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La Fresneda, belleza absoluta

Entre las muchas bellezas del Matarraña, el conjunto arquitectónico de esta localidad se lleva la palma; hay multitud de razones para abrir bien los ojos al recorrerla

La Fresneda.
La Fresneda.
Laura Uranga

La escarapela de pueblo bonito tiene un tirón turístico tremendo. La de pueblo mágico, más desconocida, no tanto. Sin embargo, y más allá de esos distintivos, el título de belleza de ciertas localidades lo otorgan las interjecciones (hala, jo) los imperativos (mira), adjetivos calificativos (impresionante, chulada, flipe) o formas+ sustantivas de las que expresan sentimientos (maravilla) tolerables en el hablar intergeneracional. Belleza serena es más literario, y magnífico conjunto arquitectónico, tirando a resabiado.

Todos esos sombreros le lucirían a La Fresneda si fuese humana; verla desde la carretera, encaramada a su loma, ya despierta pasiones y admiración. Callejearla tranquilamente, después de dejar el vehículo, no hace sino combinar las formas anteriormente descritas y matizarlas con otras expresiones de asombro. Desde la oficialidad ya se han materializado alguno de esos calificativos: en 1983 llegó la declaración de La Fresneda como conjunto Histórico-Artístico.

Cristina Bel Meseguer, guía turística de La Fresneda desde hace ya unos cuantos años, enseña su pueblo con todo el orgullo. El edificio consistorial del siglo XVI es uno de los principales alicientes desde el punto de vista arquitectónico, con las dos cárceles (la de ricos en el primer piso, la de pobres a ras de la calle Mayor) insertadas en esa misma manzana. “Las visitas también suelen ir a la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, que está en la parte alta bajo los restos del castillo, y terminamos en la capilla del Pilar, ya en plena bajada junto al Palacio de la Encomienda, que es privado y no visitable por el interior. Hay una visita de hora y media, con todas las paradas, y otra de una hora en la que no se sube a la parroquia”.

Por cierto, se ha inaugurado recientemente el acceso al campanario de la parroquia, una novedad de este verano. “Desde allí se pueden admirar las cúpulas de la iglesia, y hay una gran vista. Solo tiene culto en las festividades más relevantes del año, como Semana Santa o las fiestas de agosto”.

El palacio de la Encomienda también tiene su historia. De estilo renacentista y gran tamaño, tiene una réplica en el Pueblo Español de Barcelona, al igual que ocurre con la fachada del Ayuntamiento. “Perteneció a la Orden de Calatrava, gran propietaria de fincas y huertos; allí se nombraba al alcalde, se cobraban los impuestos… data del XVI y pasó a manos privadas con la desamortización de Mendizábal. Actualmente lo posee la familia Gimeno, que actualmente venden olivas y aceite, y también muebles clásicos restaurados. Muchos de los que llegan a La Fresneda pr primera vez lo confunden con el Ayuntamiento, y se extrañan de que no luzca las típicas banderas en los balcones”.

Hay tres callejones que bajan desde la calle Mayor y continúan ladera abajo hasta la plaza Nueva (donde está el restaurante Matarraña) en lo que fue la judería; estas vías podían cerrarse y aislarse del resto del pueblo con puertas de madera; son Alejandre, Santa Apolonia y Pradells. La Talega es otra bocacalle de la Mayor que sale junto a la oficina de Turismo y la cárcel de los humildes; siempre luce decorada por plantas y flores.

Existen otros dos callejones que presentan una particularidad: escaleras (de las de pintor, agricultor o soldado asaltando un castillo, pero en pequeño) utilizadas en su día para recolectar olivas de la ramas altas, y que están colgadas del cubierto (en paralelo a la techumbre) al principio de esos callejones. “Ahí las guardaban, y eran vecinales; el primero que llegaba por la mañana se la llevaba ese día”.

Exuberancia rococó

La capilla del Pilar, pegada al palacio de la Encomienda, es el escenario habitual de la mayoría de las celebraciones religiosas de la localidad, dado que está mucho más a mano que la parroquia. De estilo rococó, con esa decoración muy recargada típica del barroco tardío, es realmente llamativa; hay seis capillas, entre ellas las d santa Gema o San Blas. “Data de finales del XVII –explica Cristina– y se conserva en ella la talla original de la patrona del pueblo, la Virgen de Gracia; la halló una pastora de un pueblo vecino en el interior de una cueva, y en ese punto acabaría construyéndose un convento en su honor, a cinco kilómetros del casco urbano. Su festividad es el ocho de septiembre, y normalmente suele celebrarse con una comida popular a base de ternera guisada en la plaza Mayor”.

Otro elemento remarcable es sin duda el Santuario de la Virgen de Gracia, declarado paraje singular, y que data del siglo XVI. Albergó a los llamados frailes mínimos, y se encuentra entre los pinares del valle del Silencio. Se levantó para venerar la aparición de la Virgen de Gracia, pero las duras condiciones de vida que experimentaban allá los monjes hicieron que el traslado al Convento construido en el interior de la población (actual sede del hotel y restaurante El Convent) acabara siendo un hecho.

Entre tanto lugar para poner el foco, La Fresneda reivindica en silencio su grandeza como conjunto; aunque los meses veraniegos son populosos, sigue siendo un lugar tranquilo para visitar y su propia grandeza formal infunde respeto a los visitantes; todos quieren que no cambie un ápice.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es Extraordinario'.

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