Cruce de culturas

Japón fascina en Aragón

La fascinación que Japón ejerce desde hace tiempo sigue palpitando hoy en día. La cultura japonesa se ama y se practica.

La cultura japonesa se ama y se practica en Aragón
La cultura japonesa se ama y se practica en Aragón
F. Jiménez/O. Duch/J. Belver/

Todo cuanto necesita está en una mesita. Cada herramienta, en su sitio y al alcance: el ‘hangito’ para tallar las líneas sobre la madera; los ‘hakes’ y ‘maru bakes’, cepillos para extender la pintura sobre la plancha; el ‘baren’, disco para estampar que cabe en una mano, hecho de cartón, papel y laca negra, con una cuerda enroscada en espiral dentro y recubierto de una hoja de bambú... Las manos artesanas de Fabiola Gil empuñan herramientas salidas de otras manos artesanas a miles de kilómetros de su taller de la calle de Palafox, en Zaragoza. "Así como el grabador occidental trabaja rodeado de máquinas, al seguir la técnica japonesa del ‘mokuhanga’, estás tu sola con los materiales". Y con los cinco sentidos despiertos. 

En esta modalidad de xilografía, la talla de la imagen sobre las planchas –una por color– es un momento muy personal, casi de meditación, que lleva a "no pensar en la parte física, sino escuchar, ver y tocar; la madera nos dice qué hacer". Después, llegado el momento de la estampación, la concentración se intensifica al repetir los movimientos sobre el papel, "como en un baile", para que las estampas salgan iguales. En la soledad del estampador y del tallista, "necesitas un estado que te permita entender lo que está pasando en la plancha". Darle su tiempo, pero sin pararse, "porque si la madera o el papel se quedan secos, no funciona". Una magia que la artista resume a sus alumnos de forma castiza: ‘Vísteme despacio que tengo prisa’. La paciencia, "el pasar tiempo con el material y ver cómo funciona", es lo que más le cuesta enseñarles: "La gente quiere inmediatez, aprenderlo todo ya; darle tiempo a las cosas es algo que hemos perdido y que aprendes cuando viajas a Japón", dice.

Cuando voló allí por primera vez, en septiembre de 2016, le admiró su forma de "conservar tradición y modernidad, ese paralelismo es toda una enseñanza". Y aprendió a parar, a estarse quieta, "algo que los japoneses tienen muy asumido en su vida cotidiana, ya sea en la ceremonia del té o al envolverte un libro aunque haya una fila que llegue hasta el final de la tienda". Ella no habla japonés y, en el pequeño pueblecito cercano al monte Fuji donde residía, nadie sabía inglés. Sin posibilidad de comunicarse, abrió los ojos de par en par: "Observaba todo sin entender, pero me di cuenta de que no me hacía tanta falta, porque mis compañeros hablaban, pero no veían las cosas". De aquella experiencia nació la obra ‘Como pez fuera del agua’, tal como se sentía, fuera de lugar junto a un veloz torbellino, pero capaz de observar y aprender cambiando de enfoque.

Cuando Fabiola Gil empezó a grabar con la técnica del ‘mokuhanga’ no podía imaginar que, diez años después, estaría a punto de publicar el primer manual ilustrado de xilografía japonesa escrito en castellano. El afán de profundizar es uno de los rasgos de la especial relación entre Aragón y Japón. Los japonólogos de la Universidad de Zaragoza no dejan de mirar desde nuevos ángulos ni de producir, con obras como las dedicadas por David Almazán al pintor y grabador Ogata Gekko y al paisajista Utagawa Hiroshige entre las más recientes publicaciones. Hay ya leídas o en marcha 17 tesis doctorales que dedican una mirada panorámica al arte japonés: desde el coleccionismo de las muñecas tradicionales ‘ningyô’ al videojuego como vía de conocimiento de la historia, cultura y arte nipones. Son los frutos del grupo Japón y España: relaciones a través del arte que, con Elena Barlés al frente, reúne a especialistas de toda España y colabora con investigadores japoneses y latinoamericanos. Con el apoyo de la Embajada de Japón y de la Fundación Japón, se investiga y se divulga, a través de exposiciones y de semanas culturales, que ya van por la 19 edición.

El origen

"Todo parte de la figura de Federico Torralba Soriano –señala Barlés–, de su fascinación por el arte de Asia oriental y de Japón en particular". Quien fuera catedrático de Historia del Arte reunió "una colección impresionante que hoy podemos ver en el Museo de Zaragoza e introdujo en la facultad la asignatura optativa de Artes de fuera de Europa". Hoy, estudiar Arte de Asia oriental es obligatorio en el grado y en Unizar se imparte el máster en Estudios Japoneses, una titulación única en España que dirige Carmen Tirado. Allí, los profesores integrados en el grupo Japón no solo enseñan arte, sino también historia, relaciones internacionales, derecho, economía, sociología, literatura, música, cine, idioma... Todo aquel que quiera especializarse en Japón tiene Zaragoza como referencia.

Francisco Barberán es profesor de Ordenamiento jurídico japonés en el máster y de Lengua japonesa en el Centro de Lenguas Modernas. Desde allí, constata cómo "de forma lenta pero constante" va subiendo la demanda para aprender japonés. El alumnado llega "sobre todo por interés cultural: les atrae el manga, el anime, los videojuegos o la pintura y la arquitectura, y quieren saber más". También hay estudiantes del máster e investigadores que quieren optar a "alguna de las potentes becas que hay para estudiar en Japón". A los cursos superiores llegan pocos. Reconoce que lo que desalienta a la gente es que "pueden llevar años estudiando y se les luce poco". El japonés "es un idioma más fácil de pronunciar de lo que se piensa, la gramática no es excesivamente complicada, pero la escritura y la lectura... son difíciles incluso para los japoneses: es la gran barrera", pero Barberán está orgulloso de que varios de sus alumnos hayan obtenido el Noken 1, máximo nivel en el Examen Oficial de Lengua Japonesa.

Tradición y modernidad

La mezcla de tradición y modernidad es uno de los más poderosos atractivos de Japón, un país experto en practicar el ‘soft power’ para ganarse al mundo. En las últimas décadas, "ha apostado de forma estratégica por potenciar su diplomacia pública y su poder blando para poder desarrollar su papel internacional", afirma Juan Luis López Aranguren, que ha estudiado la diplomacia olímpica japonesa. Los Juegos de Tokio 2021 que hoy terminan pueden ser "la plataforma de lanzamiento de un nuevo rol nacional e internacional de Japón para el siglo XXI".

Más allá de la academia, a pie de calle, el poder de seducción que Japón ejerce desde hace tiempo sigue palpitando. En enamorados de la cultura japonesa que la admiran y también la practican. En viajeras como la escritora Patricia Almarcegui que, en su libro ‘Cuadernos perdidos de Japón’, invita a "sentir el mundo con la punta de los dedos". Ahora, las circunstancias obligan a quedarse en casa y sentir ‘deseo de Japón’, "aunque siempre se puede continuar viajando con su literatura, cine, arquitectura, ensayos y desearlo aún más". A ella le gustaría pensar que de allí se ha traído "otra forma de mirar. Más pausada, relacional, que encuadra y limita la naturaleza. Más atenta y abierta hacia el mundo, también a lo diferente y extraño".

Con su colección permanente de arte japonés en el centro de la ciudad, su Escuela-Museo de Origami, la activa Asociación Cultural Aragón-Japón e investigadores condecorados con la Orden del Sol Naciente –incluso la de rayos dorados con cinta colgante, el más alto honor–, un embajador de visita no dudó en afirmar que Zaragoza es un pequeño Japón.

Visto del revés, a los japoneses "nos encanta esa comparación que hace Gracián en ‘El Criticón’ entre la idiosincrasia del pueblo español y el japonés, al calificar, con una sonrisa maliciosa, a nuestro pueblo como ‘los españoles del Asia’... ¡allá en el siglo XVII!", señala Hidehito Higashitani. Es el traductor al japonés de esta obra y del ‘Oráculo manual y arte de prudencia’, tan especialmente apreciada por "aquellos que tienen que desarrollar sus actividades profesionales con perspicacia, táctica y sabiduría en la vida diaria, por ejemplo hombres de negocios". No le sorprende el auge del manga fuera de Japón "ahora, en pleno siglo XXI", ya que "nosotros, los japoneses, somos conscientes de la larga tradición artística de un género con más de un milenio de historia en nuestro país, donde gusta desde la época medieval, pues su germen es el ‘Emaki-mono’ (rollo de historieta ilustrada)".

‘Old meets new’, reza el eslogan con que Tokio se promociona en el exterior. "Sus artes tradicionales son tan modernas, de una sensibilidad tan exquisita y espiritual, que me han robado el corazón", dice Elena Barlés, quien resume en dos pinceladas lo que más le entusiasma: el amor por la naturaleza y el gusto por las cosas efímeras, "un sentimiento de melancolía gozosa ante lo que dura poco: la flor del cerezo que pierde sus hojas en el momento culminante de su belleza o las gotas del rocío que se desvanecen con el sol de la mañana".  

Siguiendo el camino del arco

‘Kyudo’ significa el camino del arco; Belén Pérez lleva más de 30 años en él.
‘Kyudo’ significa el camino del arco; Belén Pérez lleva más de 30 años en él.
Francisco Jiménez

La práctica del ‘kyudo’ es un camino de perfeccionamiento tan largo "que acaba formando parte de la vida de uno", dice Belén Pérez. El arco japonés es tan alto que no se puede practicar en casa, aunque sí ejercitar los movimientos. "Cada gesto, incluso cada respiración, está estrictamente codificado y definido, el cuerpo –y también la mente– se colocan de forma muy precisa; dicen que es como meditación en movimiento", describe la única Renshi 6º dan de España. Japón le interesa "desde siempre, no sé decir por qué". Se acercó al ‘kyudo’ con 20 años, cuando ya practicaba otras artes marciales y había fundado la compañía Dies Irae, donde bailaba danza ‘butoh’ con el cuerpo pintado de blanco. Hoy, la tiradora zaragozana dirige la Escuela de Kyudo de la Universidad e imparte clases en ciudades como Málaga o Barcelona. Es autora de ‘La esencia del kyudo. El arte de la arquería tradicional japonesa’. Escribe que "empuñar este arco supone no solo sostener unos valores tradicionales forjados en una cultura milenaria, sino también adentrarnos en una sorprendente y singular experiencia personal". Su práctica exige una atención plena marcada por "la precisión, la exactitud y la simplicidad, cualidades genuinamente japonesas". En el instante en que se dispara la flecha, se introduce el riesgo del azar.

Un delicado activismo cultural

Kumiko Fujimura, junto a sus alumnas de pintura tradicional japonesa.
Kumiko Fujimura, junto a sus alumnas de pintura tradicional japonesa.
Javier Belver

Tinta negra sobre papel de arroz. Su propia simplicidad hace difícil la técnica ‘sumi-e’ de pintura tradicional japonesa. "Como en las artes marciales, todo es control, en el manejo del pincel y en la concentración de tu mente", dice Kumiko Fujimura. En sus clases, enseña a sus alumnas, mayoritariamente mujeres de mediana edad, a hacer bailar el pincel para hacer surgir figuras muy simplificadas de flores, pájaros o paisajes. "Los muchos años que se lleva practicando esta técnica han definido un método, un orden", para retratar la naturaleza. Al pintar un pájaro, por ejemplo: primero el pico, luego los ojos, después la cabeza, el cuerpo, finalmente las patas, "hay que ir paso a paso", trazo a trazo, como en la caligrafía. Verdadera activista de la cultura japonesa, Fujimura preside la Asociación Cultural Aragón-Japón que, fundada en 2004, hoy agrupa a algo más de 400 socios, organiza actividades culturales y ofrece talleres para aprender desde arreglos florales a caligrafía. Su objetivo es "difundir la cultura japonesa en Aragón correctamente, pues hay bastante confusión", afirma Fujimura, cansada de encontrar "películas que cuando hablan de Japón ponen música china, ‘sushi’ alejado del espíritu japonés y kimonos a la venta que son batas hechas en China". Como punto de encuentro entre Aragón y Japón, la asociación integra también a los japoneses residentes en la Comunidad, "unos 50, la mayoría mujeres casadas con españoles". Ella llegó en 1997 a Zaragoza, donde le encantó "la gente de aquí, acogedora y que si algo les gusta, lo expresan, y si no, también". Japón gusta.

Tutores de obras de arte vivientes

Vicente Sánchez, al lado de algunos de sus bonsais.
Vicente Sánchez, al lado de algunos de sus bonsais.
Javier Belver

Todos los días los riega un par de veces. "Ayer estuve toda la tarde con ellos, un bonsai requiere cuidados si queremos que viva cierto tiempo con nosotros; es como tener un gatito en casa, está bajo nuestra tutela". Vicente Sánchez posee ejemplares que llevan más de 25 años con él, que los pinza para que ramifiquen e impide que crezcan a base de podas, "pero a la vez consiguiendo que maduren, que envejezca su corteza y que sean longevos". Como todos los árboles, deben vivir al aire libre, "en las casas se mueren porque los aires acondicionados y las calefacciones los resecan", advierte. A él le gustan los árboles autóctonos, "porque son los mejor aguantan: olmos, higueras, olivos". Estas obras de arte vivientes son muy lentas de hacer, "dependiendo del material de partida, pueden tardar hasta 14 años". Su afición despertó cuando vio una exposición en San Sebastián y "me quedé prendado". Sánchez se unió en 1990 a la Asociación Cultural Zaragoza Bonsai, que actualmente preside. La componen unos 80 socios, hombres en su inmensa mayoría, "apenas hay seis o siete mujeres". Además de difundir el arte del bonsai, transmiten "el respeto por la naturaleza recuperando árboles de las cunetas o de fincas donde van a construir". En junio pudieron volver a hacer jornada de puertas abiertas en el patio de las antiguas escuelas de Alagón, cuyo Ayuntamiento les cede un local. Y en octubre, llevarán sus mejores bonsais al patio del Museo de Zaragoza, como parte de una exposición en preparación que también incluirá ‘suisekis’, piedras que recuerdan un paisaje.

De Doraemon al tambor japonés

Laura Aznar forma parte del grupo de tambor japonés Kamidaiko.
Laura Aznar forma parte del grupo de tambor japonés Kamidaiko.
Javier Belver

Laura Aznar se empezó a interesar por lo japonés en la adolescencia. Desde la pantalla de la televisión, los carteles escritos en japonés que veía en los dibujos de ‘Shin chan’ y ‘Doraemon’ picaron su curiosidad: "Esto tiene que ser un chiste", pensó, y se compró un diccionario, "luego mi madre me apuntó a una academia, aprendí el idioma y empecé a comprar manga". Se unió a la asociación Mangaku y conoció también la Asociación Aragón-Japón, "donde enseñan caligrafía, baile tradicional, tambor..." y se decantó por el tambor japonés. "Iniciaron el grupo dos españoles y una japonesa y hoy somos diez –cuenta–; la mayoría de los tambores son de fabricación propia porque son muy caros, y traerlos desde Japón, aún más". Han llegado a actuar en el Teatro Principal, en la ópera flamenca ‘Keicho’, y en la Romareda, para recibir al futbolista japonés Shinji Kagawa. "Antiguamente el tambor japonés se usaba con un sentido religioso o para acobardar al enemigo en las guerras –explica Aznar–, ahora es muy popular y típico en verano, para animar las verbenas". El grupo Kamidaiko toca la disciplina ‘kumo-taiko’, "un estilo bastante reciente". La pura percusión se mezcla con coreografías, "no solo es música, también movimiento", y dependiendo de cómo combinen coreografía y ritmos consiguen un resultado vigoroso o solemne.

Convertidos en anime gracias al teatro

Víctor Cepero, Elena Antón y Maite Ranz, del grupo de teatro Mangaku, ensayando.
Víctor Cepero, Elena Antón y Maite Ranz, del grupo de teatro Mangaku, ensayando.
Javier Belver

Los 12 integrantes del grupo de teatro de la asociación Mangaku preparan su próxima obra. Como suelen hacer, han elegido escenas con música de una serie famosa y se han confeccionado sus propios trajes para meterse en la piel de los protagonistas. De alguna forma, el teatro les ofrece la posibilidad de vivir dentro de su serie favorita de manga, anime o dorama (series de televisión en imagen real). En esta ocasión, ensayan escenas de ‘My Hero Academia’, una serie basada en el manga escrito e ilustrado por Kohei Horikoshi en la que un grupo de adolescentes acuden a una escuela para convertirse en superhéroes, al estilo de Los Vengadores. La idea es, si finalmente puede celebrarse, presentarla en diciembre en el Salón del Cómic de Zaragoza, donde ya han actuado en otras ocasiones. Era también tradicional, hasta que llegó la pandemia, actuar en Nippon-ku (Distrito Japón), el evento anual de la asociación. "Nos gusta hacerlos temáticos", dice Laura Aznar. Aún está abierto el debate sobre la dedicación del próximo: "Estamos entre samuráis, chicas mágicas o guardianes de la noche". Desde su fundación en 2008, Mangaku es uno de los puntos de reunión y ocio para los amantes de la cultura japonesa en Zaragoza, con actividades en torno a las series, los videojuegos, los disfraces... y talleres para todas las edades.

El patio de recreo de los ‘otakus’

La última edición de ExpOtaku se celebró a finales de junio en la sala Multiusos.
La última edición de ExpOtaku se celebró a finales de junio en la sala Multiusos.
Oliver Duch

Un ‘otaku’ es alguien apasionado por una afición y ExpOtaku, la feria que reúne a los amantes del manga, el anime, los videojuegos, el ‘cosplay’ (disfrazarse de tu personaje favorito)... Nació en Zaragoza hace diez años y hoy se ha convertido en una gira nacional de eventos relacionados con la cultura pop japonesa y asiática en general. "Está dedicada al entretenimiento, a las aficiones –cuenta Noelia Doñate, coordinadora de la edición zaragozana–. La idea partió de David Gaspar, quien, una vez trasladado a Barcelona, creó una empresa de eventos que ha llevado ExpOtaku a Alicante, La Coruña, San Sebastián..., aunque este año solo se ha podido celebrar en Zaragoza y Tarragona y llegará a Vitoria en septiembre". La limitación de aforos dejó en 3.000 la cifra de asistentes a ExpOtaku Zaragoza 2021, "que agotaron las entradas un mes antes". En 2019 fueron 15.000. En esta ocasión, hubo concursos –desde ‘cosplay’ a doblaje de anime– y torneos de videojuegos, así como talleres de máscaras japonesas, ‘omamori’ (amuletos japoneses) o estandartes samuráis. Doñate cree que lo que más atrae es "la gran variedad y la forma tan diferente de contar historias", aunque advierte que a un ‘otaku’ no tiene por qué gustarle todo lo japonés, sino solo algo muy concreto. Por ejemplo, "yo colecciono discos japoneses, pero no veo todo el anime de Netflix".

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