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Los secretos del nuevo modelo del Real Zaragoza: la fórmula Velázquez
El cambio al sistema 5-4-1 (3-3-3-1) ha impulsado la mejora del fútbol del Real Zaragoza gracias a su dinamismo y versatilidad posicional, la mejor organización de los espacios y la adaptación a las características de la plantilla. Estas son las líneas maestras del nuevo modelo.
El fútbol del Real Zaragoza ha renacido iluminado por la mano del cambio táctico liderado por Julio Velázquez. Este crecimiento del equipo se alimenta también de factores emocionales y conductuales, pero la arquitectura de esa transformación la constituyen su renovada geometría en el campo y los nuevos fundamentos del modelo de juego. El Zaragoza quiere la iniciativa, busca proponer e intenta atacar desde la asociación y la combinación. Las bajas del equipo, la inadaptación de las características de la plantilla al 4-4-2 y los problemas más elementales en su fútbol -creatividad, salida de balón, presencia en campo rival, alturas en el campo, juego entre líneas, volumen ofensivo- actúan de contexto de la decisión tomada por Velázquez.
Frente a Leganés y Espanyol, el Zaragoza articuló su estructura con la implantación de un sistema de juego de comportamiento versátil y dinámico. Un 5-4-1 en fase defensiva mutable a un 3-3-3-1 (con un doble rombo) en ataque, una carrocería en la que la altura de los laterales marca el ritmo de esa variación.
Las formaciones con cinco defensas suelen observarse bajo sospecha de intenciones defensivas. Pero, según su interpretación, también es una de las mejores fórmulas ofensivas: el Girona que asaltó al Barcelona hace unas horas sirve de rápido y aproximado ejemplo. El Zaragoza se mueve en esas intenciones. Su sistema es elástico y cambiante: solamente juega con cinco defensas cuando se agrupa en su propio campo sin la pelota. Y eso es lo que está definiendo el giro propuesto por Velázquez, su capacidad para adaptarse a lo que el juego va reclamando en sus diferentes fases y momentos. De hecho, el equipo está exhibiendo una creciente variedad de registros: comienza a manejar soluciones para el juego corto, pero también en largo. Y en defensa, para morder arriba o acuartelarse cerca de su área. Su fútbol se organiza así de forma camaleónica y sobre una premisa: los jugadores, que han ganado especificidad, tienen licencia para descifrar y ocupar los espacios libres. No viven encorsetados. El cambio de Velázquez no es solo de sistema o de estrategia, sino también de funciones.
Los tres centrales
El Zaragoza ha robustecido su defensa con los tres centrales, pero esta configuración también ha mejorado su capacidad ofensiva. Los problemas de salida de balón han comenzado a despejarse. Jair Amador ha desaparecido de esas tareas. Velázquez ha rediseñado la base de las jugada repartiendo la responsabilidad en ese inicio entre los dos centrales laterales y el mediocentro Marc Aguado. Por lo general, en la construcción, el Zaragoza saca la pelota más clara gracias a ese rombo defensivo. En este sentido, ha crecido el papel creativo de Alejandro Francés, realojado como central izquierdo. Su capacidad técnica y su talento le permiten ir más allá de los compromisos defensivos. Con Velázquez, genera juego. Lo hace asociándose con el pase, pero también dividiendo a los rivales superando líneas con conducciones o con desmarques a la espalda de la presión de los delanteros. También Mouriño ha crecido en esta faceta, más atrevido con la pelota. Aquí está uno de los puntos donde más ha impactado Velázquez: los jugadores tienen más libertad. El caso del uruguayo es sintomático. Defendiendo menos metros y hacia adelante, y jugando más protegido, como Francés, ha multiplicado su eficacia.
Los carrileros
Las alas son el termostato táctico del sistema de Velázquez. En función de su altura, el Zaragoza adopta una estructura u otra. Tanto Fran Gámez como Valera están siendo determinantes en el buen funcionamiento del equipo. El técnico se ha decidido por una solución de carrilero-lateral (Gámez) y carrilero-extremo (Valera), un poco en la línea de lo que se observa en varios equipos con este tipo de esquemas, como el Atlético de Madrid. Ambos futbolistas son los encargados de marcar la amplitud del equipo y su profundidad ofensiva, siempre fijados al carril exterior. Esta función exige motor, resistencia, velocidad, inteligencia a la hora de subir más o menos… Entre los conceptos de Velázquez está mezclar el juego, generalmente, en el lado derecho para atraer al rival y despejarle así el lado débil a Valera para cambiar el juego hacia él cuando se pueda. Ahí, el uno contra uno del murciano adquiere todo el protagonismo. En salida de balón, tanto él como Gámez se ubican a la altura de los medios, pero cuando el Zaragoza se asienta en campo rival son dos extremos al uso.
El rombo central
El corazón del equipo. Si algo funcionó en el Zaragoza de Escribá, fue su apuesta por ubicar el centro de gravedad del juego en sus centrocampistas en los primeros partidos de la temporada. La complementariedad y variedad de perfiles encajó a Marc Aguado, Toni Moya, Francho Serrano y Maikel Mesa, unas veces en un rombo central y otras con otras configuraciones. Velázquez ha regresado sobre eso y le ha dado sus matices. Con la pelota, esos cuatro centrocampistas suelen ordenarse con un romboide, pero en función del rival y las necesidades de la presión defiende en un cuadrado: Moya y Aguado abajo y Francho y Mesa arriba. El principal apunte de Velázquez ha sido intercambiar a Francho y Moya. El aragonés ha pasado a la izquierda, y el balear a la derecha, aunque el dinamismo y los cambios posicionales en esa zona marcan la pauta . En esa decisión cabe buscar, quizá, el buen centro al área de Toni Moya desde la posición de ‘8’ y también tener un jugador más rápido como Francho a la espalda de Valera en la izquierda.
Este rombo central da control, empaque defensivo y mezcla, además, diferentes cualidades para superar líneas rivales: la gestión y equilibrio de Marc Aguado; el pase de Toni Moya; los movimientos verticales y la conducción de Francho; y los apoyos asociativos y la llegada de Maikel Mesa. A todos ellos, Velázquez los ha escalonado, para mejorar así el flujo de juego y la circulación y progresión de la pelota. Este rombo, unido a los tres centrales, la mecánica de los carrileros y el delantero, ha provocado que el Zaragoza tengas más alturas en el campo (entre cuatro y cinco y hasta seis) y ocupe hasta cinco carriles: los exteriores con Gámez y Valera, los dos pasillos intermedios con los zagueros e interiores; y el central con Jair, Marc Aguado, Mesa y Mollejo. Así, el Zaragoza está mejor distribuido, ha reaparecido su juego entre líneas y, en defensa, el equipo está más junto y cerca de los apoyos defensivos para recuperar más rápido.
Un delantero enérgico
Un sistema así, con pocos atacantes específicos, con carrileros y muchos medios, necesita un delantero que estire el equipo y saque de zona a los defensas rivales: Víctor Mollejo se ha revelado de momento como una opción adecuada para ello gracias a su energía, su hiperactividad y sus constantes desmarques. Mollejo es relevante también en otros dos aspectos: en un buen delantero presionante para un equipo que alterna entre el posicionamiento alto en campo contrario y la defensa en repliegue. Y además también ayuda a sacar al equipo de atrás: su buen juego aéreo y su fuerza en las disputas ayudan a que el Zaragoza gane metros para pelear la segunda jugada y plantarse en campo rival cuando no puede iniciar desde la defensa.
Por aquí, no obstante, el Zaragoza aún tiene margen de mejora cuando recupere a Azón y Bakis. Quizá por aquí aparezca una línea de evolución del sistema, metiendo un delantero más por un centrocampista, como vía para ganar más caudal ofensivo y llegada al área. Es el gran punto de mejora aún del plan de Velázquez: un Zaragoza con más continuidad con la pelota y que intimide y sume más soluciones de gol.
