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Neurociencia: estas son las neuronas del corazón que ‘gritan’ en los desmayos

Un estudio publicado en ‘Nature’ asegura haber encontrado las neuronas concretas que, desde el corazón, le ordenan al cerebro su desmayo.

‘La pesadilla’ (1781), una obra de Johann Heinrich Füssli que se exhibe en el Institute of Arts de Detroit.
‘La pesadilla’ (1781), una obra de Johann Heinrich Füssli que se exhibe en el Institute of Arts de Detroit.
Wikipedia

Quienes se desmayan describen a veces el malestar previo y, también, una relajación placentera y fugaz en el instante final. No es un suceso extraño, se dice que cuatro de cada diez personas han sufrido algún desmayo en algún momento de su vida. Sabemos que puede provocarlos el calor, la ansiedad, la visión de la sangre, algunos medicamentos, el alcohol. Lo extraño es que seguimos sin saber exactamente qué sucede cuando sucede.

La teoría más aceptada para explicar los desmayos los liga a al llamado reflejo de Bezold-Jarisch, un nebuloso mecanismo propuesto hace más de 150 años que implicaba tres síntomas típicos –disminución de la frecuencia cardíaca, de la respiración y de la tensión arterial–, pero cuyo funcionamiento e incluso existencia real seguía en disputa. Ahora, un estudio publicado en la revista ‘Nature’ asegura haber encontrado las neuronas concretas que, desde el corazón, le ordenan al cerebro su desmayo. El trabajo ha sido definido en ‘Science’, la publicación-competencia, como "un elegante ‘tour de force’". Desde la asunción de que el proceso tiene su belleza, este fue el muy resumido orden del viaje, a riesgo de ciertos tecnicismos.

Un compendio de técnicas en el pajar

Contra la visión de un cerebro dictatorial con el resto del cuerpo, la realidad muestra un diálogo necesario y continuo. Un interlocutor principal es el nervio vago, el más largo de los nervios craneales y que alcanza pulmones, tripas y corazón. Buscando conocerlo mejor, los investigadores analizaron en ratones cómo se expresaban –cómo estaban leyendo su ADN– cada una de las células de un lugar clave de reunión en el recorrido del nervio. Entre la maraña de resultados, había un grupo de ellas diferente a las dominantes y que fabricaba una proteína relacionada con la contracción de pequeños músculos en los vasos sanguíneos. Decidieron seguir por ahí y ver a dónde les llevaba.

En ese ‘tour de force’ de experimentos y técnicas, marcaron con fluorescencia dichas neuronas para ver hacia dónde se proyectaban. Vieron que comunicaban sobre todo las paredes de los ventrículos del corazón con una zona muy pequeña del tronco del encéfalo, a la altura de la nuca y justo por debajo del cerebelo, una región muy relacionada con el reflejo del vómito: el área postrema.

¿Qué hacían esas neuronas particulares? Para saberlo usaron experimentos de optogénetica, que permiten activar células concretas con el simple uso de luz. "Sinceramente, no estábamos completamente seguros de qué esperar", reconoció Jonathan Lovelace, uno de los autores. Lo que sucedió fue que la frecuencia cardíaca y respiratoria de los animales se redujo, sus pupilas se dilataron y los ojos se les pusieron en blanco, la sangre que llegaba al cerebro disminuyó y los ratones, que se movían con libertad, se desplomaron para recuperarse a los pocos segundos.

"Nos quedamos asombrados cuando vimos que sus ojos se ponían en blanco al mismo tiempo que la actividad cerebral disminuía rápidamente", explican con fruición los investigadores en una nota de prensa. "Después de unos segundos, la actividad y el movimiento volvieron. Ese fue nuestro momento eureka".

Cualquiera diría que se habían desmayado.

En busca de sentido

No sabemos o sabíamos exactamente qué sucede cuando sucede, pero: ¿por qué sucede? ¿Por qué resulta que algunos nos desmayamos? Si aceptamos, como decía Dobzhansky que "nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución", ¿para qué quiso esta conservarlo?

Una teoría funcional dice que es una forma radical de protección del cerebro. Cuando siente que no le va a llegar suficiente sangre, el desmayo es una forma de llevar al cuerpo a una posición horizontal y facilitar su llegada. Así lo explica el neurólogo Jan Gert van Dijk: "Las neuronas del cerebro son como niños muy mimados. Necesitan oxígeno y azúcar, y los necesitan ya". Si no los reciben pasados unos minutos pueden comenzar a morir, pero un desmayo no suele superar los 60 segundos.

Otra teoría más ecológica la ha explicado, por ejemplo, el cardiólogo inglés Adam Fitzpatrick. Juzgue usted cuánto le convence. En palabras a la BBC, decía: "Se cree que este reflejo de supervivencia es muy antiguo. Cuando nuestros antecesores se sentían amenazados por depredadores, era útil poder caerse al suelo y parecer estar sin vida. Bajo esas circunstancias, algunas personas solían desmayarse, cayéndose al suelo y volviéndose pálidas e inertes. Y el depredador se marchaba".

Volviendo al estudio, no todo está resuelto. Hay que ver cuánto puede extrapolarse desde los ratones, cuánto del mecanismo queda explicado o ha sido simplificado y cómo actúan las causas últimas. Pero los investigadores confían en que ya tienen un modelo para seguir investigándolo. Por ejemplo, para comprobar si la activación del reflejo se da cuando el corazón se contrae sin estar suficientemente lleno, como se piensa que sucede (lo que podría explicar por qué mover los músculos de piernas y brazos lo previene, al aumentar el retorno de sangre). O para desarrollar posibles tratamientos para evitarlo (resulta interesante que el área postrema es una zona poco protegida del cerebro, y los medicamentos podrían actuar si se tomaran por vía oral).

Una conclusión algo más prosaica sería que el corazón, ese músculo, también le habla al cerebro: que a veces incluso le grita y le ordena parar.

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