Futuros ingenieros de la UZ lanzan con éxito un cohete en Alcolea de Cinca 

Varios estudiantes de la Universidad de Zaragoza lanzaron hace unos días un cohete fabricado por ellos mismos y que alcanzó los 500 metros de altura. 

De izquierda a derecha, Alejandro Martínez, Pablo Pérez, Javier Ricón, Elena Sango (con el cohete Augusta), Jorge Sariego, Álvaro Yuste, Jaime Berruete y Arturo Celorrio, el día del lanzamiento en Alcolea de Cinca.
De izquierda a derecha, Alejandro Martínez, Pablo Pérez, Javier Ricón, Elena Sango (con el cohete Augusta), Jorge Sariego, Álvaro Yuste, Jaime Berruete y Arturo Celorrio, el día del lanzamiento en Alcolea de Cinca.
AlUnizar

“Fue alucinante. El cohete subió recto, aunque era un día complicado por el viento, y tuvo muy buena trayectoria. Alcanzó los 500 metros, casi no nos lo creíamos”. Álvaro Yuste y Elena Sango todavía no pueden reprimir la sonrisa y la emoción mientras recuerdan el exitoso lanzamiento de su primer artefacto, que surcó el cielo de la localidad oscense de Alcolea de Cinca el pasado 23 de septiembre y puso el broche de oro a todo un año de trabajo de un grupo de estudiantes de diferentes ingenierías de la Universidad de Zaragoza.

Y es que el cohete, bautizado como Augusta (Aerospace Unit for General Use in Space Technology and Aviation), además de colmar las aspiraciones aeroespaciales de sus creadores, fue una especie de ‘prueba de fuego’ que demostró que su diseño y fabricación son óptimos para asumir competencias tanto académicas como científicas.

Pero comencemos por el principio. Esto es, por el 24 de septiembre del año pasado, cuando Álvaro y Elena acudieron a un evento organizado por la Unizar que reunió a diferentes equipos de cohetería a nivel nacional. Son estudiantes universitarios que se dedican a diseñar y construir cohetes, y como ellos mismos, apasionados del mundo aeroespacial. Allí acudieron representantes de las universidades politécnicas de Cataluña, de Valencia, del País Vasco, de Madrid… “No sabíamos que había tantos”, admite sorprendida Elena.

En la reunión vieron “mucho nivel”, porque había gente que llevaba hasta tres y cuatro años construyendo y lanzando cohetes de dos y tres metros y diámetros de 20 o 30 centímetros, “con distintos tipos de motores y que incluso alcanzaban apogeos (alturas) de kilómetros”. Y allí, entre ojivas y simuladores, y hablando con unos y con otros de los diferentes proyectos, pasó lo que tenía que pasar: “Nos picamos -admiten Álvaro y Elena-, y decidimos crear nuestra propia asociación. Así nació AlUnizar, que tratándose de cohetes y de la universidad pública aragonesa, “es un nombre muy chulo y bien traído”.

De modo que Elena, estudiante de ingeniería de tecnologías industriales, y Álvaro, de telecomunicaciones, ambos en el tercer año de sus respectivas carreras y que se conocieron al principio de su etapa universitaria, comenzaron su particular cruzada para captar gente interesada y desarrollar su proyecto: “Recibimos unas 30 propuestas, pero ahora somos apenas una decena, todos estudiantes de grado y máster en diferentes ingenierías”, resume Álvaro. 

El cohete Augusta, antes de su lanzamiento.
El cohete Augusta, antes de su lanzamiento.
AlUnizar

Cabe aquí citar a los ocho participantes presentes en Alcolea de Cinca: Alejandro Martínez, Pablo Pérez, Javier Ricón, Jorge Sariego, Jaime Berruete y Arturo Celorrio, además de los citados Álvaro Yuste y Elena Sango, todos ellos organizados por departamentos: diseño, electrónica, propulsión, recuperación y márquetin y empresas, bajo las supervisión de un coordinador. “Nos organizamos bastante bien, el sistema funcionó”, aseguran. Elena es la única mujer del grupo, y aprovecha para animar a cualquier interesada en el mundo aeroespacial a que contacte con ellos.

Presupuesto de 500 euros

De septiembre a septiembre, el año se les fue en diseñar y rediseñar el cohete. “Al principio igual teníamos ideas demasiado ambiciosas, tuvimos que cambiarlo varias veces para que fuera seguro, y también debíamos ceñirnos al presupuesto”, desvela Álvaro. Disponían de 500 euros, aportados por la Universidad. Elena añade que la idea inicial era que el ingenio alcanzara un kilómetro de apogeo, pero también tuvieron que rebajar, nunca mejor dicho, sus expectativas. Además, durante el proceso se dieron cuenta de que algunos materiales “no eran compatibles con la electrónica” y hubo que sustituirlos.

Pero es que ninguno de ellos tenía una idea previa de cómo se fabrica un cohete. “Cuando nos lo propusimos, dijimos: ¿el objetivo? Construirlo”, resume Elena. Y a ello se pusieron, en base a lo que habían aprendido en el evento de la Unizar. “Cuando nos surgían dudas, nos poníamos en contacto con otros grupos de cohetería y ellos nos ayudaban”, recuerda esta ingeniera en ciernes. Porque hubo obstáculos, claro. Como que la electrónica diera problemas y no supieran solventarlos. “Al final, haciendo pruebas y más pruebas, nos quedó una electrónica bastante buena, fiable”, resume Álvaro, quien reconoce que el mayor estrés en los días previos al lanzamiento vino precisamente por ese tema. El cohete, recordemos que se llama Augusta, acabó siendo un ingenio de un metro de largo, cinco centímetros de diámetro y un kilo de masa. Y recordemos también que alcanzó los 500 metros de altura. Nada mal, para empezar.

El equipo, durante los preparativos para el lanzamiento.
El equipo, durante los preparativos para el lanzamiento.
AlUnizar

Pensar en el propio lanzamiento fue otro quebradero de cabeza, porque no es algo que se pueda hacer así como así en cualquier terruño perdido. “Para empezar, necesitábamos un seguro de responsabilidad civil, así que se nos ofreció lanzar bajo supervisión militar, por nuestra cuenta, asumiendo los riesgos de lo que pudiera pasar, o con una asociación de cohetería. Optamos por esta última opción, porque se trata de gente experta que podría ayudarnos si nos surgía algún problema. De manera que se apuntaron al encuentro internacional de lanzamiento organizado por la asociación Spain Rocketry, que se reúne normalmente en un campo de Alcolea de Cinca para probar sus cohetes.

Y llegó el día D (o día L, de lanzamiento)

El montaje comenzó sobre las diez de la mañana, y sí, surgieron los previsibles problemas, y sí, recibieron ayuda de los demás aficionados. “Para las cinco y media estaba todo listo”, explica Álvaro. Ya sabemos que el cohete subió recto pese a que había viento, nada extraño por estas tierras. “Hubo que hacer algunas correcciones sobre la marcha, pero todo estaba pensado; estábamos en el límite de la ventana de viento: soplaba muy fuerte ese día y lo normal para un cohete experimental es probarlo en las condiciones lo más normales posibles”.

En cuanto al diseño, “el cohete se comportó perfectamente. La electrónica también era muy potente; además, la hicimos nosotros mismos, mientras que otro equipos la compran. De hecho, uno de nuestros objetivos para futuros cohetes es interiorizar la producción todo lo que se pueda”, revela Álvaro.

Por su parte, Elena destaca que Augusta alcanzó los 500 metros, que era lo que se habían propuesto. “El éxito es que todo funcionara. Que no explotara, que subiera recto. Cuando diseñas un cohete, lo pruebas en un sistema de simulación que nos decía que alcanzaría unos 520 metros. Es verdad que luego en la realidad debes esperar menos, así que nosotros considerábamos que estaría bien llegar a los 350. Pero ver su apogeo final de 500 metros fue genial”, recuerda. ¿Al caer sufrió daños? “Algunos, sobre todo en la ojiva, porque todo está hecho de plástico con impresión en 3D. Pero lo más importante es que hemos podido recuperar la electrónica”, añade, aliviada.

¿Y ahora qué?

La intención del grupo, muy motivado tras el éxito obtenido y que por cierto ya tiene a estudiantes interesados en incorporarse a él, es validar el diseño estructural, la aerodinámica, la estabilidad y los sistemas que intervinieron, y el siguiente proyecto sería replicar este para verificar que todo funciona. Después, ya llegará el momento de abordar “un objetivo más ambicioso de mayor apogeo o sistemas más complejos”.

También aspiran a consolidarse como un equipo y lanzar más cohetes, pero después de la aportación de la Universidad, ahora deben estudiar lo que han gastado, encontrar de dónde recortar y buscarse la vida. Incluso han pensado en el ‘crowdfunding’, o micromecenazgo, para obtener fondos que les ayuden a financiar su pasión.

Quieren, por si fuera poco, ser proveedores del cohete para la fase regional de Aragón de la competición CanSat de la Agencia Espacial Europea, destinada a estudiantes de Secundaria y Bachillerato y consistente en la fabricación de estructuras, del tamaño de una lata de refresco y dotadas de un paracaídas, en las que se incorporan diferentes sensores. Los CanSat se lanzan en un cohete hasta una altura máxima de un kilómetro, momento en el cual el cohete los expulsa. Entonces descienden lentamente gracias al paracaídas mientras toman las medidas para las que cada sensor ha sido diseñado.

Tanto Álvaro como Elena tienen claro que les gusta mucho este mundo y que quieren trabajar en el sector. Además, Álvaro ya participó hace unos meses en el programa ‘Fly a rocket!’ que la Agencia Espacial Europea llevó a cabo en Noruega. Allí tuvo la oportunidad de participar en el lanzamiento de un cohete y analizar cómo vuelan a partir de los datos que se iban recibiendo. Durante el proceso, Álvaro se encargó de configurar el software para la recepción de la información procedente de los sensores, y fue coinvestigador principal de la misión.

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