Aragón

La vida de las piedras

Una de romanos junto al Cinca y el Segre

A las legiones de Pompeyo y Julio César, los ríos y la nieve del Pirineo se unen en esta historia como parte del elenco protagonista.

Cuña de sedimentos penetrando en el Ebro tras una época de fuertes lluvias y fusión nival. Otras primaveras...
Ánchel Belmonte Ribas

Hubo un tiempo en el que los procesos geológicos se interpusieron en el camino del, entonces, hombre más poderoso del mundo. Y pasó aquí, a orillas de los ríos Cinca y Segre. Una historia de romanos en la que a las legiones de Pompeyo y Julio César, los ríos y la nieve del Pirineo se unen como parte del elenco protagonista. Con el gladium en una mano y el martillo de geólogo en la otra, vamos a ver qué pasó y por qué.

Corría el siglo I antes de Cristo cuando Julio César y Pompeyo se enzarzaron en una guerra buscando –oh, sorpresa– el poder. Y si el primer paso lo dio Julio César cruzando el Rubicón, no mucho después cruzó el Cinca y el Segre. La batalla de Ilerda, ciudad de Hispania (mientras no se discuta también su existencia), fue un punto decisivo en la victoria de los cesarianos.

Sitúense en el teatro de operaciones. Con los de Pompeyo acampados a extramuros de Ilerda, Julio César y los suyos se encontraban más al oeste. Allí, los dos grandes ríos pirenaicos –Cinca y Segre- confluyen entre sí y con el Ebro en un gran espacio fluvial llamado hoy el Aiguabarreig. Mucha agua en juego. Las cuencas de drenaje de los dos ríos son inmensas. Las mayores alturas de la cordillera (los aragoneses Aneto, Lardana y Tres Serols) y más de 30.000 km² de cuenca entre ambos figuran en la tarjeta de presentación de estas tremendas vías de agua.

Las crónicas de Apiano y del propio Julio César cuentan que, siendo primavera, el deshielo de las nieves pirenaicas y fuertes lluvias ocasionaron la crecida de los ríos. Un mayenco en toda regla. La destrucción de sus puentes dejó a sus tropas aisladas entre Cinca y Segre, en una situación precaria que, finalmente, salvó para acabar logrando la capitulación de los de Pompeyo.

Es apasionante reconstruir la geomorfología del Aiguabarreig a través del movimiento de tropas y suministros, batallas y escaramuzas. Una geografía de islotes y brazos de agua debieron constituir un magnífico ejemplo de dinámica fluvial de ríos libres sometidos a un régimen pluvio-nival. Desde hace décadas, los cursos de todos estos ríos están intensamente poblados por presas de gran tamaño. Con sus crecidas dominadas, con sus caudales domesticados, la importancia de Cinca y Segre sigue siendo definitiva. A día de hoy, en septiembre siguen tributando más agua al Ebro que la que el propio Ebro carga. El pulmón hídrico del río más caudaloso de Hispania es el Pirineo. Y de su nieve, cada vez más escasa e irregular, dependen muchas más cosas que el negocio –tan necesitado de una reconversión inteligente- del esquí. Y de los sedimentos que todos ellos transportan se alimentan playas de Tarragona y Castellón, además de un delta del Ebro que en tiempos de los romanos aún no existía.

Y pese a estas –difícilmente evitables- modificaciones del régimen natural de los ríos para procurarnos agua de riego y electricidad, hay algunos momentos del año en que driblan a su destino. Primaveras en las que sus legiones de agua pasan al ataque e introducen –como gladium en carne- una cuña de sedimentos en el cuerpo de un Ebro limpio de ellos. Entonces ejercen como cordón umbilical que une montaña y llano, tierra y mar. Suban al castillo de Mequinenza, la Octogesa que conoció Julio César, y vean cómo la naturaleza se empeña en seguir su curso y maravillar a los ojos que quieran entenderla. Los textos de Julio César son la primera descripción escrita de una avenida fluvial que a punto estuvo de aguarle la fiesta. Los cónsules de hoy en día disponen de cartografías de zonas de riesgo de inundación para ordenar el territorio y evitar males mayores. Ojalá las usaran siempre, pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos 

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