entrevista

Laura Val: "La primera vez que vi ‘Grease’ me costó mucho dormirme"

La bailarina y coreógrafa (Zaragoza, 1978) es cofundadora de la compañía Tarde o Temprano, dirige el festival Danza Mínima y prepara estos días el fin de curso del Estudio 12.

La bailarina Laura Val, fotografiada ayer en un balcón del centro de Zaragoza.
La bailarina Laura Val, fotografiada ayer en un balcón del centro de Zaragoza.
José Miguel Marco

El verano parece un tiempo idóneo para bailar. Al menos, el Paquito Chocolatero...

(Risas) El ‘mundo verbena’ siempre me ha gustado y el baile llevado al cachondeo me interesa. Además, hace sonreír a la gente, propicia que se junten diversas generaciones y es raro ver a alguien haciendo la conga muy serio.

Y para la danza profesional es temporada de actuaciones, ¿no?

Cada vez más ayuntamientos, entidades y festivales programan danza y la hacen más visible, pero luego el sistema no está diseñado para que haya un buen recorrido y llegue a mucha gente.

El ‘curso covid’, con aforos en los teatros, ha debido de ser duro...

Ha sido un año muy raro, pero también se han visto las ganas que la gente tiene de ir al teatro. Eso nos ha conmovido a todos los que nos subimos a un escenario.

¿Porque demuestra que la cultura es esencial?

Es uno de los pilares básicos de una sociedad. Es el alimento para el intelecto y es lo que define a un país y ayuda a crear valores. Una sociedad no puede ser sana y equilibrada si no atiende su cultura.

¿Desde cuándo se recuerda con un tutú y haciendo ‘demi pliés’?

¡Desde siempre! Creo que mi primera actuación con tutú fue cuando tenía 5 años. Alguna foto tienen mis padres por ahí...

¿Qué referentes tuvo? ¿Fueron todos bailarines de clásica o veía también vídeos de la MTV?

Al principio mis referentes eran Sylvie Guillem, Tamara Rojo, Baryshnikov... Pero después empecé a descubrir la presencia de danza en el cine y la música y eso hizo que me apasionara mucho más. Se trata más de la importancia de comunicar con el cuerpo que de la danza en sí misma.

Y el baile folclórico, ¿le ha llamado alguna vez la atención?

Me encantaría saber bailarlo todo. Las danzas folclóricas tienen un papel fundamental en la identidad de un territorio. Me emociona pensar en los valores y sentimientos de los que van cargadas: el flamenco me parece pura magia, el tango lo bailé hace bastantes años y la jota nunca he descartado aprender. Tiempo al tiempo.

¿Qué obra le marcó de niña y le hizo ver que su camino estaba en la expresión artística?

Es un clásico, pero ‘Grease’ me flipó. La primera vez que la vi me costó mucho dormirme y me sigue gustando ahora también. ‘The Rocky Horror Picture Show’, ‘Fiebre del sábado noche’ o ‘Mary Poppins’ también tienen un gran cuerpo de baile. La primera vez que mis padres me llevaron al Teatro Principal también me dejó huella: actuaba el Ballet Clásico de Zaragoza y me quedé encantada.

¿Ha logrado expresar con su cuerpo todos los sentimientos que se ha propuesto?

He logrado muchas cosas, pero siempre se puede más. Creo que eso es algo que te va dando la madurez, así que sigo buscando más en cada producción y en cada proyecto. Creo que se me da mejor el drama y que se me resiste un poco el lado desenfadado y cómico.

Ensayos, lesiones, dietas... La vida del bailarín es muy sacrificada. ¿Merece la pena tanta renuncia?

Desde luego. A mí me encanta ensayar, buscar, improvisar, sacar propuestas, experimentar con la creatividad... Las lesiones sí son un mal trago. Te sientes muy solo, vulnerable y te das cuenta de lo poco protegida que está tu profesión. Y bueno... Gofres y helados... Yo como cuando quiero.

Ejerce también de profesora de contemporánea. ¿Las nuevas generaciones son muy Beyoncés?

Sí que hay una tendencia hacia el baile comercial, de escaparate, ‘show’ y televisión. Parece que importan más las formas que el contenido, la estética más que el concepto. Y el concepto no se puede perder. La esencia es el todo.

¿Un plan para el verano?

Mi verano ideal tendría que reunir unos días de playa en un sitio tranquilo, un buen libro y algunas actuaciones en festivales chulos donde tenga amigos. También estar tres o cuatro días sin actividad, pero no muchos más, ¡que me agobio de no hacer nada!

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