en primera persona

Diario de un confinamiento: El rodapié de las grandes mentes

Día 9. Cuentan que Cervantes esbozó ‘El Quijote’ durante un encierro. Shakespeare alumbró ‘Macbeth’. ¿Qué he hecho yo en nueve días? ¿Descongelar el frigorífico cuenta?

Un sofisticado invento, acorde a la tecnología propia del siglo XXI.
Un sofisticado invento, acorde a la tecnología propia del siglo XXI.
Heraldo

Tengo entendido que Cervantes comenzó a esbozar lo que luego sería ‘El Quijote’ mientras estaba encerrado en el presidio de Sevilla. También Shakespeare escribió ‘Macbeth’ durante un confinamiento, en su caso, debido a unas pestes que a principios del siglo XVII causaban estragos en Inglaterra.

¿Qué he hecho yo en estos nueve largos días de encierro? Descongelar el frigorífico y limpiar los rodapiés de toda la casa. Ojo, no me quiten méritos, son dos tareas domésticas ingratas. Quizá no me postulen para un Nobel, pero he completado una limpia de productos congelados hípercaducados. Ahí, detrás de la rejilla, había algo chuchurrío cubierto de estalactitas. Parecía una maqueta a escala de las cuevas de Drach. Juraría que era mi pastel de comunión, pero comulgué hace treinta años...

No dejo de leer que la cuarentena puede ser un estímulo para la creatividad. Es posible, pero admitamos también que no todos somos artistas. Si estos días no recibimos ni al lector del contador del gas, ¿por qué creemos que nos visitan las musas? Aborrezcan a Paulo Coelho, abofeteen a Mr. Wonderful, y razonen que sí, que las musas quizá teletrabajen, pero en sus idílicos bosques y Parnasos, y no en un pisito de 50 m2 de nuestros periféricos barrios.

Lo que me admira es el ingenio cotidiano de muchos compañeros para entretener las horas muertas. No escriben tratados de literatura universal, pero sí improvisan para sus chavales un ‘Grand Prix’ en el pasillo de casa o graban versiones de ‘Resistiré’ con un ukele, dos bongos y la siempre socorrida botella de Anís del Mono.

Para que no se reblandezcan las neuronas más tiernas, muchos profesores siguen dando clases ‘online’ y también hacen un alarde de recursos para sus retransmisiones. Una docente me envía la imagen que acompaña estas líneas y no importa que tenga trampa y se vea el cartón: a mí se me antoja un modesto altar consagrado a la sabiduría. Quizá de esas ecuaciones salgan virtuosos que luego hallen vacunas. Quizá la profesora que ha pergeñado la megaconstrucción sea objeto de una OPA hostil por parte de Leroy Merlín.

Pienso que, a veces, la ciencia llama a tu puerta con unos nudillos más fiables que los de las musas o el repartidor de correo comercial. Fue un descuido chapucero el que permitió a Fleming descubrir el hongo de la penicilina cuando tapó mal unas placas de Petri. Yo también espero un golpe de suerte semejante antes de barrer las bolisas del salón (he empezado por los rodapiés, ¿vale?, voy poco a poco…) porque allí hay microorganismos que nos harán más fuertes.

Leo que Newton desarrolló sus interesantes teorías sobre la óptica, allá por 1660, durante otra cuarentena. ¿Qué tengo pensado hacer yo mañana? Les doy dos opciones. Uno: experimentar con prismas y diafragmas. Dos: ordenar en la vitrina a las figuritas de Lladró. Ahora, hagan sus apuestas. 

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