DIARIO DE UN CONFINAMIENTO (6)

Diario de un confinamiento: "¡Al carajo con Bil Gueits!"

Día 6. La tecnología no siempre es nuestra amiga. Confundirse de chat y poner un mensaje en el foro equivocado está tan a la orden del día como que las madres se hagan ‘Tik Tok’.

Ver Astérix al mismo tiempo que se teletrabaja no es recomendable.
Ver Astérix al mismo tiempo que se teletrabaja no es recomendable.
Heraldo

Fulanito de Tal ha eliminado el mensaje. "Ay, perdón, que no era para este chat", escribe rápidamente y con cierto bochorno. No me ha dado tiempo a leerlo, pero ya me ha llegado por privado que era el clásico desahogo con críticas a los insaciables jefes. Por error –maldición–, lo ha escrito en el mismo foro en el que están los susodichos. Imagino a ‘Fuli’ sudando a mares, santiguándose, buscando látigos con los que azotarse. Me hace una videollamada. Mis temores se han quedado cortos: está pálido, balbucea y –como mi conexión tampoco es la repera– habla a cámara lenta con un patetismo exagerado. Espera, salta un mensaje del sistema sobre no sé qué del ‘buffer’. Ahora la imagen se acelera. Es cómico, ‘Fuli’ parece Buster Keaton. Pone unos ojos alucinados, ahora me recuerda a Marujita Díaz. El ordenador se va colgando y me regala ‘frames’ para la historia: mi compañero de trabajo pasa de ser ‘El grito’ de Munch a María Jesús de Ágreda, de Macaulay Culkin a la Bruja Lola. Mi ‘Fuli’, un icono de la cultura de la cuarentena.

Por supuesto, no he escuchado nada de lo que me ha dicho, pero parece que espera respuesta. Contesto obviedades: que es normal, que no se preocupe, que todos tenemos abiertos mil chats de vez y que el ‘whatsappweb’ juega muy malas pasadas. Quito hierro al asunto y le digo que se disculpe. Y que recuperar la confianza no serán ‘los trabajos de Hércules’. Pone cara de póquer. Se queda pensativo (¿se habrá vuelto a colgar el ordenador?) hasta que por fin reacciona: "Sí, sé de lo que estás hablando", dice, mientras coge de la estantería ‘Las doce pruebas de Astérix’.

Teleojeamos un poco el cómic y es sorprendente lo mucho que se parece a alguno de nuestros jefes Asurancetúrix, aquel galo despistado que tocaba el arpa. También compruebo que ‘Fuli’ se mimetiza por momentos con Obélix, porque intuyo junto a su portátil un platazo de jabalí cuando no son ni las once de la mañana.

Cuento todo esto porque la tecnología es nuestra amiga… hasta cierto punto. Ese punto que nos hace perder los nervios cuando, por ejemplo, llama tu madre para que configures la impresora por teléfono o para preguntar qué es el módem y qué el deuvedé.

"La Sexta se ve en inglés". ¿Cómo? ¿Perdón? "Que sí, que algo he tocado. Que ahora la tele sale en inglés". Miro el mando, busco algún menú de subtítulos, le envío fotos como si fuera un tutorial, aunque en el fondo me gusta la idea de imaginar a Ferreras diciendo "fresh, present, live" o a Ana Pastor pronunciando "raigor, raigor". La mía, como tantas otras madres, es especialista en enviar audios de whatsapp con el teléfono en el bolsillo. Cuando son voluntarios, tampoco resultan más concluyentes. Al final se escucha: "Yo no sé si esto funciona, ¡al carajo con Bil Gueits!". Cuando abandonemos este encierro quiero hacerle una cuenta de ‘Tik Tok’. Veo una oportunidad de negocio… 

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