Casi 50 días sin agua potable en Tarazona: "En una larga temporada no nos fiaremos del grifo"

Los más de 11.000 vecinos de Tarazona, Torrellas, Novallas y Los Fayos esperan el fin de las restricciones por la contaminación del Queiles. Tras siete semanas, unos desconfían y otros están tranquilos.

El colegio de Tarazona hace frente a las restricciones de agua del grifo con garrafas y un depósito en el patio
El colegio de Tarazona hace frente a las restricciones de agua del grifo con garrafas y un depósito en el patio
Toni Galán

Después de siete semanas sin poder beber del agua del grifo porque el protozoo ‘Crypstoporidium’ se coló, no se sabe cómo, en las tuberías, la demanda de cafés y tés es la habitual en Tarazona a orillas del Queiles en una mañana de rasca por el viento del Moncayo como la del pasado viernes. "El agua de la cafetera está a 95 grados, la de los lavavajillas al máximo, y todos hemos aprendido que este parásito es resistente al cloro pero que el calor lo mata. Las primeras dos semanas sí que bajó el consumo, pero ahora se ha normalizado", comentó Juan Espina, que lleva la concesión del bar-casino de Tarazona.

En este local el hielo se ha comprado "a sacos", pero Espina opinó que se trata de un "coste asumible". En su opinión, lo peor ha sido "la incomodidad" de "extremar en todo momento las precauciones", como lavar con agua hervida los paños y bayetas con los que se limpian las mesas, aunque con el paso de los días se han acostumbrado a sobrellevarlas. Espera volver a la normalidad y que la instalación de las lámparas de luz ultravioleta en el depósito de Tarazona, y también en los de Novallas, Torrellas y Los Fayos, los otros tres municipios afectados por la contaminación del Queiles, evite más problemas de este tipo en el futuro.

"Sobre todo es un engorro"

En pleno casco histórico, en el coqueto hotel La Merced de la Concordia, cerca del Ayuntamiento, la actividad bulle en los fogones cuando falta media hora para el mediodía. "Sobre todo ha supuesto un engorro, porque vas con mucho cuidado, pero la verdura y los platos de cuchara hierven y se cuecen durante un buen rato", señaló Felipe Calvo, jefe de cocina. Para los sorbetes usan hielo de compra.

Las consecuencias no han ido más allá de la anulación de algunas mesas las primeras semanas de esta crisis de salud pública. "Supone un fastidio cambiar tus rutinas y recordarles a los clientes que se alojan que no beban del grifo ni la usen para lavarse los dientes", apuntó Toña Calvo, quien reconoció que ya se ha relajado y se echa algún trago sin consecuencias. De lo que está convencida es que han tenido gastroenteritis más vecinos de los 520 registrados por Salud Pública. Muchos sufrieron síntomas "muy leves" y no fueron al médico porque estaban "en plenas fiestas" y lo atribuyeron a eso. Los dos volverán a beber del grifo con "total tranquilidad".

La ocupación hotelera vive un buen fin de semana, confirmó la presidenta de la Asociación de Servicios, Comercio e Industria de Tarazona, María Moreno. "La concentración motera La Cipotegato y las jornadas micológicas de San Martín atraen a mucha gente, no solo a la localidad, sino a toda la comarca", dijo.

"Más vale prevenir"

Después del recreo, en el comedor del colegio público Moncayo huele a menú casero. Al centro asisten 380 alumnos de infantil y primaria, acuden desde 12 poblaciones del entorno, y los alrededor de 160 que diariamente se quedan a comer disfrutan de platos preparados allí mismo. El pasado viernes tocaba arroz tres delicias, pavo guisado con cebolla y zanahoria y plátano.

Domingo Escaray y Amparo Ramos, cocinero y ayudante, respectivamente, y Beatriz Visanzay, personal de servicios auxiliares, reconocen que han sentido "una gran responsabilidad" y las primeras semanas tenían "hasta miedo". Hasta el punto de que el primer día Escaray se puso mascarilla y guantes "como si la pandemia hubiera vuelto". Todo el agua que emplean es embotellada, a excepción de la que usan para cocer la pasta, el arroz, la verdura y los guisos, que la hierven "durante casi una hora, mucho más de lo que dicen", describió Escaray. "Más vale prevenir que lamentar", defendió.

Desde que la DGA les colocó un depósito en el patio (en Tarazona hay 17 y uno en las otras tres poblaciones afectadas) rellenan allí las garrafas. Visanzay hace ya una década que en su casa gastan agua embotellada "porque siempre ha sabido algo rara". Sus compañeros coinciden en que durante "una temporada" no se van a acabar "de fiar del grifo". "Una prueba será el verano, a ver si con la luz ultravioleta deja de haber gastroenteritis", añadió Ramos. El cocinero reclamó que se investigue asta el final el origen del problema, se exijan responsabilidades y se aborde también la contaminación del embalse del Val.

Cerca de la hora de comer es difícil encontrar a algún habitante de Novallas cogiendo agua del tanque instalado cerca de la fuente de los cuatro caños. La afluencia es a primera hora, cuando se rellena. Es lo que hace Francisca Serrano, que salió a comprar el pan. "Nunca he tenido problemas con el agua pero ahora, por si acaso, utiliza la que traen para todo en la cocina", dijo. Dejará de hacerlo cuando lo digan las autoridades sanitarias: "Soy mayor, 92 años, y tengo que ir con cuidado".

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