HISTORIA

El pasado judío vuelve a escena

La publicación de una guía sobre la judería de Zaragoza y la implantación de una ruta turística en la capital aragonesa reavivan el interés por el pasado y el legado de la cultura hebrea en la ciudad, más intangible que monumental.

Interior de los baños judíos, en el Coso 126-132, que de momento no pueden ser visitados.
Interior de los baños judíos, en el Coso 126-132, que de momento no pueden ser visitados.
Guillermo Mestre

A la cultura judía le debemos cosas tan dispares como las torrijas o el uso de la palabra amén. Sin embargo, Zaragoza ha vivido de espaldas a ella, pensando que no había dejado legado en la ciudad más allá de unos baños que no se pueden visitar y que ni siquiera están en su emplazamiento original.

Pero algo está cambiando. El historiador Álvaro López Asensio acaba de publicar una ‘Guía de la judería de Zaragoza’, impulsada por el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de la ciudad, y este último, además, prepara para el próximo año la oferta de una nueva ruta turística por la capital, centrada en dar a conocer lo que fue su judería. «Durante varios siglos, entre el 8 y el 10% de la población de Zaragoza la constituían los judíos –señala López Asensio–, y a finales del siglo XIV y principios del XV la comunidad se situaba en torno a 2.500 personas. Era un número elevado de habitantes, que además influían mucho en la sociedad porque una parte significativa se dedicaba a la artesanía, el comercio y las finanzas. La mayoría de los palacios renacentistas de la ciudad fueron construidos por conversos de judíos que, además, para que se viera que eran buenos cristianos, costearon ornamentos, jocalías, retablos y capillas en sus parroquias y conventos de la capital aragonesa».

Mientras los baños no se pueden visitar, la casa de los Morlanes presenta un programa iconográfico plenamente judío

La guía recién publicada tiene una eminente vocación didáctica y, además de incluir abundantes datos y planos, explica de manera sencilla las costumbres, fiestas e instituciones de la aljama de la ciudad. La presencia judía data de época romana, aunque la primera referencia documental es del año 839. El barrio judío se constituyó bajo dominio musulmán en el cuadrante sureste de la ciudad del siglo VIII. Desde el punto de vista geográfico, el grueso de la judería se ubicaba, entre los siglos VIII y XV, en un polígono irregular que abarcaba desde el final de la calle de Don Jaime I hasta la plaza de la Magdalena. La línea de separación con la ciudad cristiana discurría por la calle de San Lorenzo hasta la plaza de San Pedro Nolasco. «Como consecuencia del crecimiento demográfico la judería experimentó varias ampliaciones fuera de sus muros hacia el Coso bajo y el barrio de San Miguel –apunta López Asensio–. El rey y la ciudad tuvieron que cederles espacio en los siglos XII, XIII y XIV. No hay que olvidar, además, que Zaragoza era entonces capital del reino, por lo que, atraídos por la actividad comercial y económica, venían de otros reinos para buscar oportunidades de negocio».

En ese espacio ciudadano, el historiador, que ha publicado ya varios libros dedicados al legado de la cultura judía en Aragón, ha identificado sus ocho puertas, que se cerraban por las noches y durante la Semana Santa para evitar los robos y proteger la integridad de sus moradores. También sus siete sinagogas, la principal de ellas, situada en lo que hoy es la iglesia de San Carlos. La ‘de las mujeres’, con sus baños de purificación, estaba cerca, en la actual calle de San Jorge. Las sinagogas no solo eran lugares de oración (con tres oficios al día) y de culto (obligatorio los lunes, jueves y ‘shabat’), sino también equipamientos para administrar justicia y convocar reuniones aljamiales comunitarias. Además del culto, allí también se circuncidaba a los niños varones, se celebraba la mayoría de edad o ‘bar mitzváh’ y se coordinaba la formación de adultos en las diferentes ‘madrasas’ o academias rabínicas públicas o privadas.

'La sabiduría del rey Salomón', en el palacio de los Morlanes.
'La sabiduría del rey Salomón', en el palacio de los Morlanes.
José Miguel Marco

Los rabinos, contrariamente a lo que muchos piensan hoy en día, no solo se ocupaban de los oficios religiosos. Rabino era también el que ejercía de maestro, de notario público o incluso de matarife en las carnicerías, donde se sacrificaban las reses con el rito de la ‘shejitá’, con un corte limpio en la carótida para extraer toda la sangre corporal, cuyo consumo está prohibido.

En la recreación de lo que fue la judería zaragozana tiene gran importancia el castillo, que se ubicaba en la esquina sureste del Coso y adosado a la muralla de piedra. Se sabe que tenía 6 o 7 torres altas de piedra. Su finalidad no era solo proteger a los judíos, también cumplía funciones de cárcel aljamial.

El problema de los baños

La guía identifica la ubicación de la carnicería (al final de la actual calle de Santo Dominguito de Val), el mercado (Pedro Joaquín Soler), las escuelas, el hospital, la posada... El cementerio estaba en el barrio de Miralbueno. De todos estos elementos no se conserva memoria arquitectónica, tan solo de los baños, que a día de hoy aún no son visitables ni parece que vayan a serlo. Construidos en el siglo XIII, al levantarse el edificio actual del Coso 126-132 fueron desmontados y ubicados a mayor profundidad. Tras varios años de negociaciones con los propietarios del inmueble y la compra de una parte del local comercial de la planta calle, no se ha encontrado el modo de musealizar los restos y permitir las visitas conforme a la legislación en materia de seguridad.

Esa es la principal pérdida para los que quieran buscar este legado, que su vestigio más importante está vedado a los ojos del público. El recorrido por la ciudad tendrá una de sus principales paradas en el palacio de los Morlanes. Según el historiador, el edificio, que se remonta a la primera mitad del siglo XVI, poco después del decreto de expulsión, tiene sobre 10 de sus ventanas unos tímpanos esculpidos en piedra en los que ha encontrado temas bíblicos de la historia del pueblo de Israel, como ‘El rey David conquistando Jerusalén’, ‘El rey David recitando y cantando sus salmos bíblicos’, ‘Los Reyes Católicos como artífices de la expulsión de los judíos’ o ‘El rey David con su esposa Betsabé embarazada del rey Salomón’.

"Tras el patrimonio, la gastronomía es la mayor herencia que nos ha dejado la cultura judía"

También se representan temas muy conocidos universalmente, como el episodio del rey Salomón juzgando cuál de dos mujeres era la madre de un niño que se disputaban entre ellas. No deja de sorprender que casi seis decenios después de la expulsión de los judíos hubiera alguien que, enfrente de donde estuviera la sinagoga mayor, construyera una casa con una iconografía tan evidente. Incluso uno de los tímpanos está coronado por la ‘menoráh’ o candelabro de siete brazos.

«Los ricos comerciantes del siglo XVI, como los Zaporta, los Sánchez o los Paternoy, eran conversos muy ricos y cercanos al rey, y aunque pudieran estar en el punto de mira de la Inquisición, esta no se atrevía a abrirles un proceso. No sucedía lo mismo con muchos conversos humildes, a los que se abrió proceso por vivir como judíos. Los conversos dejaron de ser un problema para el Santo Oficio a partir de 1515. Quien mandara construir el palacio de los Morlanes quiso rendir un homenaje a los judíos que vivieron en ese entorno y perpetuar su recuerdo».

Otra escena esculpida que representa a los Reyes Católicos ordenando la expulsión de los judíos.
Otra escena esculpida en el palacio de los Morlanes, que representa a los Reyes Católicos ordenando la expulsión de los judíos.
José Miguel Marco

¿Cómo se regía la comunidad? En el siglo XII, a través de un dirigente llamado ‘albedín’, la autoridad máxima. En el XIII se cambió a un modelo colegiado, con dirigentes llamados ‘adelantados’. Estos tenían poderes similares a los de los regidores en los concejos cristianos, y a lo largo del siglo XIV se creó la figura de los ‘clavarios’ para llevar la contabilidad y recaudar impuestos. «Hubo abusos –relata López Asensio–. La sociedad se articulaba en tres clases sociales, y al principio los aristócratas elegían a sucesores dentro de su mismo estamento social, creando descontento en las otras dos clases porque no defendían sus intereses y demandas. En el siglo XV intervino Alfonso V y modificó los estatutos aljamiales para que las tres clases estuvieran representadas en un nuevo consejo de gobierno».

La guía toca aspectos políticos, como el sometimiento económico de los reyes de Aragón a los judíos, y otros más sociales, con vívidas descripciones de cómo se celebraban las principales fiestas, especialmente el día de descanso o ‘shabat’.

El cocido y la gastronomía

El último día de la semana judía, el ‘shabat’, en realidad empezaba el viernes al anochecer, cuando los varones iban a la sinagoga a rezar. Al mediodía siguiente comían hamín, un guiso que llevaba garbanzos, verdura, huevos, carne y especias. ¿No es el hamín un antecedente de nuestro actual cocido?

«La herencia más grande que nos ha dejado la cultura judía, más allá del patrimonio arquitectónico que haya sobrevivido en cada localidad, y del patrimonio archivístico y documental –asegura López Asensio–, es la gastronomía. No solo les debemos platos como el cocido o los ‘huevos tontos’, tan populares entre nuestras abuelas y madres. La gastronomía judía está presente en nuestras mesas casi a diario».

Lo sabe bien este especialista, que hace cuatro años publicó ‘La cocina de los judíos en Sefarad en la Edad Media’ (Certeza), donde revelaba datos muy sorprendentes para el lector no familiarizado, como que no ingerían cerdo, carne con grasas, sangre, el nervio ciático de la pierna, los huevos con manchas o defectos, o peces sin escamas. La berenjena era su hortaliza favorita, hasta el punto de que la Inquisición recelaba y llegaba a acusar de judaizantes a quienes la consumían con frecuencia.

Sí, el cocido proviene de su tradición gastronómica. Ellos lo servían en lo que hoy conocemos como ‘tres vuelcos’: un primer plato de sopa, con huevo duro; un segundo de garbanzos con verdura; y un tercero con carne.

La guía sobre ‘La judería de Zaragoza’ está llena de datos curiosos y sorprendentes. Habla también de la expulsión, que se efectuó a través de Tortosa, donde se calcula que embarcaron 1.400 judíos de Zaragoza, 300 de Calatayud y 300 de Fuentes de Ebro y alrededores. Los barcos se dirigieron a Nápoles, aunque la mayor parte de los judíos continuaron travesía hasta Salónica y Turquía. Se ocupa también del famoso episodio del asesinato de Pedro Arbués en la Seo de Zaragoza y del posterior castigo de la Inquisición, y recoge una treintena de biografías de personajes ilustres, cuyos nombres han caído en el olvido aunque haya excepciones, como Ibn Gabirol o Ibn Paquda.

Ese olvido se debe, en buena parte, a que la tan cacareada España de las tres culturas está un poco mitificada. «No me parece exacto hablar de convivencia entre judíos y cristianos –concluye López Asensio–. Prefiero hablar de coexistencia: se toleraron en lo económico y mercantil, pero en lo personal se rechazaron mutuamente».

NUEVO PLAN DE VISITAS

«Zaragoza fue una ciudad muy importante durante la Edad Media. En un momento en que tenía 10.000 habitantes, unos 2.000 de ellos eran judíos. Además, era una comunidad con mucho poder a nivel político y económico». Timna Segal, israelí nacida en un kibutz, tiene ya la nacionalidad española tras vivir varias décadas en la capital aragonesa. Preside la Asociación Sefarad Aragón, que se ocupará el año que viene del programa de visitas guiadas por la Zaragoza judía que va a poner en marcha el Ayuntamiento de la ciudad. «Los zaragozanos todavía no conocen bien su pasado judío –subraya–. Hay figuras históricas, como Ibn Gabirol o Ibn Paquda, que quizá sean más conocidos en Israel que aquí. En febrero, por ejemplo, va a venir de visita a Zaragoza un grupo de israelíes solo por el hecho de que en esta ciudad nació Abraham Abulafia. La Edad de Oro del judaísmo transcurrió en España, y, en ese contexto, Zaragoza desempeñó un papel muy importante.

Segal lamenta que la mayor parte del patrimonio judío, bien por la persecución de que fueron objeto, bien por la destrucción en los Sitios, se haya perdido. Sefarad Aragón organiza visitas guiadas por la ciudad de dos horas y media de duración. «Son recorridos que hacemos con el corazón –apunta–. Ofrecemos dos tipos de visitas, una para no judíos, muy didáctica, y otra para quienes sí lo son, en la que nos centramos en los personajes porque a quienes la hacen no hay que explicarles qué es una sinagoga o cuáles eran las funciones de un rabino. Seguiremos con ellas el año que viene».

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