incendio en ateca

La huella del fuego: "No nos ha tocado nada del pueblo, pero se nos ha ido media vida"

Angelines Galán, vecina de Villalengua y de familia de agricultores, no sabe qué será de los jóvenes que trabajan el campo, ahora arrasado por el incendio.

Angelines Galán, vecina de Villalengua.
Angelines Galán, vecina de Villalengua.
Francisco Jiménez

Angelines Galán tiene 82 años y abre la puerta de su casa en Villalengua para que entre su nieta a comer. Al pueblo desalojado por el incendio originado en Ateca han ido volviendo los vecinos que se marcharon, aunque otros no llegaron a irse para no dejar sus casas y sus tierras. Ella se fue solo un día con su hija, que vive en Calatayud. La huella que ha dejado el fuego tardará tiempo en borrarse. 

Reconoce que han tenido "suerte" porque "hemos salido ilesos", pero no puede evitar emocionarse al contar que "no nos ha tocado nada del pueblo, pero se nos ha ido media vida". Su familia se ha dedicado a la agricultura, con cultivos de frutales en el vecino pueblo de Moros, uno de los más afectados por el incendio. "Jamás he conocido un desastre como esto", ha repetido varias veces. No pensaba que el incendio sería de tal magnitud. "Qué vamos a hacer", se pregunta, sobre todo, pensando en los jóvenes que se dedican al campo. "Teníamos un campo extraordinario con melocotones, manzanas, cerezas, ciruelas y perales y nos ha devorado todo", vuelve a lamentar.

El fuego se ceba con Moros

La devastación ha sido tal en el término municipal de Moros que ha quedado arrasado al 100% todo el terreno que rodea las viviendas del núcleo urbano. Estas han quedado protegidas por la altura, pero con unas negras laderas a sus pies. No se ha salvado alguna edificación para el ganado ni una de las casas más cercanas a la carretera en la que todavía humeaba el interior y fuera se veía una furgoneta calcinada. Un hilillo de agua discurría entre la alfombra de cenizas que cubren el suelo, sin poder sofocar el calor tampoco del exterior con cerca de 40 grados. Una cooperativa de fruta en el camino hacia Ateca había sucumbido también bajo las llamas, dejando una imagen estremecedora que hacía difícil imaginar cómo era antes de convertirse en un amasijo de plástico, uralita y metal.

Este jueves por la mañana solo los vecinos con una causa justificada podían subir a poblaciones desalojadas como Moros o Alhama de Aragón a recoger algunos enseres de primera necesidad. Hacia la primera localidad se dirigía un grupo de turistas que estaban alojados en una casa rural. Al puesto de mando de Ateca se acercaban algunos afectados para preguntar cuándo se abría el acceso. Una familia de Sevilla con dos niños tenía autorización para ir a Alhama a por sus maletas para regresar a casa. "Salimos a las bravas cuando nos desalojaron, los niños se fueron en pijama", han recordado Pilar Real e Iván Nieto, junto a sus mellizos Clara y Mateo de 10 años. Los pequeños reconoce que "se asustaron mucho". Ahora solo pensaban en volver a casa. Estaban alojados en Zaragoza. 

En Calatayud, Miguel Feito ya tenía las maletas preparadas junto a su mujer. Ellos habían ido a pasar 10 días al balneario de dicha localidad cuando fueron desalojados y llevados en autobuses hasta el recinto ferial habilitado como alojamiento provisional para vecinos y turistas. Iban a coger el tren para volver a Madrid. El deseo unánime de todos era poder volver a casa, que se cumplió a última hora de la tarde cunando se autorizó el regreso de los evacuados una vez estabilizado el incendio. Todos  agradecían el trato por los voluntarios de Cruz Roja y Protección Civil durante estos días en el espacio improvisado en Calatayud y Nuévalos.

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