Fabiola Gil, grabadora: "Hemos perdido muchos artesanos y con ellos parte de la cultura"

Tras años en la escultura, Gil (La Almunia de Doña Godina, 1974) se especializó en mokuhanga, una técnica de
estampación japonesa.

Gil, en su taller de Zaragoza con las tablas de cerezo.
Gil, en su taller de Zaragoza con las tablas de cerezo.
FRANCISCO JIMÉNEZ

Fabiola Gil… ¿Usted firma los murales de las puertas de Zaragoza y de la Torre Nueva?

Trabajé durante unos años en una empresa de restauración con un equipo multidisciplinar. Surgió esa propuesta y fue curioso. Nos lo pasamos bien porque se salía de lo habitual.

Del andamio a la mesa.

Al final es todo lo mismo: crear algo. Lo importante de las imágenes es su significado. Siempre he sido muy curiosa, por eso he ido flotando por varias técnicas. Igual he participado en un mural que he esculpido un premio de Florián Rey.

¿Un premio de Florián Rey? Claro, son paisanos.

Me especialicé en escultura en la Escuela de Artes y realicé la estauilla del Festival de Cine de La Almunia, Fescila.

Así que su obra luce en la estantería de José Sacristán, Eduardo Noriega, Maribel Verdú…

Bueno, y aparece en un plano de una película de Santiago Segura, en una estantería también.

Murales, premios… y ahora dedicada al mokuhanga, una técnica de estampación japonesa.

Creo que si no hubiera estudiado escultura, no hubiera terminado haciendo mokuhanga. Cuando empecé con esta técnica apenas había información. La aprendí de forma autodidacta con vídeos.

¿Tan desconocida es?

De hecho, están haciendo un estudio y no consta que nadie más en España la practique con una trayectoria profesional. El lugar específico en todo el país es este taller, en La Magdalena.

¿Por qué apostó por la técnica?

Compaginaba la escultura con el grabado. Cuando veían mis dibujos siempre me decían: «Es que estos dibujos…». Me daban largas, así que me lancé a por el mokuhanga porque siempre me decían «no». Pues eso, ¿por qué no? Y después pasé a enseñarlo. No he tenido nunca el afán de conservar la información, al revés, me pica el conocimiento.

¿Qué cara pone la gente cuando dice que es grabadora?

Suele tener una connotación negativa. Se considera un arte menor porque está dentro de la reproducción. Parece que la parte múltiple le quita valor, sin embargo, creo que se lo añade. Para mí es una manera de expresarme, contar historias y lo que quiero es que llegue a mucho público. ¿Escribes un libro y solo se lo vendes a dos personas? No tendría sentido.

¿Cuál es la historia que más le ha gustado contar?

Mis obras son dulces, pero normalmente vienen de momentos críticos. Convierto cosas malas en recuerdos positivos. Representan un momento duro, pero me dicen que salí de ahí. Quizá sea como una terapia. Mis obras son procesos mentales más que técnicos.

¿Gusta la técnica en Aragón?

Abrir un estudio en Zaragoza ha permitido que mucha gente nos conozca. No me podía imaginar que iba a enseñar mokuhanga aquí. Favorece que no sea una técnica tóxica y que sea transportable. Además, la sociedad se ha dado cuenta de que es bueno hacer ejercicios que relacionen la mente con las manos. Eso sí, el 90% del público es de fuera porque nuestro mayor canal es internet.

En plano digital, ¿pero se siente en contacto con la naturaleza?

Por supuesto, también por mi origen con la escultura. Todos los materiales que utilizo están hechos por artesanos, también porque soy una sentimental. Hemos perdido muchos artesanos y con ellos parte de la cultura.

¿También es así en el país nipón?

Es la sociedad más tecnológica y más consumista, pero sus artesanos están protegidos.

¿Qué le vincula con Japón?

He viajado para formarme y David Bull, referente del arte allí, se interesó por mi obra y está expuesta. Soy una de los cinco artistas extranjeros que comparten pared en su galería con piezas icónicas como ‘La ola’ de Hokusai.

¿Cuál es la siguiente página?

Una exposición y un manual de mokuhanga, el primero en español y muy aragonés. Me he empeñado en que salga de aquí, desde la teoría hasta el diseño gráfico, la práctica o la encuadernación. A veces me dicen que si estuviera en Madrid o Barcelona tendría más trabajo... Y les contesto, ¿pero qué pasa si nos vamos todos?

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