barato y, aunque hay impuestos que pago como todo el mundo, tenemos otras ventajas”, dice. El bar es del Ayuntamiento, a quien se lo alquila junto con la vivienda superior, que tiene dos pisos. En uno de ellos viven el matrimonio y el hijo menor y, en el último, su otro hijo y la pareja de este. “En este sentido he tenido suerte porque me han cobrado menos por las circunstancias”, asegura.

Aun así, cuando cogió el restaurante tuvo que hacer frente a una inversión que apenas ha podido recuperar. “Sigo pagando los gastos y tengo que tener la nevera llena porque nunca se sabe cuándo aparecerán clientes”, dice. Un aspecto, este de la previsión de compra, que la atormenta. “Hacer los pedidos es muy complicado porque necesitas género pero si luego viene menos gente o ponen nuevas restricciones todo se echa a perder”, explica.

"Se supone que a partir del día 9 ya podrán venir visitantes de fuera de Aragón pero estamos un poco a la expectativa"

Una situación que a Laura le preocupa especialmente de cara al próximo 9 de mayo. “Se supone que ya podrán venir visitantes de fuera de Aragón pero estamos un poco con la expectativa. No sabemos qué restricciones podrán poner luego las Comunidades”, dice. Y es que para su negocio, como para el resto de la zona, que lleguen turistas de Valencia o Cataluña es fundamental. “Por aquí no viene mucha gente de Zaragoza”, añade.

Mientras tanto, además de los vecinos del pueblo, El Horno presta servicio a quienes se alojan en las casas rurales de Camañas o a grupos de otras localidades, como los 25 senderistas de Alba que comieron allí un domingo reciente cuando participaban en una andada.

La especialidad de la casa es la comida casera, siempre con productos de la zona. “Tenemos confit de pato de Santa Eulalia, queso de Albarracín y, por supuesto, jamón de Teruel”, dice. “Es lo que más se demanda, sobre todo entre los turistas que vienen de fuera”, añade.

Unos turistas que Laura espera, nunca mejor dicho, como agua de mayo. Quizá sea a partir de ese mes, un año después de su apertura tras el confinamiento total, cuando el restaurante El Horno pueda, por fin, prestar su servicio al cien por cien.

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