Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquí hay ciencia

Del corazón al nervio, o cómo el cuerpo influye en la ansiedad

Un estudio ha comprobado en ratones que cuando se acelera el ritmo cardíaco aumenta la sensación de ansiedad. El fenómeno se produce por señales que van del corazón al cerebro, pero solo si se da en un contexto de riesgo. Los experimentos son una demostración técnica de lo que se conoce como cognición encarnada.

Hay señales que van del corazón al cerebro
Hay señales que van del corazón al cerebro
Mohamed Hasan / Pxhere

La taquicardia viene de la carrera que ha hecho del chiringuito hasta la toalla. La nota al tumbarse, pero está de vacaciones, no le asalta ninguna preocupación especial y rápidamente el ritmo se calma.

Al día siguiente repite la secuencia, pero esta vez se le cruza un pensamiento preocupante al llegar y tumbarse: la nota pendiente del último examen, la cuenta a fin de mes, una revisión médica, el ascenso global de la ultraderecha. La imagen mental se une a la taquicardia y esta apenas decae: pasan minutos que le parecen horas en un estado de nerviosismo sorprendente por inesperado (la misma imagen se le cruzó la noche anterior y en ese momento apenas si le inquietó).

Lo que ha vivido podría enmarcarse en lo que se ha llamado 'cognición encarnada', una teoría psicológica que recalca la importancia del cuerpo y sus sensaciones en la emoción y los pensamientos. Una teoría que el psicólogo William James llevó a su máxima tensión al afirmar que “no lloramos porque estemos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos” y que hoy está ampliamente aceptada aunque muy suavizada en los extremos. Las sensaciones influyen en las emociones y viceversa, pero en general ha sido un asunto difícil de estudiar, similar al del huevo o la gallina (aunque este sea un problema que, como decía Wagensberg, lleva resuelto mucho tiempo: primero fue el huevo, pero no era de gallina). ¿Quién inicia qué? ¿Cómo saber si la taquicardia no viene provocada por el pensamiento, si afecta o no a la ansiedad?

Ahora, un equipo de científicos liderados por el psiquiatra Karl Deisseroth ha perfeccionado casi hasta el límite una técnica para poder analizarlo. Usando técnicas genéticas y luz, han conseguido provocar taquicardias en ratones a voluntad, y esto es lo que han comprobado: cuando el corazón se acelera artificialmente aumenta la ansiedad 'habitual' de los animales, pero solo cuando están en una situación de riesgo. Es la confirmación en laboratorio del episodio, algo naíf, de la carrera y la toalla. Publican su estudio en la revista 'Nature' y lo titulan así: 'Control cardiogénico del estado afectivo de la conducta'.

El hombre-método y una técnica revolucionaria

Deisseroth es un psiquiatra particular. Lidera un departamento de bioingeniería y es conocido por el desarrollo de tecnología, que es la que suele marcar el recorrido de ciertas preguntas. Se le conoce como 'el hombre-método' y es el principal estandarte de la optogenética, una técnica que fue elegida en su momento como 'método del año' por la revista 'Nature' y que ha revolucionado muchos estudios sobre neurología. 

Consiste en introducir en las células el gen de una rodopsina, una proteína presente en algas y bacterias y que reacciona a determinados tipos luz, permitiendo activar células a voluntad. Eso han hecho ahora con células del corazón, usando proteínas aún más sensibles y una suerte de chaleco para ratones que permite hacer llegar hasta ellas una cantidad ínfima pero suficiente de luz. Cuando se iluminan, su corazón pasa de latir a unas 600 pulsaciones por minuto a cerca de 900. Los experimentos podían comenzar.

“Hay una sorprendente coincidencia de problemas cardíacos, como ritmos acelerados y taquiarritmias, con trastornos de pánico, y nadie tenía una explicación para ello”, decía en una entrevista Deisseroth. En su estudio, pespuntado con numerosos experimentos de control, comprobaron todas estas cosas: la taquicardia por sí sola no aumentaba la ansiedad de los animales, pero sí lo hacía si se sometían a pruebas específicas de riesgo, como el tiempo que pasan expuestos “a campo abierto” o en una plataforma elevada. Si se les colocaba una palanca para poder beber agua, la pulsaban por igual. Pero si una de cada diez veces recibían una pequeña descarga eléctrica, los ratones con taquicardia empezaban a pulsarla menos. Hubo que subir la frecuencia a tres veces de cada diez para que cambiaran su comportamiento si las pulsaciones eran las habituales. Las señales previas “del cuerpo” estaban condicionando el pensamiento y la emoción.

Además, identificaron una región del cerebro que captaba y procesaba esas señales y que, cuando se inhibía (también usando técnicas de optogenética), evitaba que la taquicardia ejerciera su influencia sobre la ansiedad. Esa región, llamada corteza insular y situada a la altura de la sien, se ha ligado en muchos estudios con la interocepción, el (¿sexto, séptimo, octavo?) sentido que permite percibir el estado interno del organismo y cuya alteración se ha asociado en cierta medida con trastornos de ansiedad y depresión.

El equipo de investigadores es contudente en el resumen de su estudio: “Estos hallazgos revelan que tanto las células del cuerpo como las del cerebro deben ser tenidas en cuenta de forma conjunta para entender los orígenes de los estados emocionales”. O lo que es lo mismo, que operan en una relación bidireccional, como un lenguaje circular donde la causa se confunde con el efecto.

A la emoción por el cuerpo

“¿Qué hace que los pensamientos sean felices? Si no experimentamos un determinado estado corporal con una cierta calidad que llamamos placer y que encontramos 'bueno' y 'positivo' en el marco de la vida, no tenemos ninguna razón para considerar que ningún pensamiento sea feliz. O triste”. Esto era lo que escribía sobre la importancia del 'cuerpo' en las emociones el neurólogo Antonio Damasio, uno de los impulsores modernos de la cognición encarnada en su libro 'En busca de Spinoza'.

Otro ejemplo llamativo es el experimento en el que, si se sujeta un bolígrafo con los dientes, forzando una sonrisa artificial, el mundo tiende a verse de forma algo más optimista. Los resultados han sido discutidos, pero últimamente parecen confirmarse. O la situación descrita por el neurólogo Robert Sapolsky, según la cual “cuando dos personas discuten se activa su sistema nervioso autónomo: el corazón se acelera y el estómago se hace un nudo. Cuando lo arreglan y se piden disculpas todo debería haberse solucionado, pero ese sistema tarda un tiempo en frenarse y el tiempo en hacerlo varía según las personas o los momentos. Aunque la discusión pasó, siguen notando la taquicardia y el nudo, y eso tiende a hacerles pensar que por alguna razón tienen que seguir enfadados”.

Para Deisseroth, su estudio puede hacer que se preste “más atención a la reducción directa de la frecuencia cardíaca como forma de mejorar los síntomas psiquiátricos. Hay un montón de medicamentos interesantes que serían útiles para esto, que no afectan al cerebro, tendrían menos efectos secundarios, y que bien podrían ayudar a los pacientes con su ansiedad. Y es plausible porque sabemos que muchos métodos de relajación o terapias cognitivo-conductuales se centran en que la gente intente conseguir un control directo sobre su frecuencia respiratoria”.

Sin embargo, “no está claro si el miedo agudo implica los mismos circuitos cuerpo-cerebro que la ansiedad crónica, que en los humanos parece implicar más partes del cerebro que el miedo agudo”, matiza el psiquiatra Sahib Khalsa en un artículo adjunto en la revista 'Nature'. Todo ello sin descuidar que lo mejor es atajar las causas, y que el 'malestar' bien puede aliviarse en no pocos casos desde otros ámbitos, llámense salario digno, un horario razonable o tantos otros elementos de justicia social.

En cualquier caso, el estudio realza nuevamente la importancia del largamente denostado cuerpo en las tan puras emociones. Tras el corazón, Deisseroth dice que quiere estudiar la relación de estas con la piel, con los músculos de la cara, con las tripas. Dispuesto el método, que sigan las preguntas.

-Ir al suplemento Tercer Milenio

Apúntate y recibe cada semana en tu correo la newsletter de ciencia

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión