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Los primeros colonos de los últimos pueblos de Aragón: “En los corrales se metían conejos y perdices”

Hace medio siglo estaba naciendo Santa Engracia, el último pueblo de colonización que nació en Aragón. Los primeros colonos dicen que lo vivieron con "ilusión". 

Una hilera de rosales florece en las calles de Santa Engracia, en Zaragoza. "Han estado siempre", aseguran Consuelo Roche y Pilar Francés desde uno de los bancos de la plaza. Conocen la historia del pueblo desde los inicios y no porque se la hayan contado, sino porque la han vivido en su propia piel: residen en un pueblo de colonización. 

Pilar y su marido, Obdulio Pola, llegaron a esta pedanía de Tauste como guardas y Consuelo, natural del barrio de Montañana, fue una de las primeras colonas. "Vine a ver a mi hermano y me enamoré de este pueblo. La plaza era preciosa, con un sauce en medio, y me cautivó la luz que había. Preferí venirme para que mis hijos se criaran aquí y entre todos hemos hecho una familia", considera Consuelo, quien regentó la tienda, el bar y era la responsable del teléfono. "Así es, todo el pueblo unido -dice y asiente Pilar-, y lo seguimos estando". Ellas, al igual que el resto de los primeros vecinos -que se pueden contar con los dedos de una mano- son la primera generación de Santa Engracia, son quienes crearon la identidad de su pueblo.

Obdulio Pola y Pilar Francés, el matrimonio de guardas de Santa Engracia, junto a la colona Consuelo Roche.
EN VÍDEO | El testimonio de algunos colonos en Aragón.
Fotografía: Francisco Jiménez
"Las calles de Santa Engracia eran un bosque"

A principios de los 70, hace medio siglo, estaba naciendo la vida de Santa Engracia -de hecho, todavía no se había inaugurado oficialmente-, sin embargo, el pueblo data de los 60. Hacía más de una década que estaba construido y estuvo "deshabitado", un "pueblo nuevo y muerto" lo definían en la prensa y vinculaban ese abandono con el problema del abastecimiento de agua. "Lo hizo Andrés Grima, pero tardaron en darlo porque no se ponía de acuerdo con el Instituto Nacional de Colonización", dice Pilar, que al ser la guarda fue la primera en instalarse. Las viviendas quedaron a merced de la mala voluntad y Obdulio narra que se ponía en una esquina de la plaza a leer novelas del oeste para vigilar el pueblo. "En los corrales había conejos y perdices que se habían metido. Cerrábamos la puerta y así los cazábamos. Las calles eran un bosque", recuerdan 50 años después. Les adecentaron las viviendas –101 para colonos y 21 de obreros, una división que se calculaba en proporción– y comenzaron a entrar sus moradores, a los que les adjudicaron un lote de 13 hectáreas.

Los marcaba, enseñaba y otorgaba Ángel Oliva, el mayoral. También gestionaba el uso de tractores y más tarde entregó ganado y frutales. "Con el tiempo los lotes se quedaron pequeños porque la maquinaría no entraba", recuerda Oliva, quien se quedó a vivir en Santa Engracia. Su cuna está a kilómetros, cerca de Talavera de la Reina, pero su sangre es colona: "Desde los 18 años he vivido en pueblos nuevos". Oliva hizo una formación en Lérida y aprobó la prueba que le convirtió en mayoral en las Cinco Villas.

Ángel Oliva, quien fuera mayoral de Santa Engracia.
Ángel Oliva, quien fuera mayoral de Santa Engracia.
Francisco Jiménez

En Santa Engracia se divisan casas de cinco tipos, algunas con porche. "Lo fundamental son las viviendas de colonos, pero también están las de los obreros, médicos, cura, maestro... y dentro de esas viviendas, que siempre se construían con materiales de la zona, varía el número de habitaciones y las terminaciones", analiza José María Alagón, investigador de los pueblos de colonización e historiador del Arte. Sin embargo, la iglesia, la casa de la hermandad sindical o el ayuntamiento eran de ladrillo en el caso de la localidad de San Jorge. "En todos los pueblos de colonización se hacía casa consistorial ya que se tenía la esperanza de que el día de mañana fueran independientes", menciona el investigador que ha dedicado varios libros y artículos a este fenómeno.

Beatriz Barrio, colona de San Jorge, junto a José María Alagón, historiador del arte.
Beatriz Barrio, colona de San Jorge, junto a José María Alagón, historiador del arte.
Rafael Gobantes

Cuando la vida llegó a Santa Engracia ya disponían de agua, a través de una tubería desde el canal de Tauste, y luz, gracias a un transformador. Consiguieron escuela, salón de fiestas, piscina, merendero y se sacralizó la iglesia, que también tuvo que ser rehabilitada tras los años de abandono. "Siempre han dicho que somos el último pueblo y el más mimado porque pasamos del abandono a tener todo", ríe Arancha Rebullida, la actual alcaldesa de Santa Engracia.

"Se dio facilidad, pero se pagó todo"

"Había que vivir aquí, porque mucha gente quería coger tierra e irse a vivir a Tauste, había que pasar una encuesta y ser de campo. Además, había que estar casados o tenerlo en mente", cuentan entre Pilar y Consuelo. "Primero estaban en tutela cinco años, tiempo en el que se pagaba en especie. A partir de entonces se empezaba a amortizar y entonces tenían un plazo de 25 años para pagar las tierras y hasta 40 para las casas, se dio facilidad, pero se pagó todo", expone Alagón, que reside en San Jorge, donde llegaron sus abuelos como colonos y se crió.

"Unión" también en San Jorge.

En la zona de San Jorge, junto a Almudévar, se iba a construir un único núcleo, pero no se pudieron conseguir tierras para hacer un pueblo grande y levantaron tres de menor tamaño, cuenta Alagón, siendo Valsalada y Artasona los que completan ese triángulo, y otros de la treintena que se levantaron en Aragón. "Estaba todo deshecho, era todo monte", rememora Beatriz Barrios, una de las primeras colonas que llegó a San Jorge cuando todavía no había ni luz ni agua. "Estaban haciendo el pueblo -añade-. Al principio fueron amarguras, pero después contentos. No hemos pasado hambre, pero sí necesidad". En su caso les dieron 8 hectáreas, dos vacas de leche y una para el campo.

Beatriz no conocía al resto de familias, pero crearon una "unión". "Nos han pasado cosas de chiste, por ejemplo, nos trajeron la escuela cuando los niños más mayores tenían 5 años y no estaban en edad escolar", ríe Beatriz años después. Recuerda anécdotas junto a Teresa Andrés, del lote piloto, y Juli Jiménez, quien ha vivido en Ontinar del Salz y en otro pueblo de colonización de León.

Las colonas Beatriz Barrio, Teresa Andrés y Juli Jiménez, junto a José María Alagón, investigador de pueblos de colonización.
Las colonas Beatriz Barrio, Teresa Andrés y Juli Jiménez, junto a José María Alagón, investigador de pueblos de colonización.
Rafael Gobantes
"Al principio fueron amarguras, pero después contentos. No hemos pasado hambre, pero sí necesidad"

Crear vínculo era una de las bases de este fenómeno. "El ingeniero jefe de Colonización de la cuenca del Ebro era Francisco de los Ríos. Defendió mucho los regadíos y los colonos de Aragón porque su padre había trabajado en el plan de riego del Altoaragón", expone Alagón. Este investigador, que dedicó su tesis a estos pueblos, también menciona que de los Ríos lucho para que se construyeran las viviendas en disposición de pueblo, puesto que se planteó la idea de casas sueltas: "De esta forma había convivencia y se creaban experiencias". José Borobio es otro nombre propio que guardan los colonos en su memoria: "Fue el arquitecto responsable de la delegación del Ebro. Ambos marcaron mucho la personalidad de estos pueblos".

Arancha Rebullida, alcaldesa de Santa Engracia, defiende estos pueblos para no se marchiten. "Ahora pedimos que nos sigan haciendo caso. Si los pueblos de colonización se hicieron pensando en una España viva, hoy en día la están matando porque no se acuerdan del mundo rural para nada", reivindica.

Estos colonos dieron vida a pueblos nuevos, donde la "confianza" y la "ilusión" correteaban por sus calles, igual que las nuevas generaciones. Echaron raíces en una tierra desconocida para ellos, pero que con trabajo hicieron suya.

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