educación

Los primeros erasmus aragoneses, 35 años después: "Era como ir a otro mundo"

El programa europeo de movilidad universitaria cumple tres décadas y media con 41.621 estudiantes que han salido o llegado a la Universidad de Zaragoza. Los pioneros recuerdan cómo fue aquella experiencia. 

De izquierda a derecha, Jorge Cativiela, Pedro Escanero, Javier Juberías y Olga Hermosilla.
De izquierda a derecha, Jorge Cativiela, Pedro Escanero, Javier Juberías y Olga Hermosilla.
Toni Galán

Los primeros erasmus aragoneses ni siquiera sabían que lo eran. Los pocos estudiantes que partieron en 1987 desde la Universidad de Zaragoza hasta un destino europeo emprendieron poco menos que un viaje hacia lo desconocido, gracias a una beca de la que habían oído hablar unos meses antes, pero que aún no tenía ni nombre. El programa de movilidad comunitario entre universidades cumple 35 años, un tiempo en el que 23.948 estudiantes han podido salir desde el campus aragonés a Europa, y en el que otros 19.864 han venido desde el extranjero hasta aquí.

Sin embargo, ellos fueron los pioneros. En el curso 1987/88 hubo 17 estudiantes que vivieron la experiencia de pasar unos pocos meses en una universidad europea. En este 2021/22 son 1.201, la cifra más alta de estas tres décadas y media. Las cosas han cambiado mucho desde entonces tanto en el programa, como en las universidades, como en la vida misma. Sin vuelos baratos, ni internet, ni telefonía móvil, estos precursores vivieron un importante choque cultural al salir de aquella España que quería empezar a modernizarse a una Europa mucho más cosmopolita.

En su primera edición, las becas Erasmus solo llevaron a tres destinos: Salford (Reino Unido) y Pau (Francia) para 15 estudiantes de Filosofía y Letras y Clausthal (Alemania) para dos jóvenes de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial. Uno de estos últimos es Jorge Cativiela, que salió a Alemania tres meses para acabar el proyecto de fin de carrera. “Nos vino un profesor y nos habló de un programa que no tenía ni nombre ni nada. Nos apuntamos y unos pocos meses después estábamos haciendo un viaje de 24 horas en tren a Alemania, a una residencia mixta y sin un bedel que te controlara. Cosas que no existían en Zaragoza”, rememora.

“Yo fui en avión hasta Londres. Era la primera vez que volaba y fue como ir a otro mundo. El único contacto con mi casa eran las cartas que escribía a diario y como mucho una llamada a la semana en la calle desde una cabina que no dejaba de tragarse monedas”, rememora Olga Hermosilla, estudiante de Filología Inglesa que estuvo tres meses en Salford, muy cerca de Mánchester. Lo recuerda como una gran experiencia, tanto en el aspecto vital como en el académico: “Claro que aprendes, porque estudiaban cosas que no hacíamos aquí y que luego me valieron”, señala esta profesora de instituto.

Cativiela, por su parte, aprendió a manejar “algún programa que aquí estaba empezando”, pero sobre todo vivió un choque cultural tremendo: “Recuerdo que en la residencia reciclaban la basura, cuando en España no hubo contenedores separados hasta muchos años después. Y que, si salíamos a tomar una cerveza, primero preguntaban quién no iba a beber para coger el coche. Son cosas que ahora aquí también son normales, pero que entonces eran impensables”. Con un mensaje ya más profundo, este ingeniero zaragozano cree que el programa le permitió “abrir horizontes”, le aportó “confianza”, también “ganas de seguir conociendo mundo” y -tras haber viajado sin saber ni una palabra de alemán- le hizo caer “en lo importante que son los idiomas”.

La experiencia de ambos, en esa especie de prueba piloto del curso 87/88, fue de apenas tres meses. Sin embargo, los siguientes erasmus aragoneses ya pudieron salir un curso entero. Fue el caso de Javier Juberías y Pedro Escanero, estudiantes de Filología Francesa que viajaron a Toulouse en el 88/89. Curiosamente, la vida les ha conducido por caminos paralelos, y ahora casi comparten despacho en el Centro Universitario de Lenguas Modernas de la Universidad de Zaragoza. 

Juberías recuerda que en Francia pudo practicar el idioma “de forma intensa”, y que aprendió una forma de trabajar distinta a la que se impartía en España, “más práctica, menos teórica y más enfocada a la vida real”. Escanero, su compañero, lo recuerda como “un antes y un después” en su vida, como algo que le permitió “abrir la mente a todos los niveles”, incluso para tener “una mirada menos complaciente de mi propio país”. “Me di cuenta de que no era la nación moderna que nos pretendían vender”, explica.

Juberías, pese a considerarse “poco nostálgico”, dice que Erasmus le permitió “una gran apertura” a otras formas de ser y de vivir, con compañeros de residencia “hasta de Vietnam o de Polinesia”. Además, hace 35 años ir a Toulouse “era un viaje de verdad, que costaba ocho horas en autobús desde El Portillo, pasando por Andorra”. “No había móviles, ni internet, tenían el franco como moneda… Ahora parece que vas de excursión”, señala. A Escanero le gustó tanto la experiencia que se quedó cuatro años más en Francia. “Ahora me toca examinar a los estudiantes que quieren salir de Erasmus, y yo se lo recomiendo al cien por cien. Es uno de los mejores programas que ha podido tener la Unión Europea, pese a la fama de juergas que lleva ahora”.

Estos cuatro pioneros coinciden en que, aunque alguna que otra salida nocturna tuvieron, entonces el Erasmus no tenía el halo de fiestas descontroladas y ligues que le rodea actualmente. “Yo creo que no conocí ni a un chico inglés en los tres meses”, ríe Olga Hermosilla. “Aquello era otra cosa, no tenía nada que ver con lo de ahora. Se organizaban fiestas, pero como las que podías hacer en España. Ahora está masificado y se crean grupos de erasmus que no tienen realmente conexión con los estudiantes locales”, apunta Jorge Cativiela. Juberías y Escanero, por su parte, también señalan que el sábado no se quedaban en casa, pero que no hacían “nada desfasado”. “Había juergas, pero el programa no tenía esa fama que tiene ahora de que vienen aquí a salirse de madre”, añaden.

"El impacto del programa es enorme"

Después de 41.621 experiencias de estudiantes que salieron o que vinieron de Erasmus, la Universidad de Zaragoza considera que la experiencia es “muy exitosa”, en palabras del vicerrector de Internacionalización y Cooperación, Francisco Beltrán. “El impacto del programa es enorme”, apunta Beltrán, quien cree que ha logrado cumplir más que de sobra “la intención con la que nació, que era la de generar una identidad y un sentimiento de pertenencia a la Unión Europea”.

A su juicio, Erasmus potencia “la diversidad”, pero también “el perfeccionamiento de los idiomas, el conocimiento de otro medio académico, la adquisición de destrezas interculturales y la empleabilidad”, que es “un 77% superior” al del resto de estudiantes, según un estudio reciente.

Beltrán cree que el estudiante de Erasmus, además, consigue “madurar” con esta experiencia, que le obliga a “salir de su espacio de comodidad” y le da “un espíritu más emprendedor” en cualquier tipo de actividad. “Si todos dicen que les ha cambiado la vida, por algo será...”, concluye.

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