ZARAGOZA

La metamorfosis del parque Pignatelli: graveras, vecinos chiflados y un enorme lago

El que fuera diseñado como primer parque urbano de la ciudad se prepara para multiplicar su superficie a finales de este mes.

A la izquierda, una imagen de los años 60. A la derecha, recreación de lo que se podrá ver en pocos días.
Una imagen de los años 60 junto a la recreación de lo que se podrá ver en pocos días.
Heraldo

A finales de mes podrá verse el cambio. Más bien la extraordinaria metamorfosis que está experimentando el parque Pignatelli. Ya se vislumbra la zona de lagos y la ampliación de las verdes praderas en una superficie que se multiplica: a los 26.800 metros cuadrados ‘oficiales’ se suman otros 30.000 de una manzana que hasta la fecha estaba acotada. El parque Pignatelli, con su desnivel y singular forma de cuña, fue el primero planificado para estar dentro de la escena urbana y su historia -siempre vinculada a las graveras de los montes de Torrero y a la eclosión del paseo de Cuéllar- es indicativa de cómo ha avanzado la ciudad en las últimas décadas.

Según explica la historiadora del arte Laura Ruiz Cantera, “la idea de dotar a Zaragoza de un parque urbano a emulación de las grandes capitales europeas nació durante la segunda mitad del siglo XIX con la finalidad de cubrir las necesidades de esparcimiento de la población”. Hasta entonces, las zonas verdes se acomodaban en las afueras, en arboledas naturales y pinares alejados del casco urbano.

Ruiz Cantera, autora del estudio ‘El primer parque urbano de Zaragoza’, señala que tras diferentes iniciativas que no llegaron a ejecutarse, “se eligió un espacio situado al sur del barrio rural de Torrero, predilecto por los zaragozanos en días de festividad, conocido como ‘graveras de Torrero’ o ‘de Cuéllar’”. La historiadora, que está a punto de presentar su tesis doctoral dedicada al estudio de todos los parques urbanos zaragozanos, explica que decidió comenzar su investigación con  el Pignatelli "porque me he criado en él y he sido vecina del barrio durante 30 años". "Siempre había muchas cosas a su alrededor que me llamaban la atención como los depósitos o la escuela Casa del Canal, infraestructuras que, junto con el espacio verde, conforman un interesantísimo conjunto patrimonial".

Los primeros planos con el diseño de jardines del parque Pignatelli en 1892.
Los primeros planos con el diseño de jardines del parque Pignatelli en 1892.
AMZ

Entre acacias y chiflados

En realidad, tenía bastante sentido ocupar esta parcela con una zona verde, pues podía servir de enlace natural entre el centro y el Canal Imperial. En torno a 1890 se comenzó a configurar el que se llamó ‘barrio de las Acacias’, por el arbolado elegido para adornarlo. Se trataba del camino hacia Torrero, donde -a pesar de constituir una prolongación del paseo de Sagasta- había numerosas torres agrícolas, fábricas y depósitos de agua. A finales del XIX comenzaron a surgir las primeras construcciones residenciales promovidas por la alta burguesía de la ciudad, que buscaba espacios para vivir tranquilos y con zonas ajardinadas. La ‘gran distancia’ que alejaba Cuéllar del centro hizo que las malas lenguas de la época tildaran a estos primeros moradores de temerarios y, de hecho, la nueva urbanización fue popularmente conocida como el ‘barrio de los chiflados’.

El parque necesitaba un empujón y este se fue dando por fases. Para crear el pulmón verde hubo que expropiar fincas y graveras, pero en el año 1898 los terrenos ya pertenecían casi íntegramente al Ayuntamiento, conforme había propuesto Sáinz de Varanda en 1887.

El parque Pignatelli, en una imagen de los años 60, que no dista mucho del aspecto actual.
El parque Pignatelli, en una imagen de los años 60, que no dista mucho del aspecto actual.
AMZ

Fue el insigne arquitecto Ricardo Magdalena quien elaboró el proyecto de “los jardines a la terminación de Torrero” en 1892, con una memoria descriptiva y un plano del “primer parque urbano de Zaragoza”.

En aquella época estas zonas verdes simbolizaban el progreso y los logros de las ciudades y, de hecho, toda capital de relevancia poseía un parque urbano: Barcelona contaba con el de la Ciudadela desde 1888, Valladolid con el Campo Grande de 1877 y Málaga con la Alameda, una idea que nació en 1876. Explican los expertos que el de Zaragoza se asemeja al jardín del Campo del Moro de Madrid, no por las dimensiones sino por su entramado de líneas curvas y pequeñas plazas ovales. Ricardo Magdalena, por cierto, tenía experiencia en el diseño de jardines, pues unos años antes había asumido el arreglo de la plaza del Pilar y, también, los jardines de la plaza de Salamero.

El monumento de Pignatelli es de 1858 y su autor es Antonio Palo.
El monumento de Pignatelli es de 1858 y su autor es Antonio Palo.
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Traslado de bronce y piedra

No sería hasta una década más tarde que se dio el impulso definitivo: en 1904 se trasladó la estatua de Ramón Pignatelli, que estaba en mitad de la plaza de Aragón (donde hoy se ubica el Justiciazgo), y los zaragozanos comenzaron a prestar atención el nuevo parque. “No era casual el desplazamiento de Pignatelli al futuro parque de Torrero, nuevo extremo meridional de la ciudad”, se lee en el libro ‘La Zaragoza de 1908 y el plano de Dionisio Casañal’, de Ramón Betrán y Luis Serrano, pues era una forma de acelerar la urbanización de la zona, cuando el paseo de Sagasta ya estaba en plena efervescencia inmobiliaria.

Se cuenta que cuando formalmente quedó inaugurado el parque, en ese año de 1904, “no podía decirse que hubiera allí tal parque, por la lasitud en que habían caído las obras de ajardinamiento. García Mercadal escribió en 1908 que, tras dejar a la derecha el paseo de Ruiseñores, el tranvía de Torrero se adentraba en la avenida del siglo XX pasando rápido por el sequedal que preside la estatua de Pignatelli, llamado pomposamente parque de Torrero”. Lo cierto es que este lugar -según cuenten los especialistas en Urbanismo- sufría ya la competencia del cabezo de Buenavista, donde la corporación municipal había decidido ubicar el gran parque de Zaragoza. “A pesar de la mayor proximidad a la ciudad del primero y de estar unido con ella por una línea de tranvía, es obvio que no recibía toda la atención que merecía”, comentan. Por cierto, los caminos principales del parque son por los que hasta 1931 iban los carriles del tranvía que cruzaba el parque por dentro.

Información aparecida en HERALDO en 1904 sobre el traslado de la estatua.
Información aparecida en HERALDO en 1904 sobre el traslado de la estatua.
Heraldo

También en el HERALDO de aquellos años se lee sobre el parque que se vertebra en torno a la estatua: “A juzgar por las trazas será este un jardincillo inglés con unas palmeras enanas y sus arbustos exóticos. Muy lindo en apariencia, si bien muy costoso e inútil para los que busquen en Torrero sombra refrigerante y consoladora”.

Otras dos décadas tuvieron que pasar para que el área verde cogiera fuste y, sobre todo, para que se interviniera con intención de dignificar algunos de sus elementos. Los hermanos Albareda diseñaron unas fuentes en torno a la estatua de Pignatelli, cuyo bocetos datan de 1932 pero no serían realidad hasta 1960. También se fueron creando espacios infantiles, mejorando los accesos, incorporando farolas de doble brazo que se desecharon en Independencia…

La gran y última reforma del parque llegó con un proyecto de remodelación en 1985, que fue cuando se recuperaron los antiguos depósitos de agua para rehabilitarlos como un museo. La idea era que se creara en ellos un mercadillo dominical, pero su vida hasta la fecha ha sido azarosa con aperturas y cierres continuos.

Sobre esta bella estructura de arcos es donde ahora se está llevando a cabo la ambiciosa ampliación, parte de la cual será accesible a los vecinos a finales de mes. Un enorme lago, juegos infantiles y un anfiteatro natural de piedra aguardan a los visitantes, los más mayores de los cuáles aún recuerdan cómo en la década de 1970 por el desaparecido bar El Jardincillo se dejaba caer de joven el ahora rey emérito don Juan Carlos.

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