zaragoza

La violencia de las bandas latinas resuena en el reformatorio de Juslibol

El 30% de los internos del centro de menores ya pertenecen a estos grupos. Suelen ser chavales de origen extranjero acusados de robo con violencia o agresión.

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Interior del centro de menores de Juslibol.
Heraldo

Cuando la tensión entre las bandas latinas estalla en los barrios, su eco resuena en Juslibol. El antiguo reformatorio (rebautizado como Centro de Educación e Internamiento por Medida Judicial) es el destino de un buen número de menores de edad que pertenecen o al menos están en el entorno cercano de estos grupos organizados. Sus delitos más habituales son el robo con violencia y las agresiones, aunque también ha habido casos más graves. Como no tienen edad para ir a la cárcel, acaban en el centro de menores, donde ya suponen el 30% del total de internos.

Actualmente, en el antiguo reformatorio hay unos 15 menores de edad que pertenecen o están cerca de las bandas latinas de Zaragoza. Los primeros empezaron a entrar hace una década, y su número no ha dejado de crecer desde entonces. El hecho de que haya jóvenes de bandas latinas diferentes, muchas veces enemigas, crea problemas dentro del centro. “Hay que tener cuidado dónde ponemos a cada uno, aunque intentamos que puedan convivir”, cuenta Francisco Aguelo, director del centro.

Esta convivencia no es fácil, especialmente cuando de puertas afuera hay tensión entre las bandas. Aunque tienen limitadas las comunicaciones, a los jóvenes del reformatorio les llegan las noticias de las peleas, las reyertas en los parques, las detenciones o los ajustes de cuentas entre grupos. Como ha pasado recientemente, con la detención de buena parte de los Dominicans Don’t Play (DDP). “Todo eso les altera, les pone nerviosos”, señala Aguelo.

Entonces llegan las amenazas y, en ocasiones, las agresiones. El centro ha prohibido que los chavales luzcan las gorras, pañuelos, collares o rosarios que habitualmente los identifican como de una u otra banda. Pero los jóvenes también dejan clara su pertenencia a estos grupos a través de la música (suben el volumen de determinadas canciones para lanzar un mensaje a sus rivales) o de los gritos (los Black Panthers, por ejemplo, imitan el sonido de una pantera). “Son marcas que le dicen al otro ‘yo soy de estos, ten cuidado conmigo’”, cuenta el director del centro.

Los DDP y los Black Panthers son las dos principales bandas latinas de la ciudad, de donde salen buena parte de los chavales que acaban en el antiguo reformatorio. Estos grupos exigen ritos de iniciación a ‘la cantera’, como cometer robos o dar palizas. Pasar por el reformatorio (y más aún por la cárcel) 'da galones' que permiten entrar o ascender dentro del grupo.

Los menores de edad que pertenecen o coquetean con estas bandas son casi siempre extranjeros, pero no necesariamente latinos. También los hay de Rumanía, de Marruecos, de Argelia… y algún que otro español. Francisco Aguelo, director del centro de menores, señala que muchas veces son chavales cuyas madres “vinieron a trabajar hace años a España” de Centroamérica, Colombia, Ecuador... “Los dejaron en su país y se los traen cuando ya son adolescentes; se ven en un país nuevo, con una cultura nueva, con dificultades de integración y con madres que trabajan un montón de horas. La integración escolar es complicada, así que muchas veces dejan el colegio y se juntan con los que son como ellos”, relata Aguelo, que ve a los chavales “con una cultura diferente respecto a la ley y la autoridad policial”.

Son cada vez más jóvenes. En el reformatorio solo entran los que están entre los 14 y 18 años, pero hay chicos que coquetean con las bandas y la delincuencia a edades incluso más tempranas. A través de hermanos o conocidos, desde muy pronto empiezan a asumir como propia la jerga y la cultura de las bandas. Y en ocasiones, eso deriva en delitos.

La presencia de estos chicos en el centro de menores es “un problema” que ha obligado a cambiar la forma de trabajar en el ‘refor’. “Aquí hay adolescentes que buscan crearse una identidad propia, y el estar en el grupo o las banda les fortalece”, cuenta el director. En el centro, buscan ofrecer primero “un entorno seguro” para ellos y, luego, dar “alternativas” e intentar que tomen decisiones “de forma individual”, no porque lo ordene el grupo o el líder del mismo. “Intentamos que las estructuras jerárquicas que tienen fuera no se trasladen dentro”, cuenta Aguelo, quien admite que es “complicado” trabajar con estos chavales.

No obstante, muchos acaban saliendo de las bandas. Lo hacen con el paso de los años y, sobre todo, si se cruzan por su camino una pareja o un trabajo estable. “Necesitan una alternativa, pero a veces es complicado que la encuentren, sobre todo cuando son tan jóvenes”, concluye.

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